En las calles de mi ciudad, de la tuya y la de todos, los vemos a diario, y no nos preguntamos lo que sienten, que añoran, cuales son sus esperanzas, y la melancolía de sus almas. Sólo alcanzamos a ver su soledad, abandono y dolor. También sentimos en lo profundo de nuestros corazones, la impresión de estar pasando por la orilla de sus tumbas.Y de nuestros labios, no sale una sola palabra amable, que refresque su dolor.

Nunca pensamos en nuestra insensibilidad. El cuadro que se pone ante nuestros ojos, ni siquiera nos conmueve. Como máquinas del tiempo, seguimos raudos, nuestro destino inmediato nos espera.

Allí está Juan, a la vera del camino, sin ilusiones y rodeado de su propia soledad, en medio de la algarabía que lo agobia. A él, por una rara anomalía de la vida , le fue lapidado su destino

Excluido de todo y de todos, dueño de su propia pobreza, navega sobre la esperanza, haciendo que en su corazón germine el deseo de vivir, escuchando la sublime melodía que viene de las profundidades misteriosas de su propia soledad, que en medio de su horror, le hace ver lo hermoso que es la vida.,

Pero, no, no basta que en su interior, el deseo de vida quiera vivir. La fatalidad y el abandono le oscurece el presente.

Agonizando, su interior se ilumina, lamentándose de su pasado y su presente. En sus últimos instantes, recrea un mundo maravilloso que jamás podrá vivir. Un mundo sin lágrimas, sin dolor, ni abandono, donde reine la felicidad y la fraternidad sea el motor que mueva la vida, donde no exista ya mas lamento, ni clamor, donde las cosas anteriores hayan pasado, y solo exista el gozo y la alegría.

Al despertar de su letargo alucinante, ve con horror su propia realidad, y la de todos. A todos nos ha tocado vivir en un país, donde no se sabe donde comienza la verdad, ni donde termina la mentira, en un territorio donde todas las cosas pueden suceder y siempre suceden.

Por eso es que, en medio del calor, muchos como él, hoy mueren de frío

Juan, si, todos los abandonados por la fortuna y por la vida misma, se llaman Juan. Agoniza, su alma refleja la tristeza de su mirar, sí, es la misma que muestra todo su ser.

todos pasan y lo miran sin que lo puedan ver. Su alma tiene frío, es el frío de la muerte que lo está visitando. El hambre lo debilita y lo doblega. La indolencia humana, no le da una oportunidad de vivir.

Ante tanta adversidad, siente bronca en su alma. Murmura, habla, grita, pero nadie lo escucha, tristemente el eco le devuelve con ira sus palabras, las mismas que se atrevieron a romper su silencio de muerte.

Piensa en silencio Juan : -Muchos como yo, a diario mueren con su propio dolor -Y se pregunta – ¿Porqué para mi, no brilla el sol?

A pesar de que nadie lo escuchó, siempre a todos quiso contar, las cosas de su pensar. Con mirada triste, cuerpo flaco y sin fuerzas para andar, una vez más murmura sin que nadie lo escuche : -Hay tantas cosas que contar, pero, ¿quien las contará ?…

Impotente ante la adversidad, se consuela pensando : -Las cosas se cuentan solas, sólo hay que saber mirar y aprender a escuchar.

Piensa Juan -¿Como contar lo que pasa?,, ¿Como contar que muchos mueren en su pobreza y dolor?

-Mi país, es maravilloso – piensa Juan – pero la triste fatalidad, nos roba la esperanza, dejando sólo las espinas que causan dolor.

-Mi gente se asfixia en el humo y el alcohol- gime Juan – la violencia y la muerte, nos ahogan en la pobreza, impidiendo que la gente sea gente, para tener un mejor vivir.

-¿Será que las armas, dolor no causen más?- murmura Juan- ¿ y que los niños en los campos, vuelvan a reír ?

Con tristeza, Juan recuerda su niñez, a su escuela, donde le enseñaron que la patria fue fundada a golpes y latigazos.

Se pregunta, y con justa razón -¿Porqué a través de los siglos, las voces que protestaron, sin misericordia, fueron calladas?, ¿Acaso la republica aún no se acaba de fundar? – exclama Juan – ¡ahora no se utilizan golpes, ni latigazos! , las voces que protestan, son calladas a balazos.

Con las manos temblorosas, Juan quiso una estrella alcanzar. Con ideas confusas, su vista borrosa la oscura noche vislumbró y a su mente un recuerdo llegó. Un día, a alguien le escuchó decir, que había un ser Supremo, el dador de la vida era. Jehová, ese es su nombre. Allí, en esos instantes su fe nació, y en lo sublime de sus últimos instantes de vida, quiso y de hecho lo hizo… Se fue quedando dormido en sus brazos y al amparo de las sombras, del susurrar encrespado de un río que cerca pasaba, del canto de las chicharras y del croar de las ranas, dormido por siempre se quedó. En su lecho solitario, encaró el pesado silencio que el aleteo de la muerte le trajo. Solo la solmene noche, oscura y silenciosa, llena de perplejidades, fue testigo del estremecimiento de su alma. Mientras su corazón se detenía, sus labios se cerraron y no fueron capaces de palabras pronunciar, solo la rigidez de su rostro, pudo dar el mensaje de su espíritu vencido, como un recordatorio de su dolor.

En el despertar de la gran ciudad, una breve reseña de su muerte, un periódico dio.

«MUERE UN ANCIANO ABANDONADO, EN SU PROPIA POBREZA».

Lo que nadie vio, fue que en manos de Dios siempre estuvo. Que murió en los brazos de la madre tierra, como techo tuvo la grandeza del infinito, y su último suspiro iluminado estuvo por el titilar de las estrellas. Y ese día, en la soledad de su sepelio, el sol, como nunca, su cuerpo calentó.

«Dedicado a quien nunca tuvo un camino, pero hizo muchos en su andar».

Fìn.

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