Londres;1950
Entre el sustrato de niebla, un alma caminaba cuesta arriba bajo la bóveda gris pétrea del cielo…
Estático frente al féretro del abuelo, Leonard pidió que lo cerrasen. No soportaba observar la caricatura horrenda de su rostro. El cáncer había hecho estragos. Su piel lucía transparente. Podía contarle las venas inertes por el «rigor mortis».
De fondo, los rezos de «las lloronas», sonaban a aullidos y se mezclaban con el olor rancio de los ramos florales que sostenían.
Los dolientes, conformaban una masa parlanchina escupiendo idioteces en murmullo tedioso…
Un «run run» con matices diversos, hipnotizaba con su movimiento pendular amenazando con matar nuevamente al abuelo.
Un grupo de personas obesas desformes, imperceptibles por propio oscurantismo, lloraban acongojadas (eran pacientes del abuelo).
Voló lejos, mientras olas de viento mecían sus emociones navegando el cielo de la memoria en un viaje al pasado. Los recuerdos fueron su brújula…
La época estudiantil lo mostró rebelde en las clases de arte. No le atraía el profesor. Lo sentía conservador y autoritario. Le disgustaba cualquier jefatura impuesta. Vivía la angustia del adolescente abochornado de sí, quien enfrentado al mundo imperfecto, se manifestaba en constante rebeldía colmada de agujeros de ausencias.
Buscaba la auto-realización. La manifestación de la verdad como parte de la plenitud del ser ante la mismidad de lo expresado.
Terminó sus estudios como pudo. No deseaba convertirse en un profesional ostentando una placa. Su meta era trascender como un mítico de las artes, y huir del silente vacío adolescente.
Su abuelo lo supo. Siendo psiquiatra entendía más allá de los cuerpos. Escuchaba las almas de quienes psicoanalizaba con su bola de cristal. Almas que deambulaban cuidando su sombra, ignorando su persona y el placer de exclamar:¡Yo Soy!
En esa comunión: abuelo-nieto, psiquis-arte-delirio, sumido en una atmósfera surrealista (dictadura de la asociación de ideas, libres de las cortapisas de la razón despojada de toda moral y estética), Leonard sintió una convicción militante por la creatividad del pensamiento psicoanalítico aplicado al arte.
Entre los grupos asistentes a las terapias, había un colectivo obeso y deprimido. Su amorfa estructura los obligaba a borrarse ante los demás.
El abuelo consideraba que su enfermedad radicaba en el inconsciente social, quien impedía que palpasen su interior: «El sujeto no se construye a sí mismo, es el resultado de condicionantes sociales».
Si alguien les hubiese preguntado qué tenía que ver el arte pictórico con el psicoanálisis, la respuesta hubiera sido:“La locura del inconsciente, el delirio, lo onírico, la paranoia social, las imagos , tiñen de matices psicoanalíticos las pinturas. Y si existe alguna duda, puede citarse como ejemplo a Da Vinci en:“Santa Ana, la Virgen y el Niño”.
Abuelo y nieto, sostuvieron la relación del arte con la filosofía al afirmar:
«El arte aplicado a represiones del inconsciente, resulta una terapia para abrirle la puerta al «Yo».
«La filosofía es develadora de verdades en la relación; sujeto, objeto y arte».
Ese conjuro irracional, vincularían al nieto artístico con el abuelo analítico hasta su muerte.
Muerte Precede Fama
Cuando Leonard murió, la historia reflexionó:
«El ver al abuelo en el féretro convertido en un ente desfigurado, sumado a la imagen de sus pacientes tan afectados y ocultos en la vergüenza social, fueron decisivos en su vida y fuente de inspiración para sus pinturas. Las visiones ante la mortaja convertida en despojo y esos seres deformadamente amargos, marcarían su obra».
Ciertamente la historia no se equivocó. La perturbación ante el rostro destruido del anciano, más la imposibilidad de reconstruirlo con una máscara incapaz de reparar la destrucción de la carne, despertaron sus deseos de profundizar en el desconocido interior.
Más allá de la carnalidad visible.
Más allá de los sentimientos de confort y bienestar del espectador.
Se sumergió en lo que llamaban alma; desprendida del ser y alejada de la imagen de un trozo de carne.
Con la riqueza que aspiró durante la vida y muerte de su abuelo, Leonard sintió que solo la pintura le daría luminosidad a lo oculto: «Proporcionar al ojo el placer de alimentarse de lo que no veía, yendo más lejos de la mirada…Bucear en la profundidad del sentir de un cuerpo, como algo menos biológico, más imaginario y con una cobertura honesta…».
Él mismo declaró sobre su arte:
—Quiero que mi pintura funcione con la elasticidad de la carne porque siento que la misma es la persona desnuda que ejerce sobre mí, igual efecto que ella.
—Quiero ser una vasija receptiva y sensible a la vida interna de aquel que mira, capturando las minucias y los recovecos del ser para luego recrearlos en el lienzo haciéndolos carne y alma.
—Quiero dedicarme al cultivo de sus distintas formas de belleza, verdad y bondad.
—Quiero poder entender la desnudez como una falta que se expone y reclama ayuda.
—Quiero hacer todo eso, porque la visión primordial de un cuerpo es caótica y terrorífica, no es ininteligible y solo podré apaciguarla con la fuerza de la creación.
Volviendo de su viaje al pasado, se acercó al grupo oscuro. Las tinieblas lo envolvían y el vapor de sus alientos salía amargo de sus bocas. Podía oír el goteo de sus lágrimas de sal cayendo como en una cañería rota:
—¡Basta de llanto!
—¡Hagamos de la pena risa!
—¡De la fealdad belleza!
—¡De la oscuridad luz!
—¡Y de sus vergüenzas; pinturas!
La obra de Leonard, fue íntima, desgarrada y desoladora. Los cuerpos tétricos, flácidos y deformes de sus modelos perturbaron al espectador por su desnudez y desparpajo, aunque estuviesen alejados de intenciones sexuales, despertando sensaciones contradictorias.
Atracción por un talento fuera de serie.
Morbosidad y prejuicios.
Cuestionamiento a la realidad existencial del ser.
Sentimientos que “brotaban” ante cada pincelada dada, como inagotable manantial ungido desde la piedra filosofal del arte…
Sus pinturas desfilaron desafiantes por Galerías Expositoras del mundo como una cruzada reivindicadora del «Yo» y un culto a la «carnalidad del alma…«.
Epitafio:
***Relato propio, inspirado en la obra de Lucian Freud.
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