La solución a los problemas

La solución a los problemas

¿Acaso soy yo ahora el culpable de tu desgracia?

Deberías revisar todos tus actos antes de llegar a esa fácil conclusión y, sencillamente, echar la culpa a otros. Porque aunque no lo quieras reconocer, cuando las cosas no salen como tu quieres que salgan, lo que casi siempre ocurre, siempre es bueno que yo esté ahí. No consideras las múltiples circunstancias interrelacionadas que afectan a cada acontecer. Piensa un poco en ello. Todo tiene esa relación causa-efecto; ya va siendo hora de que lo entiendas. Son los dos principales átomos que conforman esa gran molécula en la que nos vemos envueltos.

Y he dicho bien, nosotros, porque yo también formo parte de este complejo mundo, del que ni uno ni otro podemos escapar. Así pues ¿crees que puedes volcar en mí el origen de todos los problemas que te afligen, sin más contemplaciones? Debo decirte que no lo veo justo y creo que no necesito explicarte el concepto, tu que formas parte del entramado de personas que juzgan a otros por sus actos delictivos o por sus conductas contrarias a lo aceptable por el resto, y que te basas, inexcusablemente y como única premisa válida liberadora de todo error humano, en el cumplimiento de la ley, en su imperio, para imponer la correspondiente condena.

Ahora eres tú el condenado. Te has preparado la soga en la que introducirás tu cabeza, ajustarás el nudo corredizo al cuello y después te dejarás caer, colgar tu cuerpo hasta que la cuerda haga su trabajo estrangulando las vías respiratorias para causarte la muerte, que será asimismo la mía sin yo desearla. Pero yo quiero seguir existiendo, aunque esta existencia no sea comparable a lo que vosotros conocéis por vida. Por eso hago este alegato. Tus inculpados lo hacen y creo estar en posesión de idéntico derecho si me voy a ver condenado a desaparecer en breve por un acto tomado de forma unilateral y en el que no se me ha pedido opinión. Ya sé que puedes aplicar tu pretendida supremacía y deshacerte de la vida sin importarte el resto del mundo. Permite que discrepe. No es tal tu superioridad porque yo controlo tus pensamientos y éste, en concreto, no lo comparto como en el resto de ocasiones en que has creído tomar tu propia decisión sin percatarte de que he sido yo quien lo ha hecho.

Es más, encadenado como estoy a lo que consideras tu libre albedrío, y como tu conciencia que soy, te ordeno que bajes inmediatamente de esa silla.

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