Es mejor el silencio, decía mientras escuchaba la música del aire golpeando el agua. Y apareció de pronto la imagen de una mirada sobre las olas. El bambú debe resistir esta tempestad, siguió pensando mientras volvía al lugar en donde se disponía a dormir de nuevo, al mismo lugar a donde había ido las últimas noches. Quizás deba volver a caminar, pensaba cuando se estaba acostando, pero al sentir el abrazo cálido de su refugio se liberó del ímpetu de seguir huyendo.

Al día siguiente reconoció que algo no estaba fluyendo, su peso, el de su impaciencia, iba creciendo, su desesperación aparecía nuevamente con mayor frecuencia. Algo debo de estar pasando por alto, se decía, y empezó a caminar alrededor del rancho. Un salto al vacío, recordó, debo lanzarme de nuevo. Pero al suspirar con el alivio de la determinación, esta se desvanecía con el rocío que empezaba a mojarle el rostro.

Sin duda estaba atrapado, pero a veces era dulce no pensar en los rigores del tiempo. Así que intentaba mantenerse alegre. Pero sabía que si todo se comportaba como de costumbre, la precipitación del cambio iba a ser más grotesca entre más dilatara la decisión de ir en busca de la inestabilidad del vacío.

Decidió entonces emprender de nuevo el viaje. Esta vez se sentía cansado, sin fuerzas, pero lo empujaba el terror de quedarse en el mismo sitio. Así que caminó cuesta arriba con el equipaje que siempre pesaba demasiado. Tengo que reducir mis cosas, pensaba, pero a la vez se decía que necesitaba más provisiones; que contrariedad. Y mientras tanto el sudor empezaba a cubrirle.

Llegó a un lugar donde el pequeño camino desembocaba en una carretera, allí había una tienda, que tenía al frente algunas sillas vacías; pasaban algunos carros, y había una roca con un tamaño que se acercaba a su cintura, y que estaba cubierta por la sombra intermitente de unos arbustos. Decidió sentarse allí en la roca, que se encontraba al lado opuesto de la tienda. Y ahora qué? se dijo, no tengo dinero, ni un rumbo claro, en poco tiempo empezaré a sentir hambre, y me sentiré muy cansado para seguir caminando, y si llega la noche estaré desprotegido. Intento echar dedo? hasta qué pueblo podrían llevarme? Y si a pesar de mis intentos nadie para, el tiempo pasa, la vida parece haberse detenido, pero en realidad el sol que hace un momento lucía en un sitio ahora se encuentra en otro un poco más arriba. Tal vez lo mejor sea devolverme. Pero no tiene sentido, allá el abismo es la imposibilidad de quedarme quieto. No tengo ganas de llorar, aunque quizás debería, eso de pronto me liberaría de las ataduras de la indecisión. Pero qué sentido tiene pensar en llorar si las lágrimas no quieren hacer parte de las conversaciones de mis pensamientos con mis emociones. Y mi cuerpo sigue aquí, quieto, sentado, sin muchas fuerzas, pero como el sol, cambiando cada segundo. Todo fluye, se dijo, y trató de recobrar un poco de aliento y optimismo. Si al menos apareciera una cara amable y conocida.

Recordó la mañana en que decidió conocer el camino antiguo que unía a los dos pueblos cercanos, y en cómo la soledad parecía ser la única testigo del desenvolvimiento de sus pasos. Que ilusión tan pasajera toda la compañía del día anterior, dónde estaban todas esas personas; entre los árboles ya no quedaban vestigios de su presencia. Ahora estaba solo y sin la ilusión de sentirse acompañado. Pero sus pasos continuaron hasta hacerse de nuevo a un destino.

Así que finalmente prefirió levantarse y caminar por la carretera en la dirección que seguía subiendo. Si en otras ocasiones el viaje era un tobogán al que convenía entregarse mientras descendía velozmente hacia las zonas cálidas, ahora el rigor del frío parecía ser la única opción que ofrecía un panorama con sentido. Qué sentido tiene lo que estoy haciendo, qué me convence, qué me aterra, qué me calma, qué me entusiasma, ahora quisiera una cama, una ducha de agua tibia, una buena comida, algunas sonrisas y un baile, pero solo tengo este aire fresco que me alienta a seguir caminando.

Cuando el hambre y el cansancio le empujaron a recostarse en un potrero cercado, el día se había oscurecido con nubes densas que parecían indicar una próxima lluvia. Afortunadamente tengo esta capita por si llueve, al menos así no me mojaré tanto. Los pajaritos comen todos los días, decía una amiga. Qué voy a comer ahora? si de la tierra brotara comida, pero brota, pero no tan rápido, y en este sitio no veo.

De repente se detuvo una camioneta y el conductor le dijo que pusiera las maletas atrás y se sentara adelante.

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