La seda gris sobre la que estaba tumbada hacía resplandecer su cuerpo. Aquella postura delicada, sensual, serena, en la que ella se miraba en el espejo que Cupido sostenía entre sus delicadas manos. Cupido la miraba como admirando el porqué de su belleza. Su reflejo borroso en el espejo parecía mostrar un ápice de cansancio. Su rostro no parecía el de una diosa, sino más bien el de una simple mujer bella y mortal.
—Y aquí tenemos una de las obras más famosas del artista sevillano— la voz provenía de una guía turística a la que seguía un grupo numeroso de personas. Grupo que enseguida ocultó con sus cuerpos a mi vista aquel maravilloso cuadro de Velázquez. Ese que tanto me gustaba y que siempre que visitaba Londres debía ver; La Venus del espejo.
Frustrada ante la imposibilidad de seguir contemplado aquella maravillosa obra salí de la sala y de la National Gallery hacia Trafalgar Square. Cerré los ojos un momento, dejando que el ruido de la cuidad me hiciese regresar de aquel mundo paralelo al que viajaba cuando me sumergía entre los brazos del arte.
Bajo aquel pórtico central del museo, sostenido por inmensas columnas procedentes de Carlton House, me sentía realmente insignificante y sola. Londres era mi ciudad favorita del mundo, después de mi ciudad natal, pero también la única que conseguía hacerme sentir así. Lo cierto es que más que a la ciudad eso te lo debo a ti. Cada vez que camino por las calles abarrotadas de Picadilly Circus nos recuerdo sentados bajo la fuente de Eros repletos de felicidad y emoción, besándonos ante su atenta mirada y la de los viajeros que, como nosotros, se habían enamorado de aquel lugar. Ojeaba de vez en cuando mi libro sobre qué hacer y dónde en aquella bella ciudad, y trazaba rutas y planes para poder disfrutar de todo a tu lado.
Siempre íbamos de prisa, de un lado a otro, decidiendo que era mejor usar las escaleras que los ascensores en el metro porque era mas rápido y acabar dándonos cuenta de que algunas equivalían a demasiados pisos y acabar exhaustos. Volver al hotel cercano a King´s cross, con los pies doloridos y sudor frío bajo nuestros pesados abrigos, para descubrir que aún quedaba energía para amarnos en camas separadas unidas por nosotros mismos. Siempre queda tiempo para el amor, y lo cierto es que me encantaba perderme por aquellas calles de una ciudad desconocida contigo, me encantaba la forma tan ridícula que teníamos echándole fotos a detalles que todos pasan por alto o quizás que todos están hartos de ver. Me encantaba sentir que estábamos solos entre el arte, la historia y las distintas nacionalidades que conviven allí, como si solo fuésemos otra mínima parte de la existencia abrumada por la magnitud del mundo.
Discutimos en el museo británico, era nuestro último día y yo estaba tan cansada que buscaba, como el que busca aparcamiento en pleno centro, un lugar para sentarme. El museo estaba a punto de cerrar y salimos de allí cogidos de la mano tranquilos, o más bien agotados, y sin ganas de hablar. El trayecto hasta la estación de King´s cross me pareció especialmente corto sobre todo cuando caí en la cuenta de que aquel cielo, que ardía justo antes de dejar que las luces artificiales lo inundaran todo, se quedaba ahí y nosotros teníamos que volver.
Me enamoré de Londres, me enamoré de ti. Quizás por eso me cuesta tanto estar en esta ciudad, aunque no pueda dejar de volver a ella como si me tratase de un trozo de metal y ella un inmenso imán dispuesto a no darme tregua. Londres me recuerda que lo tuve todo y lo perdí, pero también me ayuda a no olvidar que es posible ser inmensamente feliz y que si algún día lo fui a tu lado puedo volver a serlo. Y quizás hoy no sea el día y puede que tampoco mañana, pero llegará. Y ¿sabes qué? Aún me quedo sin aliento cuando pasa por mi lado alguien con tu perfume, pero ya no estoy aterrada con la idea de no volver a sentir jamás lo que sentí por ti.
Tú siempre serás como Londres, mi lugar favorito en el mundo y un recuerdo feliz al que volver cuando la oscuridad me nuble, y aunque te elegiría mil y una vez, lo cierto es que el mundo está lleno de países nuevos por descubrir y amar. Y ya va siendo hora de cambiar de destino, porque a pesar de amar Londres ya se ha convertido en un lugar demasiado frío para mí.
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