1973

Durante la represión pinochetista, mi padre tuvo que salir al exilio y nosotros – mamá, hermanas y el que les habla- le acompañamos un poco a la fuerza, porque no deseándolo tuvimos que dejar atrás a los abuelos y bisabuelos, a tíos y primos y a amigos, a muchos buenos amigos.

-¿A dónde van? – le preguntó un ave de hermoso y colorido plumaje que se apareció por sorpresa cuando nos arrastrábamos por el incómodo camino cubierto de hierbas y plagado de indeseables insectos, intentando bien ocultos, escapar de la armada.

-A donde nos lleve el viento, por ahí o por allá – movía la cabeza para indicar las rutas- porque aquí no debemos estar más – contestó mi progenitor con seguridad.

-Tal vez México sea buen lugar… – sugirió el ave.

-Puede ser…. ahí parece respirarse libertad.

-Y ¿aquí no? – le cuestionó deseoso de conocer su opinión.

-En este país, con la fuerza de las armas la libertad ha sido suprimida… como verás…

1974

-México, ¡gran nación! Ciudad capital…. ¡Gran urbe! ¡Y he aquí que estamos todos juntos en este hermoso lugar! – gritaba jubilosamente para convencernos de que el cambio había sido bueno.

-Si papá – recuerdo haber contestado.

– Pequeño José, este país te encantará- me animaba con amplia sonrisa en el rostro, queriendo que su felicidad y su alegria fueran notorias.

-Sí papá. Tal vez, pero ¿sabes tú si alguna vez volveremos a encontrarnos con los abuelos?

-Es posible José ….todo es posible.

1980

Lo digo en serio y con sinceridad: México es hermoso y me ha dado todo. A pesar de mi condición de extranjero y de mi habitual actitud de extrañeza frente a todo lo que experimentaba, supo convertirse para mí, no sólo en patria sino en familia. Es que los mexicanos fueron siempre amables….. Aunque bien sabía yo que un partido en el poder, inamovible por tantos años y sin interrupción alguna, se había convertido en auténtico dictador y serios actos represivos de su parte, como en mi patria, no habían faltado…

-Quiero conocer mi tierra – le expresé en ese entonces a mi padre.

-Esta es… José, esta es…. – me sugirió.

-Sí, a México lo amo, pero a la otra… aquella que es origen de mi sangre….y dueña de mis sueños.

-Esta es tu tierra – insistió.

-Mis abuelos, mis tíos y primos ¿viven aún? – le dije intentando me comprendiera.

-No lo sé realmente….

-Lo averiguaré padre… un día lo haré…

1987

Caminaba a paso rápido deseando encontrar el lugar que me vio nacer. Los pies no sólo me dolían, sino sangraban, pero tenaz como solía ser, continuaba la marcha.

– ¿A dónde te diriges?- me preguntó un misterioso ave que sobrevolaba el camino anunciándo a mi espíritu aquella ncesaria certidumbre de haber elegido el correcto.

– ¡A casa! – contesté entusiasmado.

– Pues, ¿en dónde vives?

– En México, vivo en México, pero intento llegar a mi primera casa.

– Ah, creo entender…. Y estás seguro de que la encontrarás? Me parece niño que no conoces este lugar y es posible que aquellos a quienes dejaste aquí un día, no vivan más.

– Lo conozco…. en mi corazón. Te aseguro que al verlo, palparlo y estar ahí, lo reconoceré.

Y continué el camino de regreso a casa.

-¿A dónde vas? – me preguntó un majestuoso caballo de color negro y que corría y saltaba por ahí, justo cuando estaba ya cerca de Santiago.

– A casa.

-¿De dónde vienes?

-De casa – le contesté perplejo.

-¿?

En ese preciso instante me percaté de que nunca había abandonado el hogar.

Un brote seguro de claridad me inundó el alma.

A pesar de eso, continué el viaje; no podía renunciar a tan anhelado tesoro…. ¡tan cerca que estaba yo de Santiago y de mis abuelos!

Se me apareció entonces un anciano. Como las otras criaturas, así, sorpresivamente. Vestido totalmente de blanco, iluminó de pronto mi camino.

-Ya estás cerca, hijo – se dirigió a mí.

-¿Cómo sabes a donde me dirijo? – le cuestioné con extrañeza.

-Porque te conozco desde niño…

-¿Quién eres? – mi curiosidad aumentó y sí, ciertamente, pregunté un poco asustado.

-Soy aquel a quien siempre has deseado volver a ver….

-¿Abuelo Arturo? – pregunté dudando…

-El mismo que viste y calza, pequeño José… pero mira ¡sí que has crecido!

– ¿?

-Estás ya en casa, José…

-¿?

Y abriendo una enorme reja que de la nada apareció, permitió mi acceso a lugar desconocido e inesperado; me invitó entonces a entrar al área de unos jardines enormes y bellos, que clavaron en mí sus hojas y sus ramas hasta tumbarme al suelo, en donde finalmente concilié profundo sueño.

Desperté y me encontré de nuevo solo, pero eso sí, rodeado de jazmines, rosas y grandes laureles.

Miré hacia atrás buscándole, sí, al abuelo, convencido como estaba de que debía tener de él una muy merecida explicación….Pero no lo encontré.

En su lugar, pude ver las balas provenientes de las armas de grueso calibre del ejército, cercenar en diminutos trozos el corazón de mi padre… y el de mi madre… el de mis hermanas y el mío propio….

Los cinco quedamos ahí, tirados en solitario sobre el piso. Aun en su opacidad e imposibilidad, nuestro cuerpos sin vida podían revelar lo trágico del evento en medio de un creciente y cada vez mas amplificado charco de sangre…. Esa sangre nuestra, que quedó en Chile.

Entristecí sobremanera.

Nunca pude salir de Chile. Ni yo, ni mis hermanas, ni mi madre, ni mi padre….

Entonces, nunca llegué a México.

Tampoco ellos.

Pero en este preciso momento, he sabido que estoy en casa.

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