He decidido irme de viaje, no me importo donde, yo solamente quería escapar.

Compre el pasaje más conveniente y aborde el avión con destino a la ciudad de Santiago de Chile. Pensé que por ser la capital de mi país, encontraría todo tipo de gente, todo tipo de actividades que me mantendrían ocupada para no pensar.

Para una provinciana como yo, nacida y criada en el norte de Chile, era realmente toda una aventura conocer las atracciones de esta gran ciudad, digo gran, porque comparada con la comuna en donde vivo, esta caería al menos unas cincuenta o hasta cien veces en Santiago…tal vez más, en verdad no lo sabía, pues era la primera vez que viajaría allí y decidí hacerlo sola.

A mis veinte años de edad, jamás me había subido a un avión por lo que estaba muy nerviosa. Pero sentía que debía hacerlo, por el bien de mi corazón roto, solo quería irme lejos, olvidar, escapar, dejar atrás aquel amor que me destrozo el corazón.

El avión comenzó a moverse, mi cinturón de seguridad estaba apretadísimo, es que lo ajuste demasiado y apenas podía moverme. Clave mis uñas al asiento y espere el ansiado despegue, claro que cuando sentí que el avión despegaba me estremecí, una sensación de mariposas en el estomago me revolvieron la panza. Muy similar a aquella sensación de cuando te sientes enamorada, porque sientes esa adrenalina, que te gusta, pero te asusta, te estremeces pero a la vez quieres vomitar de los nervios. No quería mirar por la ventana y pensaba ¿Para qué elegí el asiento de la ventana, si me aterra tanto admirar el paisaje? De pronto, la señal de quitarse los cinturones se encendió en la pantalla. Pero yo no lo hice ¡No, señor! No me sentiría segura hasta pisar tierra firme.

Miraba en el mapa digital del avión, la cantidad de kilómetros por hora que marcaba la velocidad: 600 km/hr… 700 km/hr… ¿780 km/hr? ¡Dios mío! ¿En qué pensaba cuando me subí a un avión? Mis manos temblaban, el sudor había empapado mi blusa ¡Qué bien! Pensé irónicamente, estoy sudada, asustada, sola y con el corazón partido en dos.

Llegue al aeropuerto, que comparado con el de mi ciudad era enorme. Tarde casi una hora en salir de ahí, porque era tan grande que no sabía por dónde salir a la calle ¿Me quedare aquí para siempre? ¡Dramática! Estaba siendo completamente dramática.

Cuando me calme y salí al fin, mi tía me esperaba, me ayudo con mis maletas y me dio un fuerte abrazo. No le visitaba desde… nunca, ella era quien me visitaba a mí.

Me recibió muy cálidamente, pero por alguna razón, no me sentía bien del todo. Los siguientes días me dedique a realizar aquellos objetivos con los que viaje desde mi norte: Recorrí las calles, conocí gente nueva, salí a fiestas, conocí muchos lugares de la capital. Sin embargo, lo que más me gusto de mi viaje, es que cada noche soñaba con mi ciudad natal, con mi pequeña provincia, esa que no tiene nada de atractivo, más que las plazas de juego para los niños, esa que tiene unos arbolitos nativos que tienen más edad que mi bisabuelo, esa tierra nortina donde los cerros son de arena fina, esa provincia que queda en pleno desierto, donde el sol pega fuerte, ese Norte que tanto quiero y que tanto extraño, el lugar en donde se encuentra mi madre, la persona que me escucha y que me guía cuando me he equivocado.

Esa hermosa tierra en donde viven mis mejores amigos, esos que me apoyan y me ayudan a levantar cuando he caído.

Esa tierra que tiene las comidas que más me gustan, los modismos que entiendo, las ropas tradicionales, el clima que disfruto, las playas que añoro, los animales que amo ¿Qué hago en otro lugar entonces? Escape porque mi novio me fue infiel y yo le fui infiel a mi pequeña provincia del Norte de Chile solo por querer escapar. Pero no me arrepiento de nada, porque gracias a que conocí la hermosa capital, me di cuenta de lo maravilloso que es mi árida región de Tarapacá. Por eso me voy dichosa, a reencontrarme con mi gente, que me espera, que me quiere y que me anhela, tanto como yo a ellos.

La sensación en el avión ahora que voy de vuelta a mi Norte, es diferente, la sensación me agrada, la ansiedad es otra. He crecido gracias a este viaje, he comprendido que no hay nada como volver a casa ¡Bendito viaje! Gracias a él, he recordado lo mucho que amo mi tierra.

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