Desde Menorca (from hell)

Desde Menorca (from hell)

Jesús Méndez

28/08/2017

Menorca no parece realmente una isla. Las playas vienen por lo general precedidas de acantilados, y el camino principal es central. A la mayor parte de las calas sólo puede accederse caminando. A pesar de su reducido tamaño, desde casi cualquier lugar hay al final mucho más cielo que mar.

“De esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia del cielo”. Comienzo de la novela El entenado, de Juan José Saer.

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En algún momento, alguien en España hizo todos los carteles de “Coto Privado de Caza”. El mismo tamaño y color, la misma tipografía.

Hay un hombre en España (que lo hace todo).

No hay nada a la vista susceptible de poderse cazar.

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Imagen: la forma exacta de los intestinos.

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Retiro lo que no te dije.

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Leo en ´Todos los ensayos bonsái”, de Fabián Casas: “El mundo, en definitiva, es un lugar salvaje que está montado en un crimen perpetuo. En Hablemos de langostas, el libro de ensayos de David Foster Wallace, el escritor se preguntaba si era necesario cocerlas vivas para que podamos tener un banquete más fresco. Creo que fue la respuesta a esta pregunta lo que lo indujo mucho tiempo después a colgarse de una viga”.

M: “En verano, cuando éramos pequeños, cogíamos cangrejos. Los poníamos en un cubo durante la noche. A la mañana siguiente aparecían muertos, por toda la casa”.

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Cuando el protagonista de la película “Una casa de locos” llega a Barcelona no deja de repetir la palabra “Urquinaona”. Cinco sílabas sin significado aparente, ni tan siquiera en el idioma original. Y sin embargo ése es el nombre que lleva una plaza central en la ciudad, casi imposible de esquivar. Una palabra ligada a una imagen (una plaza, una ciudad, una pérdida) que no existía antes en él y que ya nunca se irá.

Macarella, Macarelleta, Cala Mitjana, Mitjaneta, Algaraiens, Fornells, Cala Turqueta, Son Bou.

Con mayor o menor significado, la familiaridad y la repetición regalan a todo lugar sus propias Urquinaonas.

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Mensaje y fotografía enviadas desde Menorca, con motivo de una felicitación:

“Sea usted muy felicitado. Desde el infierno“.

Contestación:

“Cierto es que se ve bastante azufrado. Y terrible”.

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De vuelta de Fornells encendemos la radio del coche. Suena They don´t care about us, de Michael Jackson. Esa en la que “el rey” aparece en una favela brasileña junto con una banda de tambores y panderetas. Casi al unísono comenzamos a seguir el ritmo dando golpes al coche: al volante, la guantera, al reposabrazos. Se antoja un ritmo tan natural que sorprende no haberlo escuchado antes de esa canción, porque parece que de alguna forma lo hubiéramos escuchado desde siempre, que viniera ya con nosotros pero alguien tuviera que recordárnoslo.

(¿una de las Ideas de Platón?)

Una sorpresa en el re-conocimiento.

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Enfrente del hotel Chelsea de Nueva York me puse a escuchar a Leonard Cohen. No tenía Chelsea Hotel, pero dio igual. Escogí Famous Blue Raincoat y la escuché entera, de principio a final, mientras la gente pasaba, miraba algo extrañada

(no sueles visitar la catedral de tu ciudad)

empezaba a llover y C. se hacía la despistada a 20 metros de distancia,

(a thousand kisses deep?)

avergonzada. Cuando seis años después llegué al faro de Cap de Cavalleria tenía la lección aprendida. Ese no era el faro que aparecía en Lucía y el Sexo. Médem había rodado la película en Formentera, y no había rastro de Menorca en toda la película. Ni siquiera el recuerdo era similar: aquel era una torre aislada, al final de un camino desértico. A Cavallería se accedía a través de campos, y la torre contaba con una especie de edificio anexo. Pero M. dijo: ¿estás seguro? Dijo: Yo creo que puede ser. Y yo me dejé caer en la trampa como Paz Vega se dejó caer por la cueva del faro de Barvaria. Y pensé que por qué no. Y saqué montones de fotos, y miré el camino una y otra vez grabándolo en la cabeza para añadir la sensación a la imagen y no le escribí a Najwa Nimri pero decidí que ése era el faro y que si luego resultaba que era otro, entonces

Entonces ya tendría dos.

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En Todos los ensayos bonsái, de Fabián Casas: “Sobre el fin del milenio, las personas que tienen asegurada casa, comida, entradas al cine, ropa y discos viven hostigadas por la idea de que hay una fiesta, una gran fiesta, pero que está siempre sucediendo en otro lado”.

Yo, aquí, a veces, dejo de notarlo.

Claro que Casas continúa:

“Les tengo malas noticias, amigos: la fiesta no está en ningún lado”.

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En Twitter, el escritor Jorge Carrión:

“Quienes dicen que las playas de las islas del Mediterráneo son como las del Caribe no conocen bien el Caribe”.

Unos días después, el propio Carrión escribiría también:

“El turismo es el último refugio de los trabajadores”.

Creo que hay algo de infinito en esa frase.

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Preguntas aparecidas durante el viaje, no todas ellas resueltas: quiénes fabricaron los primeros barcos, por qué no es aún viable la criogenización (si el ADN, el ARN y las proteínas admiten la congelación), cuál es la ventaja evolutiva de que las abejas mueran al clavar el aguijón, qué clase de mecanismo o sustancia concede esa firmeza a las barrigas de los más viejos.

¿Niegan las abejas a Darwin?

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En una entrevista a Alice Munro:

“Ya no sirvo para una vida normal: he escrito tantos años que no sé hacer nada más”. Y también, justo antes: “Cuando dije lo de abandonar (la escritura) sinceramente lo creía. El trabajo me estaba resultando demasiado duro y pensé que me había llegado la hora de llevar la vida de una señora normal. ¡Y lo hice! Por unos seis meses. Salí a almorzar con amigas, me dediqué a la jardinería, a la caridad. Fue horrible”.

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Amigos, había olvidado lo redondo que es el sol.

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