Hacía varios días que no se veía a Claudia. Viajera impenitente nada colmaba su innata curiosidad. La comunidad sacaba provecho de sus investigaciones y, por este motivo, nadie exigía su participación en las labores cotidianas.
Empezó a circular la idea de que, quizás, sería el momento de salir en su búsqueda; investigar acerca de la ruta que hubiera seguido en este viaje.
Pero Claudia era reservada y no hacía a nadie participe de sus pesquisas. No tenía un motivo especial para este secretismo: simplemente poseía un espíritu libre e independiente y no se le ocurría que a alguien le pudieran interesar sus excursiones siempre que el resultado de las mismas fuera productivo.
Cuando era una joven e inexperta viajera se dejó guiar por compañeras experimentadas, pero, poco a poco, las expediciones del grupo dejaron de colmar sus expectativas. Nadie era tan arriesgado, ni tan feliz en soledad.
Este viaje comenzó, como todos, por territorios conocidos en los que conseguir sustento era tarea fácil. Y sus movimientos rápidos, su mente despejada de posibles amenazas llenaron su imaginación de instantáneas de colorido intenso con las que latía más deprisa todo su organismo. ¡Un nuevo viaje!¡ Un mundo maravilloso!
La primera meta que se había impuesto era descabellada para cualquiera de sus compañeras.¿ cómo escalar una pared escarpada? Nunca necesitaron, en su comunidad, arriesgar tanto.
Se aproximó, expectante. Distinguió muy cerca unos arbustos que subían, intrépidos, insertando pequeños filamentos entre las rugosidades del material y, decidida, comenzó a escalar centímetro a centímetro, respirando acompasadamente. Cuando alcanzó la cima la vista era espectacular.
La aventura colmaba todas sus ansias de conocimiento de un mundo que ella imaginaba inabarcable. Y decidió que, una vez logrado su primer objetivo, debía continuar y así poder narrar a la vuelta sus descubrimientos para que las generaciones futuras aprovechasen sus enseñanzas y asegurar nuevos caminos de supervivencia de la especie.
Su ruta, ahora, se adentraba en un desierto llano, impoluto, marfileño y a lo lejos se distinguía, de nuevo, una extraña pared color carmín que se movía acompasadamente al impulso de una fuerza misteriosa. Claudia quedó sorprendida. Esta pared aterciopelada se escalaba con facilidad pero, una vez en la cúspide y sin previo aviso, se precipitó al vacío dentro de un cráter resbaladizo.
Entonces fue cuando conocí a Claudia.
Mi primer impulso consistió en abrir el grifo, ahogar a la hormiga intrusa y que saliera de mi casa por el desagüe.
Pero entonces recordé la visión del cosmos que mi madre predicaba día sí y otro también. Disertaba acerca de lo poco que sabemos de nuestra existencia en este mundo, ni del lugar que ocupamos en el mismo.
Siempre decía: “ tened en cuenta, hijos míos, que somos como hormigas a las que pisamos sin querer o atropellamos a conciencia cuando se aproximan a nuestros alimentos y de que pueden existir, perfectamente, otros seres que no vemos y que tienen la misma capacidad de aniquilarnos a nosotros o por placer o para cubrir sus propias necesidades. ¿ Quién provoca los terremotos, los tsunamis, los tifones etc…?”
Rescaté a Claudia del lavabo, bajé al jardín y la deposité con cuidado cerca de donde sabía se hallaba un gran hormiguero. Quise darle la oportunidad de poder narrar su experiencia para provecho de su especie.
Sin conocimiento no prospera ninguna civilización.
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