Se le pegaban a la piel las paredes, los parques, las tiendas, los vecinos, el trabajo, las ventanas, los coches…

Soñaba con cuerdas que le apretaban y que también se le pegaban a la piel; hasta que su psique comenzó a perderse por caminos y su cerebro quedó atrapado en los árboles.

Entonces no pudo parar de soñar que unas manos tiraban de ella y que tenía que dar un giro a su banal existencia.

…Tenía que ser un viaje espiritual. Un viaje místico de esos que hacen las personas diferentes, de esos que te cambian la vida. Un viaje para encontrarse con ella misma.

Lo planeó minuciosamente. Iría sola para que nadie perturbara su paz interior. Destino, como no, la India. En el avión no podía más que respirar profundamente y sonreír…

Vivió un shock emocional. Cuando despertó estaba en un Ashram en Rishikesh, tan frágil que apenas podía hablar para responder a las preguntas que allí le hacían. Tres días con unas fiebres altísimas.

Nada era como ella lo había imaginado. Débilmente recordaba su incredulidad al bajarse del avión; mucho ruido, muchos vendedores, muchos colores, muchos olores, mucha miseria… y un calor que se le pegó a la piel. Y mosquitos, muchos mosquitos.

…Qué más da si fue el agua de aquella fuente o algún insecto que le picara. Su último recuerdo del viaje a India es andando por el puente sobre el río Ganges, llorando y rodeada de monos que querían quitarle la comida.

Regresó a España a recuperarse del impacto.

No tardó en volver a sentir cómo se le pegaban a la piel las paredes, los parques, las tiendas, los vecinos, las ventanas, los coches…

Y volvió a soñar con cuerdas que le apretaban, que también se le pegaban a la piel; y despertó más de una vez sobresaltada cuando un grupo de monos la rodeaban para quitarle no sé qué.

Cada vez era más fuerte la sensación de que unas manos tiraban de ella… El verano no había terminado aún y su búsqueda interior no podía acabar ahí. Pensó que su primer sueldo digno tenía que ser aprovechado.

Se lo merecía. Ahora sería un viaje distinto, de placer; su única motivación -aparte de conocer una cultura distinta-, sería la diversión.

Esta vez viajaría a Cuba; ya se veía bebiendo mojitos y bailando rodeada de morenos.

Una sonrisa de oreja a oreja le iluminaba la cara.

…No sabe cómo se dejó convencer por el cubano que viajaba junto a ella en el avión. Y no sabe cómo, de una casita reservada por internet, terminó de huésped en casa de ese negro que no paró de hablarle hasta que llegaron a la isla. «Conocerás los intríngulis de La Habana», le dijo mil veces…

Y los conoció, vaya si los conoció.

Camino a la casa situada en la Habana Vieja, les sorprendió un chaparrón. Llovía casi con enfado, y no paró de llover hasta que el agua negra de barro y suciedad les mojó las rodillas; por lo visto esos esos chaparrones repentinos eran normales allí. «No pasa nada -dijo el cubano-, ahora tomas un buen baño y marchamos a tomar ron al Malecón«.

Pero cuando llegaron a la casona habían cortado el suministro de agua hasta por la noche.

Sudorosa y pegajosa intentó disfrutar del baile; casi se echa a llorar cuando fue a pagar el mojito y se dio cuenta que le habían robado la cartera.

Hubo cosas buenas, claro, diría que sorprendentes; pero no era lo primero que se le venía a la cabeza cuando recordaba aquel verano.

Tuvo que viajar hasta la India para darse cuenta del miedo que en tantas ocasiones la paralizaba; y hasta Cuba para darse cuenta de lo manipulable que era.

Quizás si no hubiera tenido expectativas, si se hubiera mostrado más firme en sus propósitos… todo habría tenido un final distinto.

Pasó ese invierno soñando con negros que la rodeaban para quitarle la cartera; con monos que bailaban salsa; con fiebres que casi la matan y con saris que atrapaban moscas y no las dejaban volar.

Y esas manos siempre tirando de ella.

Ya pensaba a dónde viajaría el próximo verano…

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS