Cuando se tumbó en la cama la humedad del trópico la envolvió como no lo había hecho en días anteriores, el calor era espeso y la capa de sudor que la cubrió por completo dejó la sábana empapada bajo sí, pensó que eso era inaceptable, pero no se movió, de haberlo hecho el dolor hubiese sido agudo e intenso. Los hombros y todas sus prominencias eran un solo ardor, después de un día de sol y varios cócteles hechos con licores baratos solo tomó agua cuando se acercó a la barra libre del hotel por última vez. El vómito de unos minutos antes se resumía en la alfombra y comenzaba a alcanzarla una tufarada que se mezclaba con el amargo sabor que le había quedado en la boca, acarició sus dientes superiores con la lengua y los sintió ásperos, gastados de tanto ácido, “I´m so fucked up” se dijo y trató de recordar cuanto tiempo había pasado desde aquel accidente pero se sentía obnubilada, hoy se sentía diferente, había partes de ella que no sentía. Quería estirarse pero le faltaba voluntad, cerró los ojos, aflojó todos los músculos y respiró profundo, trató de meter todo el aire del cuarto en su pecho pero la arcada no la dejó, cada vértebra era una espina que desgarraba el colchón y sintió que se hundía, el charco que se había formado debajo de ella con su propio sudor era un mar que la tragaba, podía ver a cada lado como la sábana discurría hacia el oscuro fondo bajo su propio peso el cual sentía ligero, el techo cada vez se hacía más lejano y sus estrellitas titilantes cada vez más pequeñas. Conciente de estar siendo tragada por la cama quiso extender los brazos, asirse con ambas manos de la orilla de ese abismo, pero no se movió. Se dejó caer.

Al abrir los ojos la vio. Esta mujer a la cual no veía desde hacía 5 años, 6 meses y 20 días estaba sentada a su lado, con su pelo largo, negro, ondulado, ufano, libre, su cuerpo carnoso, joven y firme despojado de toda vestimenta y atadura irradiaba luz de luna. Se paró, la arena se desprendía de ella como escarcha sobrante, estando al lado de la cama encendió un cigarrillo y el humo salía de su boca como vapor en cámara lenta, le preguntó dónde había estado, por qué tenía ese aspecto pero en verdad no esperaba ninguna respuesta, lo sabía. El piso estaba cubierto de cayenas y ella cadenciosa caminaba sin aplastarlas, se acercó al ventanal abierto y allí se paró a mirar la playa, a sentir el ambiente cargado de sal y ron, las palmeras se batían suaves en el viento que se colaba por la ventana y movía las cortinas que enmarcaban su cuerpo que parecía un planeta gaseoso, brillante, envuelto en una bruma que borraba sus bordes. La miró ahí parada de espaldas a ella, serena, contemplativa, y quiso tocarla, meter sus manos en el arbusto que era su pelo, respirar hondo y olerla, pero no se movió, en vez la vio saltar por la ventana y caer como gato en el piso. Arrancó a correr hacia el agua, iba tan rápido que la arena no se levantaba a su paso, no proyectaba sombra, solo ella parecía existir y moverse, alcanzó la orilla y más allá, miles de gotas salieron disparadas cuando se lanzó de barriga contra el agua oscura, caliente y llena de pececitos que la mordían como si le quitaran el borde a una hoja de pan. Quiso irse detrás de ella, ser agua y cardumen para envolverla también pero en vez era piedra y no sintió más que su suave golpe contra el fondo.

El cuarto se llenó de luz, las cayenas se multiplicaron, las estrellas se convirtieron en libélulas, y ella hundida en su hoyo de algodón, poliéster y resortes permaneció, caracoles reemplazaron sus ojos, algas fueron su pelo, corales nacieron en los agujeros de su piel, cangrejos se escondieron en su nariz y la arena que venía con cada ola fue rellenando el espacio a su alrededor hasta que no hubo más, la playa la devoró. El viaje había terminado.

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