Su nombre es Madrid

Su nombre es Madrid

Naroa Vega

03/08/2017

Puse un pie en el suelo. El cimiento. La tierra trabajada por los años, obreros y ciudadanos. Pisé con fuerza, nada quedó alterado. Arrastré mi maleta por Avenida América y crucé los pasillos desconocidos en busca de la parada de metro hacia Arganda. Mis pies no conocían el camino y mis ojos buscaban los carteles en busca de señales que indicaran mi destino. Iba bien acompañada. Mi eterna compañera de viaje y la que se convertiría en la mujer de mi vida.

Viajamos durante veinte minutos en el metro. Viajamos durante horas en mi mente. Horas bañadas en nuestras risas y en las miradas extrañas de los viajeros. Llegamos a nuestro destino: la casa de un viejo y nuevo amigo.

Subimos un colchón desde el sótano. Cantamos canciones de películas antiguas. Cenamos pizza acompañados de una película que nos hizo llorar. Y hablamos durante horas hasta quedarnos dormidos en una cama demasiado pequeña para nuestra amistad.

Dormimos cuatro días bajo aquel cielo acompañadas de las estrellas y el calor de la ciudad. Una hora. Siete horas. Dos horas. Seis horas.

Navegamos cinco días bajo aquel cielo acompañadas del sol, el calor, la gente y las calles. Recorrimos cada esquina, cada árbol, cada edificio y cada centro. Conocimos gente y conocimos calles. Vimos lo nunca visto y lo siempre observado.

Jugamos a las cartas sentados en un césped y caminamos de la mano para no perdernos entre la gente. Comimos comida rápida porque queríamos que el tiempo se ralentizada, más despacio, se parase y volviese a empezar para revivir aquello que añorabamos. Pero, como siempre, el tiempo vuela entre risas y se acelera junto con los corazones jóvenes y enamorados.

Fui lo más feliz que he sido nunca cuando nos besamos en la esquina de una calle desconocida. Habíamos perdido a nuestros compañeros de viaje, quienes avanzaban mucho más rápido que nosotras. Habíamos perdido la cabeza la una por la otra, aunque ya estábamos locas antes de conocernos. Tardamos demasiado en besarnos y mucho en llegar al bar donde habíamos quedado. Me paraba cada cuatro pasos para regresar a tus labios y tú te parabas en los siguientes cuatro. Dejamos que los semáforos cambiasen de verde a rojo y de vuelta a tus labios. Estuve a punto de retenerte de por vida, y tú estuviste a punto de secuestrarme en Madrid. Estuve a punto de perder el bus de vuelta a Bilbao, porque ya estaba perdida en ti.

La vuelta dolió más que la rápida despedida que ninguna de las dos quiso protagonizar. Huimos lo más rápido que pudimos, pensando que aquellos días podían no afectar. Deseando que se quedase solo en eso, cuando ambas queríamos mucho más.

La vuelta dolió más que la despedida. La vuelta fue amena. Comims de vuelta en Avenida América. Tú no estabas, solo con mi eterna compañera de viaje me encontraba. Tú no estabas, pero giraba la cabeza cada cinco minutos esperando ver tu roja melena.

Tú estabas, en mi corazón, bombeando mi sangre y reteniendo mi respiración.

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