El comienzo de una aventura

El comienzo de una aventura

Sara Esteban

19/07/2017

Aún recuerdo aquella mañana húmeda y fría de febrero. Me levanté más temprano que de costumbre, pues tenía que ultimar los preparativos para la llegada de mi novio. Llevábamos saliendo oficialmente desde Navidades cuando regresé a Madrid. Un año antes nos habían presentado unos amigos de la universidad y el pasado verano habíamos estado quedando juntos. Para su estancia lo tenía todo planeado, primero le enseñaría Bolonia, donde estaba estudiando, una bella ciudad renacentista con calles porticadas, atestadas de estudiantes y bicicletas reutilizadas. Luego, viajaríamos a Venecia en época de Carnavales. Los famosos y exóticos carnavales venecianos. Ya había estado en Venecia, pero no en esas fechas tan especiales y tampoco con tan buena compañía. A ambos nos hacía mucha ilusión el viaje.

Me abrigué al salir del piso, el día era oscuro. El frío que hacía no era normal, se te metía en los huesos y no había manera de entrar en calor. Recuerdo que incluso en los lugares cubiertos tiritaba. Estaba ya regresando de hacer la compra cuando una de las bolsas de plástico se rompió. Lo pase realmente mal recogiendo todos los productos alimenticios y llevándolos como pude apretados a mi cuerpo para que no se cayeran de nuevo. Una vez en casa pude respirar tranquila, aunque en realidad no lo estaba. No se me olvidará nunca los nervios que sentía al llegar al aeropuerto, no sabía si recibir a mi invitado con un beso o un abrazo. Ahora sé que a él le sucedió lo mismo, además era la primera vez que viajaba solo y no conocía el idioma. Recuerdo que esa noche estuvimos paseando por las calles poco iluminadas de aquella vecchia e bella città italiana. Fue una bonita noche juntos. Al día siguiente estuvimos haciendo turismo, ya que quería que conociera el patrimonio boloñés y la cultura italiana. Por lo que también comimos en las mejores pizzerías del lugar. Asimismo, me encantaba hacerle partícipe de mis descubrimientos artísticos y mi rutina, como sigue ocurriendo a día de hoy.

Por fin llegó el día que había estado imaginando tanto tiempo, Venecia en carnavales. Madrugamos mucho, pero poco nos sirvió, pues perdimos el regional por unos pocos minutos de diferencia. Menos mal que salía otro tren una hora más tarde, aunque tuvimos cuidado de ser puntuales para no volver a perderlo. En una hora y poco comenzamos a divisar el mar antes de llegar. Llevaba conmigo una cámara réflex digital que me habían comprado mis padres como regalo de navidades para tomar buenas fotografías durante mi período Erasmus, que estaba aprovechando para viajar por toda Italia. Nada más bajar del tren nos topábamos con una gran cantidad de carteles que enunciaban: “Carnavale di venezia 2014: La natura fantastica”. Pese al frío decidimos comprar unos buenos gelatti italiani mientras buscábamos la Plaza de San Marcos para visitar el duomo.

Las estrechas calles y sus canales tenían algo mágico, y más a su lado. Era una escapada romántica de ensueño. Además, a lo largo del día nos fuimos topando con personas disfrazadas, ataviadas de época y mascaradas, era un sueño hecho realidad. No olvidaré a aquella pareja mayor que vestían peluca estilo Luis XIV, y a la madre que iba acompañada de sus dos hijas engalanadas con ricos vestidos de la Edad Moderna. Por doquier había tiendas y carros llenos de máscaras. Éstas junto a los accesorios de Cristal de Murano eran lo que más abundaba en la ciudad. Encontrábamos desde las más sencillas a las más ostentosas, desde máscaras propias de típicos souvenirs a otras artesanas que portaban ricos tocados. Las formas, colores y materiales de éstas eran de lo más variado. Compré varias para regalar a mi familia y otra para mí, aunque ya tenía una de mi primer viaje, pero eran tan bonitas y distintas que no sobraban.

El día en Venecia fue tan precioso como agotador. Visitamos muchas iglesias, como la de Santa María dei Frari cuyo altar contenía un espectacular lienzo de la Asunción de la Virgen de Tiziano. Y nos hicimos millones de fotografías en los distintos puentes que conectaban los canales de la ciudad acuática. En cada callejuela nos topábamos con labradas fachadas palaciegas, tanto clásicas como barrocas. Pero quizás lo más teatral y fascinante era cómo muchas calles estrechas daban acceso a amplias plazas monumentales, como en el caso de la Basílica de Santa María della Salute. Los gondoleros también formaban parte de la pintoresca Venecia. Aunque, no pudimos montar en góndola, pues era demasiado caro para unos estudiantes. Sin embargo, disfrutamos igual o más de la exótica ciudad marítima y de sus espectaculares vistas, sobre todo la del Gran Canal.

Ya cuando iba cayendo la noche fuimos hacia el canal donde iba a transcurrir la cabalgata marítima. Las calles estaban atestadas de gente. Era muy agobiante, apenas cabía un alfiler. Estuvimos bastantes minutos esperando cuando vimos aparecer una barca como una carroza, pero acuática. Sin embargo, solo se trataba de un bote que se había descoordinado del grupo. Iban con retraso, de hecho demasiado. Mi novio y yo mirábamos continuamente la hora. Estábamos alarmados, puesto que el último tren salía en poco tiempo. Como no podíamos perderlo, muy a nuestro pesar, tuvimos que sortear a la multitud y alejarnos del canal en dirección a la estación ferroviaria. Había sido un día muy especial, a pesar de no haber podido ver la cabalgata.

El último día quisimos despedirnos a lo grande cenando en un buen restaurante ubicado en un enclave especial, se trataba de los restos de un torreón antiguo y la pasta que comimos allí estaba deliciosa. Daba pena que su visita a Bolonia terminara tan pronto. Se nos había hecho muy corta, pero la habíamos disfrutado mucho. Y sobre todo, fue el inicio de una gran cantidad de viajes que seguimos realizando. Fue el comienzo de una gran aventura juntos.

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