Los viajes que dejan huellas.

Los viajes que dejan huellas.

En 1983 a mis 21 años de edad inicie una bonita carrera, la docencia, en un colegio estatal de nueva creación, “José Santos Chocano de La Loma- jurisdicción del distrito de Salcahuasi- provincia Tayacaja y departamento Huancavelica.

Cada viaje era una historia, pues en una de ellas he vivido una terrible experiencia con uno de mis embarazos que me hizo acudir a consejos tradicionales con resultados fabulosos. La rutina era mensual y se repetía de mes a mes y de año en año. Estos viajes se realizaban obligatoriamente para realizar gestiones diversos y pagar los gastos que ocasionaba tener un hijo o hermanos menores estudiando en la ciudad.

En uno de estos viajes, después de las vacaciones del primer semestre salía muy contenta y haciendo planes de una buena estadía y de calidad con los míos, para entonces, tres años después estaba esperando la visita de la cigüeña con tres o cuatro semanas de mi segundo embarazo.

Tomé el camino que conducía a la quebrada de Kerker, donde había que tomar un baño obligatorio en el río del mismo nombre. La frialdad del agua era gratificante para recobrar fuerzas en las piernas que las había perdido por la caminata con zapatos de planta tractor, parecidos a los borceguíes de los militares para protegernos de las serpientes que aguardaban a los viajeros envueltos entre los matorrales o paredes (pircas de las chacras) y lagartijas verdes y negras que cruzaban los caminos cual rayos del sol.

Luego de un breve descanso tomamos las mochilas y las bolas de guayabas (fruto agradable de la quebrada), revisamos el lugar para proseguir caminando hasta Matibamba, donde realizaremos un segundo descanso en este trayecto me cruzaban las lagartijas, las cuales me causaban pánico, sentía adormecerse mi cuerpo pero tenía que seguir a la caravana de profesores sin demora alguna para no alejarme del grupo.

Tratando de contener el terror por las serpientes y lagartijas que abundaban en días soleados, iba sorteando el camino con estos reptiles, pero llegar a Matibamaba era fasinante por ser un pequeño paraíso rodeado de árboles frutales y las plantas de cafeto, el ruido de las chicharras, los grillos, el arrullo de las palomas, loros, que convierte el espacio en un ambiente aromático y hospitalario. Gozamos de todo lo bello por unos momentos para proseguir el viaje con más deseos de estar en casa.

La fuerza se apodera y siento agilidad en todo mi ser. Luego de 45 minutos de camino cuesta arriba llegué Acobamba, con una bolsa de chirimoyas en la mano me dispongo dar un paseo en busca de cena y hospedaje hasta las tres de la mañana del día siguiente, es cuando partirá el camión de carga y sobre ella la esperanza de llegar a Huancayo. La travesía de 5 horas cruzando cerros y montañas altas cubiertas de nieve, donde, muchos de los viajeros sufren los estragos de mal de altura (el soroche). Es así la rutina del viaje mensual, llegó diciembre nuevamente a casa. El 31 de marzo del año siguiente nació mi pequeña Séfora una niña muy linda, pero, tenía un defecto, de rato en rato sacaba su lengua muy delgadita, la cual me preocupaba mucho, indagando tradicionalmente y consultando con las personas de la zona me dijeron que mi hijita tenía mipa de algún animal. –Me preguntó qué es lo que te asustó en los primeros meses de embarazo- La recordé con gran facilidad y le respondí – en los viajes de sálidas y entradas a mi trabajo me asuste con las lagartijas que corren a gran velocidad en casi todo el trayecto de Potrero a Acobamba. –Ah fácil toma una lagartija envuélvelo en una tela y hazle uriwa. Enseguida acudí donde la señora Lidia, dueña de la casa, ella me ayudó conseguir la lagartija y con la uriwa, le pasó desde la fontanela hasta la planta de los pies repetidas veces, hasta terminar el ritual con la expresión -uriwa, uriwa,… que cubrió todo el cuerpecito. Fue así que mi pequeña volvió a su normalidad. Desde entonces respeto la cultura y tradición popular.

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