Vayámonos que asesinamos la tierra

Vayámonos que asesinamos la tierra

Giova Herrera

05/07/2017

Era el día. El día que la humanidad pensó nunca llegaría, un día que pudo haber sido ayer, un día que puede ser hoy, o el día que será mañana. ¿Pero de qué día hablo?, me refiero al final de la tierra, a la extinción del planeta que habitamos, al asesinato del globo terráqueo, ese del cual fuimos cómplices todos los humanos.

La humanidad alistaba las maletas, se empacaba lo indispensable, había que huir del planeta que asesinamos. Naves esperaban en pistas improvisadas a todo aquel que lograra la hazaña de llegar donde el virus humano tomaría rumbo a otro planeta. Caminábamos con pena, todos sumergíamos la mirada sobre el suelo, miradas que los ojos decoraban con lágrimas. Los abuelos contaban a sus nietos que este planeta en una época fue maravilloso, que había agua en cantidades, que el color verde nacía en las montañas y vivía en los árboles, que el aire era puro, que los perros gatos y otra cierta cantidad de animales eran mascotas y no alimento, pero aquellos pequeños no creían tanta maravilla, casi ni aquellos que contaban las historias lo creían, y con justa razón, como creerlo, si el agua era un privilegio de los millonarios, si el color verde era sólo eso, un color, ya no representaba vida, como, si el aire era sinónimo de enfermedad y en los peores casos de muerte, y mucho menos aquella infamia de que los perros y gatos eran mascotas, si todo animal que respirara ya era digno de nuestros estómagos.

Las filas para abordar las naves eran interminables, infinidades de voces preguntaban, ¿a qué planeta nos dirigimos?, nadie tenía respuesta para esas voces. Los locos que habían previsto el fin del mundo gritaban se los dije, se los dije, al fin de cuentas no estaban tan locos, los ateos oraban, los ambientalistas seguían marchando por el respeto al planeta, los vegetarianos comían carne. La tierra estaba siendo el salón donde se ilustraba la obra de teatro más cruel. Pero de lo que más se hablaba era del viaje, los que formaban parte de las filas dialogaban sobre como seria su nuevo planeta, los que buscaban con ansias la naves se refutaban unos a otros que por aquí era el camino, los que no tenían el privilegio de abordar las naves se preguntaban cómo iban a morir, los noticieros, periódicos, radios, sólo informaban de la inmundicia que era la humanidad, como si ellos no fueran humanos.

De repente una de las naves daba la señal de despegue. Niños, mujeres, ancianos y todo ser humano que logro abordarla no podía contener el llanto, siempre me pregunté por qué lloraban, si por la felicidad de dejar la tierra, o por el hecho de haber sido cómplices de su destrucción, lo único cierto era que todos lloraban, incluso aquellos que veían partir la nave, hasta yo derrame tres lágrimas, ni una más y ni una menos, exactamente fueron tres. La nave ya volaba en los opacos cielos del planeta, todos aplaudíamos, los cantantes interpretaban sus mejores canciones, los políticos prometían un gran hogar, los deprimidos reían y los alegres lloraban, pero la nave no cumplió su cometido, después de varios segundos en el aire, se prendía en llamas, para acto seguido explotar en mil pedazos, las filas se rompieron, los cantos se convirtieron en gritos y las lágrimas ahora eran más abundantes. Mientras los primeros viajeros culminaban su viaje sin llegar a su destino, abajo el miedo era el sentimiento que se ponía de moda, los niños les pedían a sus padres no abordar las naves, los pilotos e ingenieros imploraban calma, prometían encontrar el error y solucionarlo.

Llegaba la noche, se armaban campamentos inmensos, cada humano tenía derecho a un vaso con agua y a un trozo de pan duro, éramos privilegiados, ya que muchos morían olvidando el sabor de la tan esencial agua. Me acerqué a un grupo donde un anciano era el centro de atención, era tan viejo como sabio, decía que nosotros los humanos éramos el cáncer del planeta tierra y, lo peor que cada día hacíamos metástasis, pero hubo una frase que me marcó, dijo que los que se marchaban eran unos cobardes, pero que la tierra hubiera agradecido que se acobardaran hace muchos años atrás. En ese momento no supe si marcharme era lo correcto, tenía que hablar con el viejo a solas, espere que terminara su informal reunión para abordarlo, recuerdo que le grite viejo sabio espere, él detuvo su marcha y me dijo, te equivocas conmigo, ¿por qué acaso no es sabio?, a lo cual el me respondió, si lo soy pero no soy viejo, en ese momento los dos soltamos carcajadas inmensas, y como no hacerlo si aquel viejo tenia todos los años, sus arrugas lo delataban. Qué quieres pregunto, ¿tengo qué ser cobarde y marcharme?, a lo cual respondió, si hijo, se cobarde, y se fue, así como se fue la vida de la tierra, lento pero a pasos agigantados.

Al siguiente día las filas nuevamente eran inmensas, la gente estaba más angustiada de lo normal. Los pilotos e ingenieros difundían la noticia de que los problemas ya habían sido solucionados. De nuevo una de las naves daba la señal de despegue, otra vez el mismo ritual, yo estaba acobardado, si acobardado de huir del planeta que ayude a destruir, esta vez la nave si lograba salir del globo terráqueo, inmediatamente todos se alborotaban para poder tener un puesto en las siguientes naves, golpes iban golpes venían, me acobarde más, en ese momento recordé las palabras del viejo sabio, se cobarde me dijo, así que decidí quedarme en el planeta que ayudé a asesinar, me retiré dándole la espalda a mis cómplices en el crimen de la tierra.

Las naves empezaron a partir, algunas explotaban, otras se marchaban, nunca supé donde llegaron, o si llegaron, lo único seguro era que el virus humano estaba desapareciendo, mientras la tierra se lamentaba por no habernos exterminado antes.

¿Quiénes se quedan?.

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