Dos mil cuatrocientos años le digo que tengo, y me encanta la cara que pone, y lo veo dudar entre seguir adelante, despreciando al andrajoso interlocutor y la curiosidad de todo hombre de mundo, por saber a qué se debe tan falso misterio.

Da tres pasos decididos que parecen alejarlo, pero se frena, suspira y se vuelve a que le cuente cómo, se puede entender tan extraordinaria circunstancia, cuando aparento poco más de treinta.

Me estiro para simular, sino más alto sí más hermoso, dándome el porte de un conquistador, y le respondo que estoy más envejecido de lo debido, por causa de las aventuras que he recorrido antes de mi deambular por la muerte.

Su atención está conmigo, engatusado como el ratón ante la serpiente. Silabeo pues mi historia, largo y corrido camino de viajes por distintos continentes, comandando a hoplitas valientes y aprendiendo de filósofos impertinentes.

Horas reunificando polis, cazando a los traidores que a mi padre dieron muerte, atravesando el Mediterráneo para someter a legendarios reyes, combatiendo entre falanges y jinetes, en hostiles desiertos o profundos valles. Hasta el mismísimo Ganges llevo a mis interlocutores, esos que se han ido sumando al primer turista que abordé, saliendo del total de trances, sin ningún rasguño, ni dolor, a pesar de los espadazos, flechazos, lanzazos… A pesar incluso, de habernos enfrentado a ejércitos inabarcables y reinos inexpugnables, dejando a nuestro paso, resueltos nudos gordianos y fundadas ciudades como la que ahora nos acoge, para volver cada uno de nosotros a nuestro rincón de esta Alejandría, que tantos años tiene ya de vida y que recibe a los miles de almas viajeras que, con su generosidad, me dejan seguir conservando mi leyenda.

Y este viejo, efebo en apariencia, al que ni coronas, ni ejércitos aguardan ya, se despide de ustedes señores viajeros, con una reverencia, y se vuelve al amparo de la biblioteca, entre cuyos restos calcinados duerme solo, pero contento, almacenando los aplausos que amablemente, por mis hazañas, la historia y sus viajeros me van brindando, para a continuación irse a descansar su alma de guerrero.

Cosa que hará merecidamente después de revivir una vida de tanto ajetreo, pero no sin antes escurrirse entre las estanterías para recoger de entre las cenizas nuevos pergaminos, en los que poder leer las leyendas de su propia vida, con las que mañana, teniendo dos mil cuatrocientos años y un día más, entretendrá a aquellos nuevos viajeros, espectros del tiempo, que guiados por el haz de luz que proyecta el recuerdo de nuestro famoso faro, arriben, ávidos de misterios y aventuras, soplando sobre el polvo del pasado, a la ciudad que tuve a bien fundar, allá por el año 332 antes de Cristo nuestro señor.

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