Lo que no dice el diccionario

Lo que no dice el diccionario

romina zucarelli

27/06/2017

Un viaje no comienza al encenderse el motor sino días atrás, cuando la comida adquiere otro sabor, los sueños se tornan más reales y no se evita el recuerdo de cálidos abrazos del ser amado.

El viaje es anhelo cuando el destino nos alejó de nuestra historia y nos sentimos solos al enfrentar una rutina que siempre sabe consumir nuestros ánimos; es insomnio cuando el tiempo regala su velocidad; es eso que debemos disfrutar pero al estar en él olvidamos hacerlo, porque una ansiedad humana se adueña de nuestros cuerpos, domina nuestros corazones.

Sinónimo de cosas agradables al alma: reencuentro, mates, sobrinos, hermanos con mucho por contar, es la sensación de que Dios se redime, y la certeza errónea de que nada ensombrecerá la plenitud alcanzada.

El viaje es olvido momentáneo del tempus fugit y recuerdo abrupto del fin encarnado en esa vuelta que recibimos en el deja vu incansable de quien ansía, adolece la espera y llora el adiós pero escoge vivirlo cada vez como si fuera la primera.

La inocencia nos incita a creer ciegamente que todo viaje incluye en su letra chica: felicidad que le preceda, deseos que lo motiven y bolsos cargados de momentos felices, resistiéndonos a asumir que sus segundos memorables no se fuerzan, no se sienten obligados a satisfacernos ofreciéndonos solo aquello que deseamos vivir, que nuestra capacidad de condicionarlos es un absurdo en el que creemos bajo nuestro propio riesgo.

Deslizándonos de casa hacia mis abuelos, cargando cajas, amarguras y una breve esperanza bajo el brazo, dejando atrás ocho años de pequeñas historias, aguardamos a la operación de una porción de nuestro mundo para despedirnos de una hermosa provincia que no supo darnos nada pese a los intentos por robarle una oportunidad, un porvenir para nuestra exhausta familia, comenzando a vivir con la primera muñeca guardada un viaje sobrecargado de memorias.

Ángel viajo del cuarto al hospital, de una habitación con paredes que reflejaban su temor y secretos, a salas de operaciones, perdiéndose entre anestesias tras jurarnos celebrar mi cumpleaños y su mejoría, apagando su aliento mis velas un 29 donde solo es posible celebrar hoy, a una juventud de distancia, mi primer promesa incumplida.

Dicen que la vida es un viaje cuyo final no se planea, pero en mi mente inacabada solo comprendí que es un niña jugando a ser un tren, un aparato de esencia cínica que voluntariamente descarrila para convertirnos en manchas de acuarela que se extinguen sobre la alfombra.

La misma vida que jamás se detiene a esperar y que desde mi primer año nos meció por el mapa de argentina arrebatando amistades, hogares y esas pequeñas cosas que parecen importantes pero al quedar en el camino olvidamos recodar, nos estacionó finalmente, y por ahora, a 1000 kilómetros, distancia que no elimina los vacíos, los sentimientos que se multiplican y confunden en el transcurrir de los días, que nos reencuentran durante el insomnio con abuelos en sus cuentas regresivas, canas que la primavera acumula, que los teléfonos envían descoloridas y las llamadas disimulan en un adorable esfuerzo de la voz por permanecer.

las historias fluyen a pesar de nuestros intentos por frenarlas: mis hermanos regalaron nuevos trozos de mundo, mi abuela se dejó aquel 29 en el cajón, sumergiéndose en una depresión que la abrazó para acompañarla sin consultarnos hacia el alzheimer, la vejez ayudó a deteriorarla y siendo nuestra realidad tan pequeña no olvidó visitar a un par de ancianos amantes que habitaban la cuadra contigua.

El último viaje, esperado sin ansias, resistiéndose a nuestros deseos de postergarlo, involucraba un día de la madre, la consumición de una de las homenajeadas por esa enfermedad que priva de toda palabra y tritura cada recuerdo sin selección previa, convirtiendo las fotografías que adornaban el cuarto de añoranzas en impresiones absurdas privadas de cualquier clase de valor.

Ella se recostaba resignada, demostrando su rostro resquebrajado y su mirada ensombrecida el estado de las almas que se marchitan en el cansancio de esperar una vida mejor que esa postración inconsciente salvada tan solo por los incómodos segundos de lucidez que no se acumulan ni se conectan, sino que pasan sin siquiera alterar el animo.

Es ante esos escenarios que uno vacía las valijas ya parchadas haciendo espacio a nuevas fechas ambivalentes que se posan sobre nuestras espaldas sin haberlo planeado, y es que los viajes tienen esa cualidad, portan misterio y autonomía, no es uno quien decide sobre ellos. Podemos sobrecargar las maletas de prendas pero acabarán por adormecerse a la espera de ser usadas mientras escogemos repetir nuestro conjunto favorito en horas que aparentan ser menos de las calculadas, pero cuando un sinnúmero de eventos disimiles se acumulan, exigiendo imperantemente multitud de colores, texturas y sensaciones, solo un pequeño bolso nos acompaña, burlándose sobre el sillón de esa incapacidad tan humana de tomar correctamente incluso las decisiones más pequeñas.

La ansias en el aire que precedían al baile de mi sobrina, la tristeza sostenida por el bastón de mi abuelo materno frente a una suma de diagnósticos sin retorno y la celebración de dos vidas pasaron antes de un último tramo de veinte minutos al sanatorio.

Se despidió de su estabilidad, de su animo, fuerza, voluntad y alegría 16 años antes, esperando partir con él en ese viaje que solo desean quienes se cansan de luchar, quienes agotan sus recursos, pero la brisa luminosa sabe azotar como rayo a los que la apartan, y desesperar como ómnibus de capital a los que la llaman entre sollozos.

Cuando ella no recordaba siquiera sus intensos deseos de antaño él bajó nuevamente, para partir seguramente de la mano, con demasiada vida por contar y un sinfín de amor acumulado.

Se viaja sin lágrimas cuando alguien vive finalmente y aunque es difícil no cargar melancolía ante un retrovisor dice que adiós a paredes que contuvieron una familia, basta mirar hacia adelante para alegrarnos bajo la certeza de que la próxima visita los encontrará en un único lugar, juntos nuevamente como siempre lo deseó.

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