No sé bien en que estaba pensando, ni que intentaba demostrar, pero recuerdo mirar sentado con horror la oscuridad; si me concentraba podía ver imágenes de las más variadas y tenebrosas.

Aventurarme a esa empresa requería más valor del que tenía, pero la urgencia no sabe de hombres valerosos, ni de cobardes. Ponerme de pie con tremendo peso muerto encima, era toda una proeza.

Me encontraba en las tinieblas, sostenido a un barandal, activando engranajes ya oxidados; pensé no voy a llegar lejos y así fue, mis pies resbalaron y caí de espalda, por suerte no caí al piso.

El segundo intento fue glorioso, ya de pie al lado de la baranda la oscuridad parecía tragarme. Estar de pie requería demasiada energía, energía que había perdido hace tiempo al igual que tantas ilusiones y rencores; ya no quedan sentimientos tan arraigados, solo el dolor en el cuerpo acompañando mis días.

Decidí pedir ayuda, pero las palabras parecían ser engullidas por las sombras. Al ver que mis palabras no tuvieron ecos, pensé que no quería perder más energía a los pies de esa fría baranda de metal y me aventuré al primer paso hacia las sombras, buscando una pared o algo a que aferrarme, con las manos al frente como cuando de niño jugaba al gallito ciego.

Cada paso requería de toda mi concentración, para poder afirmar las piernas en ese suelo de madera antiguo que comenzaba a crujir. Al tercer paso, encontrándome solo sujeto a la verticalidad por mis inestables piernas, pensé que el viaje fue una idea tonta y me imaginé sufriendo tremendos dolores; pero la urgencia de llegar a mi destino era mayor, era una cuestión de dignidad, ¡debía hacerlo!

Afortunadamente, mis manos dieron con el marco de una puerta y se renovaron mis esperanzas. Ya con un apoyo, los pasos fueron más seguros, aumento la velocidad del tranco, al estar apoyado en la pared ya podía sentir que llegaba a destino; tal vez suene simple, pero me sentía orgulloso como tantas personas al llegar al picó de una montaña.

Si bien la respiración comenzó a acelerarse, las piernas se sentían capaces de seguir y sentía que mi espíritu rejuvenecía.

Miré las sombras en la oscuridad y pude notar caras burlonas, deformes, con aires a maldad, que se reían de mí, proyecciones de mi cerebro que se negaba a ver solo oscuridad.

Ya iba a buen ritmo cuando de repente una pierna claudico, sentí un dolor que recorrió mi cintura hasta el pie derecho, un dolor insoportable a mil agujas que se clavaron a la vez, mientras perdía la verticalidad y mi cuerpo golpeaba contra la rigidez del suelo, creí sentir romperse algo en mi mano al impactar contra el piso, me vi perder toda esperanza y me dejé vencer por la oscuridad.

Sentí dolor en todo el cuerpo, ya no podía pararme ni moverme, y ahí, boca abajo sobre el piso de madera que emanaba humedad, sentí despedazarse mi vida como los huesos de mi mano derecha; me sentí vacío de toda dignidad, al sentir el tibio líquido fluyendo de mi vieja pelvis inundándolo todo con vergüenza, me sentí la persona más inútil.

Se escucharon pasos y luces de linterna, por la voz supe que era Florencia, se arrodilló al lado mío gritando -¿señor Marcelo que paso?, -el destello de la linterna me encandiló-.

-Se cortó la luz en el asilo, -grito-. ¡Por dios!, el ruido se escuchó desde la cocina; ¿está usted bien?

Florencia era una chica de unos 28 años, con un hijo y soltera. Era robusta y a diferencia de las otras era más amable. Me ayudó a sentarme, y me sostuvo la mano al notar que intente ahogar un grito cuando la movió. Me miró con la misma cara que debía mirar a su hijo cuando se porta mal. Volteo la luz de la linterna apuntando a una puerta que estaba a menos de un metro, -otra vez el baño señor Marcelo, ya le dijimos que no puede ir al baño en su condición, tiene un pañal para eso; – pude notar la frustración en su rostro-. En que está pensando, espero haya válido la pena la fractura, -sentencio-.

Yo no conteste, ella no hubiera entendido.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS