La tenue luz del sol se cuela entre las rendijas de una ventana en una casa de Duruelo de la Sierra.
En ella, se encuentra una joven llamada Julia.
Julia vivía en Soria, pero a causa de la reciente muerte de su abuelo, sus padres y ella habían decidido pasar las vacaciones de Navidad con su abuela.
Se oían voces en la cocina indicando que ya estaban todos en pie, así que Julia no hizo menos.
Después de desayunar, cogió su móvil. A pesar de que había suficiente cobertura para sumergirse en las redes sociales, prefirió dejarlo en la mesa del comedor.
Iba muy poco a visitar a su abuela y no quería estar enganchada al móvil todo el tiempo.
Julia siempre había sido una persona inquieta y curiosa. Le encantaba explorar y descubrir cosas nuevas.
Así que comenzó a investigar aquella pequeña casa.
Buscó en cada habitación con delicadeza y cuidado. Las habitaciones donde ella y sus padres se hospedaban no tenían nada interesante, eran bastante simples.
Y no hablemos del comedor, la cocina y el baño.
La última habitación que le quedaba por registrar era la de su abuela.
Buscó por el armario, por su cómoda, pero no encontró nada.
Hasta que decidió rebuscar los cajones de su mesita de noche y encontró un diario de cuero marrón y gastado.
En él, había tres páginas marcadas y una foto de su abuela con un hombre que no era su abuelo.
Empezó a leer aquel misterioso libro y se dió cuenta de que era el diario de su abuela.
Decidió ir a las páginas marcadas.
En la primera, contaba la historia de como su abuela y aquel hombre se conocieron. Al parecer, el hombre misterioso (llamado Marcos) era nuevo en el pueblo y coincidieron como vecinos.
En la segunda, contaba como Marcos había pedido a su abuela ser su novia y lo enamorada e ilusionada que ella estaba.
Y en la tercera, con fecha del 9 de enero de 1959, como Marcos falleció en la Catástrofe de Ribadelago. Su abuela se mostraba desolada y rota.
Julia decidió ir a hablar con su abuela y preguntarle por Marcos, pero ésta se mostró reacia a contestar y la regañó por buscar entre sus cosas.
Julia cogió su móvil y buscó en internet una página para recobrar el contacto con personas desaparecidas. No sabía porqué, pero tenía el presentimiento de que Marcos no estaba muerto.
Introdujo todos los datos que había encontrado en el diario sobre Marcos y lo envió. En un máximo de dos días tendría respuesta.
Pasaron dos días sin hablar con su abuela, estaba muy afectada. Parecía haber olvidado aquella historia.
Julia comprobó su móvil y vio que tenía en e-mail en el que decían haber encontrado a un hombre con esas características y que si quería ponerse en contacto con él. Junto al e-mail venía adjunto un archivo. Lo abrió y vio la ficha de aquel hombre. Vivía en Ribadelago Nuevo.
Envió una respuesta aceptando la oportunidad de poder contactar con él, y días después, recibió la dirección de correo para poder hablar con él.
Julia le escribió, le dijo quien era su abuela y si la conocía. Éste respondió que sí y Julia le pidió que fuese a Duruelo.
Al principio, el hombre se mostró algo inseguro, pero aceptó.
En cuatro horas, ya estaba allí. Quedaron en el nacimiento del río Duero.
Julia iba acompañada de su abuela, le había engañado diciendo que quería hacer un par de fotos al río.
Allí se encontraron con Marcos y ambos se quedaron paralizados.
— Sé lo mucho que os queríais. Tuvisteis un amor joven y puro que acabó demasiado pronto. Estáis destinados a encontraros, estáis unidos por un hilo.
Ambos tenían la mirada clavada en el otro, seguían mirándose cómo lo habían hecho desde siempre, y se abrazaron.
Uno seguía siendo joven en los brazos del otro.
Estuvieron allí hasta que atardeció. Durante ese tiempo, se contaron sus vidas, donde se descubrió que Marcos también era viudo. Pero hubo un interrogante que no se respondió a lo largo de la tarde: que pasó con Marcos después de la catástrofe.
— ¿Porqué no te pusiste en contacto conmigo? — preguntó Lucrecia.
— Conseguí sobrevivir subiéndome al campanario y cuando vinieron a rescatarnos nos llevaron a un refugio en otro pueblo. Estuve allí hasta que remodelaron el pueblo y pasó a ser Ribadelago Nuevo. No puede ponerme en contacto contigo y cuando volví pensaba que ya era demasiado tarde, pero sí puedo prometerte que no existe día en el que no me haya acordado de ti.
Ambos sonrieron y se dijeron el «te quiero» que el tiempo se llevó.
Y junto con el sol poniente, volvieron a ser esos adolescentes que una vez fueron sin importar el tiempo, la situación y el lugar.
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