Casi 1000 Kilómetros, dos días enteros de viaje y cientos de memorias. Así fue como decidieron estrenar su nuevo Twingo. un viaje a la costa, los dos solos y su perro Milko, un Samoyedo de dos años.Resultado de imagen para bogota amanecer

Saliendo desde Bogotá a las 4 de la mañana, el primero de Enero. Tuvieron que perderse el brindis del 31, los aguardientes y la fiesta hasta el otro dia con los primos. Desayuno con tamales y el caldo de costilla con cerveza para el guayabo. La prioridad era el viaje, estar bien, atentos, sin sueño. Así que decidieron pasar la noche anterior con la familia, como meros espectadores, presentes a la media noche, comerse las uvas, abrazos respectivos, ella chequear la lista de deseos con su hermana y primas, el tomarse un par de vasos de agua para evitar la tentación, y a la una y media ir juntos a dormir a un sofá en casa de su madre.

A ella le encantaba viajar con su esposo manejando, siempre serio, conociendo la ruta, dominando el carro y volviéndose uno con el. Ella como copiloto, con sus responsabilidades, siempre despierta, mirando el libro de mapas que les había dado su su suegro, confirmando el recorrido, estar pendiente de las bebidas, uno que otro sandwich durante el camino, consentir a Milko que ocupaba toda la silla trasera, y la tarea mas importante, encargada de la música, operación compleja pues era la responsable de mantener el ritmo del viaje, al inicio una música activa, para despertarse, beat acelerado, tambores, para subir el pulso, avanzando en la carretera antes del amanecer, primero de enero, todo el mundo ya durmiendo, es un día fantasma, el mejor para viajar en carro por su país.

Imagen relacionadaSalir de la burbuja que era Bogotá, tan parecida a otras ciudades del mundo, tan distinta al resto del país, en el clima, en la actitud de la gente, en la comida, el su tiempo y velocidad. Encapsulada, con sus oficinas, estress, ejecutivos y negocios, Smog y buses, llena de carros y motos. Alejarse de todo y todos, solo los tres por quince días.

Ahora que Colombia había firmado el acuerdo de Paz con la Guerrilla, se abría un Universo de destinos por conocer, realismo mágico como le llamaban las campañas publicitarias, paisajes inexplorados, congelados en el tiempo por casi 100 años de guerra, de soledad. La posibilidad de tomar el carro, y salir a pasear, viajar a donde te lleve el día, a donde te diera la gana, eso era algo impensable hacia diez años.

A las dos horas de camino, ya con el sol despuntando tras las montañas de la cordillera, menos de 100 kilómetros y ya el clima es distinto, tropical, ocho de la mañana y ya parecen las doce del día, un calor intenso, en el cuello, la espalda, que se queda pegada al espaldar de la silla. El pobre Milko jadeando del calor y chorreando babas, su lengua rosada resaltando sobre su pelaje blanco esponjoso, como un copo de nieve, se hizo necesario ponerle el aire acondicionado solo para el. Deben estar locos, un perro de hielo viajando a la playa.

El calor sigue subiendo, la bajada es intensa, no son las diez de la mañana y ya están derritiéndose. Estarán llegando a la Dorada a la peor hora, el medio día, un infierno en vida, casi 43 grados, piden un raspado en el Parque de Bolívar, y este se derrite en menos de tres minutos, gotas de colores regándose por el brazo, imposible atraparlas todas con la lengua, un caos. Milko ya va para su segundo raspado, con bastante leche condensada, al menos un refrigerio nevado para el perrito.

Siguen el camino, hoy solo tienen pensado llegar hasta Aguachica, así que deben continuar. Ya salieron de la montaña, se acabaron las curvas, siguen ahora unas rectas eternas, adormecedoras, avanzar sin fin por el medio de potreros secos, el sol enfrente picando la piel, la cara, los ojos, ni siquiera las gafas son suficientes. Después de seis horas idénticas, mismo paisaje, uno que otro pueblo sobre la carretera, una tienda para comprar bebidas heladas, una bolsa de agua para el samoyedo. Llegan tarde a un hotel sobre la vía, veinte mil pesos para los dos, diez mil mas por meter al perro a la pieza. Sabanas blancas, muebles construidos con el mismo cemento de las paredes, un ambiente bastante minimalista en medio de la nada. Milko se para en frente del ventilador, su pelo se mueve ritmicamente. se acuesta en el piso justo donde cae el aire, ahí queda fundido. Una noche sin ventilador para ellos, todo sea por el perro.

Se levantan muy temprano de nuevo, antes de que empiece el calor, ya hoy el día es mas corto, se siente mas Paseo. Ya no hay afán, el ambiente ya es de vacaciones, ya entraron a la zona Costeña, el hablado de la gente, la actitud relajada, la dilatación del tiempo, todo pasa lentamente. Hacia el medio día ya están llegando a Santa Marta, siguen de paso, no es ahí a donde se dirigen. A una hora de camino, vía a la Guajira, llegan a su destino final, Palomino. Una playa medio virgen aun, nada de cadenas hoteleras, ni vendedores ambulantes, ni familias de muchos integrantes abarrotando la playa.

Todo es silencio, se escuchan tambores a lo lejos, el mar fuerte, retador, oscuro, Caribe saludando. Llegan con su carro, a menos de 100 metros de la playa. Ya conocen a Don Mario, el administrador. Por Diez mil pesos pueden armar su carpa y colgar sus hamacas en el kiosko frente al mar. Justo después de parquear y abrir la puerta larga del twingo, sale Milko corriendo a meterse al agua, parece un conejo saltando de un lado al otro, mete una pata y cuando llega la ola brinca para atrás, no puede estar mas feliz. Terminan de armar la carpa, sacan su sixpack de cervezas y su estera, y se tumban frente al atardecer a celebrar la felicidad.

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