LA CIUDAD Y LA SOMBRA

LA CIUDAD Y LA SOMBRA

Alberto Granada

21/06/2017

Sucedió en Tiatira, encontrábame en la Ciudad de Altiva, a pocos días en mula de la Región sin nombre. Cuando hallándome en los menesteres de un apresurado viajero, compraba con avidez los mapas sin trazos y las brújulas ciegas, que quizás me ayudaran a encontrar un presentimiento que me atoraba desde mis días de impúber.

Lo conocí en la tienda de las Esferas, escarbando en el baúl de los retazos. Fácilmente lo identifiqué por su sombrero de muca y el tejido con que cubría su espalda, propio de los naturales de mi tierra.

Recuerdo que Altiva tenía en sus puertas, un aire de monumento fáustico, que le daba a quien llegaba un recibimiento atroz y al que partía una frívola despedida.

Se sabía que todos los viajeros, tenían en común una corta estadía y se sospechaba inciertamente, que los pobladores de Altiva,─ si es que los había ─ eran viajeros varados, pero que al fin se irían.

Las torres de la ciudad no conocían viajero que las contemplara dos veces. Aunque si era de apreciar que ninguna de las quinientas torres, se parecían entre sí en tamaño ni forma.

La indiferencia con que se movía la gente, hacía innecesaria cualquier explicación estética. El alfabeto con que habían sido escritas sus calzadas ya no existía, pero quedaban múltiples traspatios y escalinatas que se borraban con el paso de los viajeros.

Los domos eran simples retenes de luz que aprisionaba las miradas, dentro de las murallas, manteniendo el orden incesante; ya que nadie habitaba en ellos.

Las memorias de lo buscado las remito a los libros mitológicos, que insospechadamente releía siendo niño y luego sin saberlo, reafirmaba escuchando los relatos de las viejas.

De ¿cómo? fue entrando en mí el deseo de llegar hasta allá y que hoy me tienen aquí, a unas cuantas noches en silencioso viaje, de los límites de la Región; es antojadizo decirlo. Pero el viajero que marcha conmigo debe saberlo, pues partió como yo, en la Noche de las Lunas.

Los dos transitamos por iguales caminos según me relató. Y compartió los mismos avatares atravesando Las Sierras, para llegar a las altiplanicies. Había conocido mis vivires, en intensas huidas con los traficantes de las fronteras menores. Y al igual que yo, había perdido un trozo del pulgar.

Así que cuando le relaté mi deseo casi enfermizo, de marchar sin reposo y muchas veces sin sentido. En una búsqueda que solo en Altiva tuve certeza de que existía. Me habló de los pormenores del tormentoso monólogo interior, que consumía su existencia en noches de insomnio. Y casi pude pensar que era yo quien hablaba.

No fue difícil conseguir un bote para la travesía, pues mi acompañante ya había pensado continuar el viaje, atravesando las ciénegas. Por muchas horas nuestras voces de desahogo se respondían como un eco, cada vez que los remos se hundían en el fango, para dar el impulso que nos movía. Y alejados de la multitud que con antorchas bordeaba las orillas, nos sumíamos en una maraña de preguntas, de las que no esperábamos respuestas, como si hiciéramos un recuento de momentos inciertos, que decurrían sin orden ni guía.

Remando sin aliento hasta el confín, la obscuridad atravesaba nuestros huesos, cuando “longa noctibus” alcanzaban nuestra barca y la popa se enredaba en algún mangle durante días, hasta que la luz era nuevamente.

En vano fueron mis intentos por hablarle, pues padecía como yo de la manía de hilvanar poco a poco una conversación, tratando de recrear el pensamiento a fuerza de palabras, que al cabo de pronunciarlas; la perfección de una frase o de un corto diálogo, hacían de por sí sin sentido cualquier expresión.







Era el padre de los aciagos. Nos rodeaban sus putrefactos eructos, que desprendía sin cesar y que hacían moverse a nuestra barca. Su hedor a muerte nos aprehendía, cuando “longa noctibus” cercaban nuestros sentidos…. en la obscuridad total.



Una lenta corriente nos llevaba, haciendo innecesario el uso de los remos. Mi acompañante taciturno, me mostraba enrarecidas siluetas, de barcazas y pequeñas Naos, encalladas en medio de un bosque semoviente y sin vida.

La luz perdía su última batalla, haciendo que nuestras figuras se fundieran en una sola. El tiempo que había cesado su transitar, hermanaba nuestro silencio y la falta de cosas nuevas por vivir, nos daba la sensación, de que revivíamos un recuerdo.

Algunas veces, creíamos ver figuras humanas flotando en sus humores, otras en cambio, reconocíamos Ciudades que habíamos visitado durante nuestra vida, y que yacían aquí, en donde las vanaglorias y galardones no tienen valor.

Ciudades acaso condenadas junto a sus poetas y cantores.

Ciertos dinteles derruidos,vagando entre el fango y la niebla, dejaban ver inscripciones con epítetos como; La bella, La indecible, La eterna…..

Una inscripción, queriendo salir de la roca, paralizó mi alma; al reconocerme en ella, ….

“Lejos están los balaustres de otros tiempos y silentes los mercados y calzadas…..” .

No pude seguir leyendo.

Las tinieblas Traían un doble mensaje, el descanso de mi cuerpo de barro y la comprensión de que no saldría de aquí. Sino siendo……………….

…………………………………..la sombra que soy.



Los Ángeles, California 1991

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