El ermitaño

Esas vacaciones, tomadas como de costumbre prácticamente en otoño, pudieron recorrer la ruta de los 7 lagos y todos los circuitos turísticos más promocionados.. En definitiva, aquellos lugares en que uno se siente bien, profundamente bien, respirando tanto aire puro y regodeándose con esa naturaleza en perfecta armonía.

Haber logrado aquella inalcanzable tranquilidad de postergar, por fin y sin complejos, toda la recurrente problemática de la producción agropecuaria en constante crisis: la cosecha, el empaque, los precios internacionales y los tantos etcéteras derivados de ella.

Pero Rafael había comprometido, solemnemente, a Marta y a eso tres hijos adorados, liberarse de todos los problemasy gozar del tiempo de vacaciones sin torpes prejuicios.

Si efectivamente, fueron quince días aprovechados a pleno.

Todo estuvo en alianza para que así fuera. El tiempo que los acompañó con un clima propicio, a pleno sol y días diáfanos que se prolongaban hasta los últimos minutos de sol.

Si un verdadero regalo de la vida a esa altura de sus años que es cuando más lo necesita para compensar algunas injustas y torpes derivaciones del trabajo cotidiano.

Pero todo tiene un tiempo de realización y el de las vacaciones se fue consumiendo con la rapidez de haberlo aprovechado intensamente.

Ahora están de regreso. Es la mañana. El sol se insinúa entre las nubes plomizas de un cielo de lluvia y el auto avanza a una velocidad prudencial próximo a encarar el largo repecho del Collón Cura.

Rafael observa con ternura a su mujer dormitando a su lado mientras sus hijos en el asiento trasero duermen profundamente.

Suspira satisfecho y sigue entrelazando las últimas experiencias compartidas cordialmente con los suyos sin querer adentrarse al mundo, cada vez más próximo del trabajo y de obligaciones inmediatas.

Se siente bien; intensamente bien.

Ama a su esposa y a sus hijos y, a esta altura de la vida, está compensado.

Este tiempo, que demanda el traslado, también pertenece al solemne compromiso pronunciado ante su familia.

Mientras trasponía el puente sobre el Collón Cura, antes del largo repecho, recordó su viaje de “luna de miel” con aquella citroneta que se esforzaba por mantener una velocidad constante menguada por esos quince kilómetros de subida interminable. Pensó, exactamente en ese momento, como también lo había pensado 20 años antes, que es mejor el paisaje en sentido contrario porque se puede disfrutar del Río Limay, alfondo del valle, recortado dentro de ese intenso bosque.

Miró con complacencia a Marta y, mentalmente, le agradeció todos esos años de felicidad y compresión.

La ruta estaba despejada a esa hora de la mañana.

Rafael manejaba tranquilo y seguro.

Fue en la tercera curva.

El camión venía en contramano y a una velocidad inusitada. El choque de frente fue terrible.

El camión, con caja y acoplado, arrastró al auto de Rafael y familia hacia el pronunciado barranco.

Los ruidos de los neumáticos arañando el pavimento; el estruendo de la madera y los hierros retorciéndose entre tumbos y golpes; el alud de rocas y piedras arrastradas por esa masa compacta, fue prolongándose por la empinada ladera hasta detenerse, definitivamente, en una saliente rocosa.

El eco se prolongó a lo largo del vacío hasta perderse en la lejanía del paisaje.

Un silencio ensordecedor ganó las distancias de ese día nublado y plomizo.

Todo sucedió en un segundo mínimo y atroz.

De aquel accidente se comentaron, en los medios, los ínfimos detalles que se pudieron rescatar. No hubo testigos y el único sobreviviente, Rafael, quedó muy mal herido. Cuando por fin lo socorrieron de entre los hierros retorcidos, había perdido el conocimiento.

La larga subida del Callón Cura es el recorrido obligado cuando nos dirigimos, o volvemos, de la zona de los lagos.

En estos últimos años, lo realizamos frecuentemente por cuestiones de trabajo, cuando vamos a cubrir algún evento como La Feria Ganadera de Junín de los Andes o la esquila de guanacos en algún campo próximo. Cada vez que estamos trasponiendo las proximidades de la tercera curva vuelve el recuerdo de Rafael, Marta y sus tres pequeños hijos.

Allí en un descanso del pronunciado faldeo que llega hasta el lago hay una pequeña casilla de madera lograda, evidentemente, con los despojos de aquel accidente.

Nunca pudimos visualizar al ermitaño. Nos contaron que lo han visto acarreando agua desde el lejano lago, con dos tachos aboyados. Alguien lo vio rotoso y barbudo tratando de limitar la extensión de su territorio, con estacas de madera. Lo real nadie lo sabe. Así que los que pasan a diario por el lugar, aminoran la marcha y dejan depositado a la orilla de la ruta algún paquete con comida o ropa para el solitario morador.

Rafael, luego de su prologado tiempo de recuperación, regresó al triste lugar hasta donde llegó su intensa felicidad. Allí permanece refugiándose de las terribles inclemencias de los largos inviernos entre los retorcidos y quebrados despojos de su pasado.

Defendió su permanencia, entre los pastos duros y los vientos insistentes, tapiando todas las hendijas de la precaria casilla.

Cuentan que familiares quisieron rescatarlo de esa soledad pero él, con mirada desorbitada los alejó a pedradas.

Poco queda por hacer ante tan drástica determinación.

El tan solo le está dando una explicación a su primera intención de quitarse la vida. A esta actualidad le da sentido recordando permanentemente a su mujer y a sus hijos deteniendo allí junto al paso del tiempo y manifestando así su rebeldía ante tanta fatalidad.

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