Algún día, viviré. Viajaré al interior de mis deseos más ocultos, aquellos que carecen de vergüenzas, los que nos motivan en lo más secreto de nuestra intimidad.

Entornaré mis ojos casi velados de tantas vigilias, caminaré suavemente, casi de manera solemne entre el reconstruido escenario. Sé que nadie estará ahí, salvo yo, pero no importará. Me sentaré de manera pomposa sobre el banquillo sintiendo la brisa de las suaves cortinas purpúreas acariciando mis costados. Volveré a mirar las butacas de un pálido terciopelo rojo gastado. Y retornaré mis ojos sobre el viejo piano de cola. Entonces elevaré mis callosas manos sobre las cálidas teclas; tan nerviosa e impaciente como un niño que abre ansioso su regalo.

Y en el suave murmullo de las notas llenando el pequeño teatro; me veré desde lejos, a la distancia. Caminaré marcha atrás, sin dejar de observarme ni un solo minuto. Con mis ligeras manos suavizando de armonía las paredes ennegrecidas. Y rogaré que esa calma llene mis reposos y que en mi último viaje, vuelva a sentir la brisa purpúrea tocando mis costados, las familiares teclas danzando bajo mis callosos dedos. Y que de esa manera finalmente se cierren mis ojos; al sentir el eco del aplauso ficticio; retumbando fuerte ante la última tonada.

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