QUÉ CARO SALE ESCRIBIR

QUÉ CARO SALE ESCRIBIR

El viaje a Sierra Nevada lo habíamos prepararado minuciosamente; a los dos nos venía bien. Eulalia necesitaba un buen descanso y yo tiempo para escribir. Hasta el momento todo iba saliendo según lo previsto.

Poco antes de llegar a Granada advertí su presencia, venía plácidamente recostado en el asiento trasero del coche. Me sorprendí; ¡Joder! Esto no es normal. Se está tomando demasiada confianza, no me gusta que se presente cuando no lo he invitado y menos sabiendo que viene Eulalia.

–Por eso he venido –intervino–, tu comportamiento es distinto cuando está ella, dices la mitad de lo que piensas y así no puede seguir, alguien tendrá que rebatir sus opiniones.

–Mal empezamos si esa es tu idea de un viaje de placer –concluí.

Eulalia es mi pareja, si hubiera dicho mi mujer se habría ofendido, últimamente está muy susceptible y reivindicativa. Viene enfadada con un conductor que nos había adelantado con cierta imprudencia

–Es que los hombres vais como locos, os montáis en el coche y ¡hala, a correr! Hay que ver el adelantamiento que nos ha hecho el descerebrado ese y es que os importa un comino la vida de los demás. Me pongo de una mala leche que no me tengo. Todos los tíos sois iguales.

Ahí, ahí fue cuando saltó Emilio.

–Ese desmesurado y constante ataque del feminismo activo, demoliendo las virtudes de lo masculino, en pro de sus propias virtudes, no es nada más que el estado en el que se encuentra el péndulo en estos tiempos, como consecuencia, claro está, de los abusos acaecidos durante tantos años. Pero eso cambiará y, por su peso, retrocederá hasta encontrar un punto justo de equilibrio.

–¿Cómo has dicho? –Eulalia había levantando la voz.

–No he dicho nada más que la verdad –,continuó Emilio– que aplicáis para la defensa de vuestros derechos y reivindicaciones todos nuestros defectos y vicios, ignorando nuestras virtudes.

–¿Virtudes, qué virtudes? No me hagas reír hombre –Eulalia se estaba alterando.

–Sí, y además copiais todo lo malo, y ese no es el camino, el camino es elegir lo mejor de cada ser humano y tratarnos, como eso, como seres humanos, con sus virtudes y sus defectos, y dejarnos ya de lo femenino y lo masculino. Algún día las cosas se pondrán en su sitio y se llegará a un equilibrio lógico, donde cada una de las partes reconocerá sin esfuerzo las virtudes de la otra. Como por ejemplo; que los hombres conducimos mucho mejor que las mujeres y provocamos, en números relativos, menos accidentes.

–¡Ay! –exclamé, Emilio no sabía dónde se había metido, acababa de destapar la caja de los truenos.

–Para! ¡Para ahora mismo! ¡Para ahora mismo el maldito coche o me tiro en marcha! –Eulalia había girado el cuerpo, abierto peligrosamente la puerta y se disponía a soltar su cinturón de seguridad. Circulabamos a más de ciento veinte kilómetros por hora. Horrorizado le rogué que cerrara la puerta de inmediato, mientras aminoraba la velocidad, colocaba el intermitente, cambiaba al carril de la derecha y me acercaba al arcén. Los vehículos que venían detrás, nos adelantaban a toda velocidad con una sinfonía de cláxones. El conductor de un camión obligado a frenar bruscamente, como consecuencia de mi maniobra, se acordó, a voces, de mis queridos padres y de todos mis parientes vivos y muertos, sin olvidarse de hacerme coronar con una hermosa cornamenta de macho cabrío. Una joven que viajaba de copiloto, en un todo terreno, asomo su cara por la ventanilla y me gritó:

–¡imbécil dónde te dieron el carnet!.

No les hice ni caso, estaba totalmente concentrado en Eulalia.

–Por favor, por favor, por favor, cierra la puerta, que yo paro, que yo paro, por favor tranquilízate, ya paro, ya paro, ya paro.

Conseguí detener el coche junto a la barrera metálica de seguridad. Así, impedía que Eulalia pudiera salir.

–No pienso continuar ni un segundo más este viaje cómo se vuelva a repetir un comentario semejante -me espetó. Inmediatamente me giré para decirle a Emilio que no volviera a pronunciar palabra, pero ya no estaba, se había marchado. Bajé la cabeza y confesé:

–No he sido yo, ha sido Emilio– me atreví a decir.

–¿Emilio? ¿qué Emilio? ¿que pretendes volverme loca? ¡De que Emilio me hablas! ¿qué estás diciendo?.

–No no no nono, nada, nada, nada. Intentaré explicarme: Emilio es el protagonista de la novela que estoy escribiendo –continué con voz baja y pausada para ayudarle a serenarse– es que cuando pienso en él, me hace hablar. Son sus opiniones, no las mías.

–¿Un personaje que te hace hablar, que hablas por él? ¿Una novela? Tú estás como una regadera, lo que necesitas es un psiquiatra.

–Cariño, no debes preocuparte, son apariciones esporádicas y sólo temporales. Los personajes quieren marcar el camino a seguir en cada capítulo. El año pasado, cuando me retiré a la sierra de Aracena, estuve conviviendo, tres meses, con un señorito andaluz insoportable, machista y misógino, con una dicotomía terrible; virgen/puta. También compartí dormitorio y baño, durante unas semanas, con un torero, un traficante de hachís y un cura de la posguerra que tenía una amante y estaba desesperado. Pero ya ninguno de ellos me visita. En cuanto termino sus relatos desaparecen para siempre. No tiene importancia es algo genérico a todos los que escribimos –Así, poco a poco, fui serenándola hasta conseguir calmarla. Me disponía a reanudar la marcha, me estaba colocando el cinturón de seguridad, cuando observé al motorista que aparcaba delante de mí. Inmediatamente bajé el cristal de la ventanilla.

–¿Le ocurre algo, caballero? –me preguntó

–No señor agente, ya nos marchábamos.

–¿Por qué se ha parado en el arcén? –inquirió.

–Una avispa, una avispa que entró por la ventanilla y me he visto obligado a parar.

–Conque, una avispa ¿no?, ¿no sabe que está prohibido estacionar en los arcenes como no sea por fuerza mayor o avería?. Venga, deme usted la documentación del coche y su carnet de conducir, esto le va a costar 200 euros.

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