En el principio del viaje los delfines nos acompañaban todo el trayecto.

De noche las estrellas seguían nuestro camino.

Pero entre todas esas estrellas, una brillaba mucho más rutilante que las otras.

La miraba en la noche y vibraba con ella.

Me imaginaba en su luz, volando hacia un cielo claro y cálido.

Al amanecer veía los delfines saltando siguiendo la estela del barco y me sentía feliz.

No quería llegar a mi destino, no quería renunciar a tanta belleza, a tanta paz, no quería.

Quizás ya entonces adivinase que lo que estaba por llegar me iba producir dolor.

Simplemente no quería renunciar a tan bello mundo.

Simplemente no quería otro mundo que no fuera ese.

Pero llegó el final del viaje, ya no vería más a mis delfines y nunca tendría ya tan cerca a mi rutilante estrella.

Ah! dios mio, lo que daría por volver a verlos.

Hoy cabalgaría en sus lomos a donde me llevasen.

Les haría seguir a mí estrella y volvería a ser como antaño una vez más, feliz.

Ah! dios mio, lo que daría por volver a verlos!!.

Por estar allí donde mi alma una vez tuvo paz.

Donde una vez se sintió feliz…..

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