Ya está, por fin lo he conseguido, siempre es difícil pero con esfuerzo y concentración lo he logrado una vez más, merece la pena, aquí me siento mucho mejor, recupero los sentidos perdidos por los daños del entorno diario, recupero fuerzas para seguir adelante y no hundirme en la realidad que me rodea.

Siempre sigo el mismo orden, es como ir de fuera a dentro, de lo superficial a lo profundo, aunque quisiera no podría hacerlo de otra manera, no depende de mi.

El primer sentido que recupero es el tacto, la piel, superficie del cuerpo, se libera de las agresiones diarias, la suciedad desaparece, el sudor se evapora, el vello se sensibiliza, parece más fina, tanto que incluso permite el paso del aire refrescando la sangre la cual se oxigena y recorre como savia nueva todo el cuerpo. Apoyo entonces las manos en la tierra de mi alrededor y ya no la noto árida y seca, es suave, con una fina capa de hierba fresca, puedo percibir incluso su movimiento constante que nos deja el día y la noche. Aquí donde he conseguido llegar ya tengo bienestar.

Acto seguido paso al oído, abandono entonces la estridencia diaria, las voces, las máquinas, es como si todo se fuera alejando poco a poco hasta que por fin se hace el silencio absoluto, ¿habéis escuchado alguna vez el silencio?, es impactante, sobrecogedor, envolvente, solo se rompe si respiro y cuando lo hago lo que escucho es mi cuerpo, si me mantengo aquí el tiempo suficiente escucho mis propios latidos, el flujo de la sangre alimentando mi cuerpo, nada más profundo ni más cautivador.

Llegar a recuperar el olfato es más difícil, es cuestión de creer en uno mismo y de paciencia, cuando lo consigo me deja una sensación nueva e inolvidable. Sigo respirando pero mi nariz lo que deja entrar es una bocanada de aire fresco que invade mis pulmones, nada que ver con la mezcla de olores nauseabundos a los que me estoy acostumbrando últimamente, el tórax quiere más y se expande hasta un límite insospechado, es cuando empiezo a flotar, no noto mi peso, es lo más parecido a la falta de gravedad aquí en la tierra. El frescor pasa a la sangre y serpentea por todo el cuerpo hasta llegar a la piel donde se mezcla con la transformación conseguida antes del sentido del tacto conjugando en una mezcla explosiva inolvidable, lo interior llega al exterior.

El último sentido es el del gusto y quizá el más difícil de percibir, es como ingerir un alimento perfecto que produce la cantidad justa de saliva y prolonga un buen sabor, discreto pero constante, éste manjar no deja de hacer su efecto, no se acaba, me puedo olvidar de comer o beber, esta sensación ya alimenta.

Pero tenemos cinco sentidos, falta la vista, aunque ya se que éste nunca lo voy a incluir en este viaje interior, si quiero permanecer aquí con el resto de sentidos activos tengo que olvidarme de los ojos, los tengo que mantener cerrados, solo puedo aspirar a jugar con mi imaginación, me invaden los recuerdos de mi pueblo natal, las montañas, las caras felices de mis seres queridos, me acuerdo de mi familia a la que llevo tanto tiempo sin ver, es lo más parecido a mirar con los ojos cerrados.

Ni se me ocurre abrir los ojos porque si lo hiciera abandonaría de inmediato este lugar al que por fin he aprendido a llegar, si los abriera volvería a la realidad, vería basura, suciedad, barro, lágrimas, desesperación, angustia. Si abriera los ojos iría perdiendo uno a uno todos los sentidos que he ido recuperando, la piel volvería a estar insensible, sucia y sudada, notaría el calor agobiante del ambiente, tocaría el suelo y volvería a estar seco y agrietado como nunca imaginé que podía llegar a estar, oiría llantos, gritos, voces, motores, olería la basura acumulada, el olor característico a los cuerpos humanos hacinados y faltos de higiene, la boca volvería a estar seca, áspera y sucia, volvería el hambre.

Por esto cuando llego aquí me conformo con no abrir los ojos y recuperar solo cuatro de mis cinco sentidos perdidos.

Por cierto no me he presentado, me llamo Khaled, soy sirio y resido en Idomeni.

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