¿Sólo fue un sueño?

¿Sólo fue un sueño?

Salvador Cabral

16/05/2017

Los rayos del sol por la ventana me despertaron asustada, ¡mierda me cogió la tarde! Tenía que estar a las ocho en la oficina Principal, a más de una hora de mi apartamento, donde me encontraba en un estado de ánimo que fluctuaba entre euforia y confusión evocando esa mirada penetrante, sin tener certeza de los hechos.

¿Estuvo acá o es producto de mi imaginación?

No podría asegurarlo, ni siquiera recordaba su nombre. El desorden en mi cama, un aroma de perfume distinto al mío en el ambiente, mi cuerpo desnudo y una agradable sensación de bienestar me hicieron dudar. Entonces empiezo a vestirme de prisa apenas con tiempo de pasar al baño y salir con destino a mi trabajo sabiendo que iba a llegar al menos una hora tarde, con mi cabeza más confundida que nunca antes en mi vida, tratando de aterrizar las imágenes que rondaban mi cerebro.

¿Y si solo fue un sueño? ¿Me estaré volviendo loca? ¿Me habrá hipnotizado?

Mucho gusto, Pilar, le dije ayer en la tarde cuando me buscó conversación viajando rumbo a Bogotá. Media hora antes habíamos iniciado en Villavicencio la travesía que toma unas tres horas hasta el terminal de transporte. No sé si me dijo su nombre, los recuerdos son borrosos es que estaba cansada; ese día me levanté en la madrugada, volé desde Mitú, población ubicada en medio de la selva que comparten Colombia y Brasil donde permanecí trabajando dos meses, hasta Villavicencio, allí pasé por la oficina regional de la empresa a dejar unos documentos y abordé el bus.

De Mitú no quería irme, la estaba pasado muy bien disfrutando una excitante sensación de libertad en ese paraíso, cediendo a tentaciones que rara vez me permitía, sintiéndome a gusto en mi trabajo, conociendo personas muy interesantes entre mis compañeros y clientes.

Qué raro, pensé, recordando que cuando me contrataron en esta empresa de servicios de salud llevaba varios meses desempleada, con los ahorros disminuyendo aceleradamente y dispuesta a medírmele a lo que fuera con tal de estar nuevamente vinculada al mundo laboral. Por eso acepté inmediatamente la oferta para realizar reemplazos de los cargos administrativos en las oficinas de la Amazonía y llanos orientales de Colombia, a pesar de la aprehensión que me producía vivir alejada de Bogotá donde hasta ese entonces había transcurrido la mayor parte de mi vida, acostumbrada a su frío que tanto me gustaba y las comodidades propias de una gran ciudad a las que tenía que renunciar, exponiéndome a tener que vivir llano adentro en pueblos pequeños, rodeados de selvas y ríos, temperaturas altas, animales salvajes y arriesgándome a adquirir enfermedades tropicales o incluso terminar secuestrada por un grupo guerrillero. Esa fue la película que armé en mi cabeza al firmar el contrato de trabajo.

Cuando llegué a Puerto Inírida a realizar el primer reemplazo, me bajé del avión lavada en sudor, más por miedo a lo desconocido que por el calor. Estaba aterrorizada y eso lo notó inmediatamente Antonio, el mensajero, quien se ofreció a ayudarme en la búsqueda de hotel y restaurante ganándose inmediatamente mi confianza y gratitud. Por eso fue que le acepté de buena gana la invitación que me hizo el primer viernes para ayudarle a organizar el archivo el sábado. Ese día llegamos temprano y yo me puse a ordenar unos documentos mientras él buscaba los que le habían solicitado; habrían pasado un par de horas cuando que me ofreció una cerveza.

-En la oficina no se toma licor…

– Pero hoy es sábado y no hay nadie más dijo mientras hacía un brindis.

Nos sentamos dejándonos llevar por la charla y la bebida, sintiéndonos cada vez más cercanos. No me vaya a besar le dije pero era tarde, nuestros labios se juntaron mientras nos fuimos desvistiendo y me hizo suya encima de un montón de fólderes de documentos varios. Me gustó, fue sorpresivo, no lo esperaba porque aunque el indígena, como empecé a llamarlo, me agradaba, no me atraía físicamente pero tenía sus mañas como lo comprobé ese día. La semana siguiente tuvimos más de un encuentro en el archivo siempre con la tensión y emoción de la aventura, pensando que en cualquier momento alguien abriera la puerta, por eso decidimos vernos en mi hospedaje donde la dueña lo quería como a un hijo.

– ¿Y si vivimos juntos? fue su propuesta la última noche.

– Lo pensaré.

Después de Inírida estuve en otras poblaciones parecidas que despertaron mi interés por esta hermosa región en donde cada vez me sentía más a gusto. En Mitú viví otra historia de amor con un abogado, separado, aventurero y algo entrado en años; una apasionada noche de tragos me propuso que me fuera a vivir con él. La idea me atrae aunque prefiero a mi indígena.

– ¡Lo pensaré!

– ¿Qué haces en Villavicencio?

– Vengo de Mitú, trabajo en Nueva Salud haciendo reemplazos en los llanos y la Amazonía.

Durante el trayecto tuvimos una charla amena sobre temas varios, sintiéndome a cada instante más a gusto en su compañía, su cuerpo deprendía un aroma agradable, su forma de hablar y esa mirada me envolvía confundiéndome, no sé si era sueño o hambre el caso fue que al llegar al terminal acepté desprevenidamente su oferta de acompañarme al apartamento. Tomamos un taxi y cuando llegamos le dije como si nos conociéramos de toda la vida que se acomodara, quería recostarme me sentía agotada llegué a mi cama me desvestí y creo que me quedé dormida.

De pronto en lo que parecía una visión, un sueño o algo así, sentí que me acariciaban de una forma indescriptible despertando en mi cuerpo sensaciones nunca antes vividas que me hicieron llegar a una deliciosa explosión dentro de mí. Abrí los ojos, era ella que con sus manos y su boca recorría toda mi geografía corporal. Mi sorpresa fue enorme, jamás pensé que una mujer pudiera despertar mi piel de esa manera. Me abrazó y me quedé dormida en una mezcla de placer y estupor.

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