MURIÓ UNA ESTRELLA

MURIÓ UNA ESTRELLA

Alfredo Aranda

17/05/2017

Sus primeras palabras fueron: “VENGO A BUSCAR TRABAJO”.

Por razones de mi profesión como abogado que no viene al caso contar fui a caer en un motel que contaba con un “Table dance”. Me instalé en una suite con todas las comodidades y participé en la administración. En mi situación de divorciado (por mujeriego) me cayó de perlas llegar a un lugar donde abundaban las chicas que ejercían la profesión más antigua del mundo. Pronto hice migas con muchas de ellas, me fue fácil y agradable adaptarme a ese ambiente. Me tocó defenderlas de los abusos policiacos que continuamente sufrían, tanto de genízaros como agentes de vialidad que veían en ellas una fuente de ingresos. Cabe decir que ahí se hospedaban toda clase de clientes: desde parejas de novios, adúlteros, meretrices, hasta delincuentes de toda ralea.

Estaba sentado cómodamente en mi aposento disfrutando de mi vodka tonic, cuando fui avisado por Chanito, un supervisor, quien me dijo: Lic. Te busca una chava. La condujo hacia mi habitación y de pronto me vi ante una joven desconocida, de vestimenta holgada y humilde. Para ese entonces podía adivinar la figura femenina ataviada con cualquier ropaje y advertí que se trataba de una joya (en bruto). Le ofrecí el asiento y un refresco, para luego ponerme a sus órdenes. Sin preámbulos me dijo: VENGO A BUSCAR TRABAJO. En ese momento no sabía si lo buscaba como recamarera del motel o como bailarina del bar, ni se lo inquirí. Se notaba nerviosa, le di confianza y sola comenzó por narrarme sus necesidades. Temía no obtenerlo por ser menor de edad, le faltaban dos meses para cumplir los dieciocho años. Le pregunté cómo sabía de nuestro lugar y de inmediato me respondió: Vivo en la colonia El Granjero y una vecina: Doña Lupe, quien trabaja en el bar me convenció para que viniera a hablar con usted. Seguía nerviosa, con sudor en sus manos, de modo que seguí hurgando en su interior (no corporal,todavía).

Una vez desestresada comenzó por iniciar desde el principio contándome sus desventuras. Me dijo: Me llamo Citlalli, (del Náhuatl: Estrella), vivo con mi madre y dos hermanas menores, una de quince y otra de trece años. Mi padre murió y nos dejó solas. Mi madre es la única que trabaja, más bien trabajaba hasta hace poco. Era sirvienta de los Fuentes (familia adinerada), ganaba mil pesos por semana y por las tardes, en la casa, vendíamos “hielitos” de sabores, yo estudiaba la prepa pero tuve que salirme. En su trabajo tuvo un accidente, alguien derramo aceite en el piso y no le dijo. Sonó el timbre y ella corrió para ver quién era, no advirtió el líquido y se cayó fracturándose una cadera. La llevaron al hospital y al ver que ya no les serviría únicamente le dieron algo de dinero, no estaba afiliada al Seguro Social. Nos quedamos sin ingresos, vivíamos ajustados pero completábamos para lo más básico. Doña Lupe ya me había platicado en que consiste el trabajo del bar y lo que se puede ganar y por eso estoy aquí, en otro trabajo no podría ganar lo que se necesita en la casa, menos ahora que mi madre quedó imposibilitada. ¡Dígame que sí, por favor!

Comencé por explicarle todos los riesgos que implicaba su nueva vida, advirtiéndole lo que no debía hacer, sobre todo caer en los vicios, actividad muy socorrida en esos ambientes. A medida que le explicaba y/o le aconsejaba sus ojos brillaban, ya que asumía que la estaba aceptando. Y sí, desde que la vi y que buscaba trabajo ya había decidido aceptarla. Le advertí lo que debía de hacer en caso de una visita de las autoridades, que aunque estaban “arregladas” podía darse una infracción. La cité para el día siguiente, asistió puntualmente, di instrucciones para que la atendieran y listo: a trabajar. (No puedo ahondar en detalles por la limitación de utilizar solo mil palabras.)

Como a toda iniciada, sus compañeras le facilitaron el vestuario apropiado para su “presentación en sociedad”. Su nombre “Estrella”, mis pronósticos no fallaron, era una verdadera joya, una cara fresca y hermosa (con un leve maquillaje), un cuerpo escultural que se podría definir como exuberante sin gordura alguna, un vientre completamente aplanado, la sensación del momento. Causó ternura y envidia, había quienes la vieran como a una niña, como a una muñeca y quienes la vieran como indeseable competencia. (les robaría clientes). No sabía bailar, pero ya aprendería, bastaron algunos movimientos cadenciosos para alborotar a la jauría, que veía llegar a un suculento manjar.

Con las propinas depositadas en su minúsculo bikini, las comisiones en las copas acompañando clientes, un baile privado y su sueldo, ese día de su iniciación obtuvo mil seiscientos pesos, cantidad que le hizo soportar el desagrado de su actividad. ¡Una fortuna! Comparada con los ingresos semanales familiares a los que estaba acostumbrada. Luego sus ingresos aumentaron considerablemente, trabajaba cuatro días a la semana. Siempre la respeté (por pendejo), me llegó a estimar mucho, teníamos largas conversaciones.

Dos años nos proporcionó su luz, por mis consejos nunca se prostituyó, (creo). Se prendó de un cliente asiduo que nada más iba para contemplarla, un joven de buena presencia y al parecer pudiente. Decidió hacer vida con él, nos dijo adiós. Dos meses después apareció en los diarios donde daban cuenta de su ejecución en compañía de su galán, abandonados en un lote baldío. Era el año 2009, cuando a un dipsómano presidente de la república se le ocurrió declararle la guerra al narcotráfico causando una guerra fratricida, donde murieron decenas de miles, muchos de ellos ajenos a la delincuencia. Era la tercera chica de nuestro bar que seguía la misma suerte, una de ellas se relacionó con un vendedor de drogas al menudeo. No quise ir a su sepelio, lo que encontraría serían los desconsolados rostros de víctimas, entre ellos el de su hermana menor, ahora de diecisiete años, quien seguramente muy pronto me visitaría para decirme: VENGO A BUSCAR TRABAJO.

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