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Los pasos determinan el camino

y el modo de recorrerlo,

la distancia… a lo largo de la vida.

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El mío inició con el caminar abierto de mi padre, según mi abuela como el del

pato. Cada pie con una dirección en ángulo, de más de 45 grados hacia afuera.

Al ponerlos juntos diría que es obtuso. Eso sí, nunca presuroso para hacer su 

recorrido, pero sí ruidoso, afirmando su presencia.

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El caminar de mi madre por su parte es alineado, un pie tras otro, con pasos 

cortos y en modo presuroso, para así hacer las mil cosas planeadas para su 

recorrido. Hacerlo de modo silencioso le perturba un poco, así que cuando éste 

se hace muy evidente, se las arregla para encontrar una sonora distracción.

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Cuando fue el momento de mis primeros pasos, llegaron en retraso, aplazados 

dentro de los tiempos, que los doctores determinan como normales.

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Ayudada entonces para agilizar la tarea por el caminador, éste se convirtió en 

el artefacto que por la inclinación del patio, me permitió hacer los recorridos de 

modo más veloz, de lo que mis piernas me lo permitían.

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Pocos años más tarde, aún no lograba realizar mi caminata con pie firme; los 

pies y las rodillas no estaban alineados, creaban un ángulo. Para remediarlo 

llegaron las botas ortopédicas. Cubrían mis tobillos y a lo largo de dos años, 

usé dos pares diferentes, con vestido, pantalón o falda no dejaron nunca mis pies.

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Ya después de los seis años mis piernas estuvieron listas para seguir mi 

recorrido. Ya con pies firmes y rodillas alineadas, caminando a veces como 

pato, o de modo sigiloso, jugando, saltando y corriendo velozmente.

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En el transcurrir de los años, mis pasos hallaron su propia inclinación, velocidad 

y dirección. Pasos largos no tan abiertos, ni tan presurosos. Desde entonces 

recorriendo caminos determinantes, que se revelan sobre la marcha..

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