El día que mi viejo me llevó para Vicente López

El día que mi viejo me llevó para Vicente López

Martín Wilson

10/01/2016

 A mí papá lo internaron a las 4 de la tarde de un martes. Esta vez no fue al Hospital Británico de la calle Pedriel en Constitución donde lo llevaron sino la Clínica Olivos, que no queda en Olivos sino en Vicente López, Av. Maipú al 1600. La Clínica está muy bien y desde que la tomó Swiss Medical no solo es un hospital sino que además parece el hotel 4 estrellas de un aeropuerto: Lugares de transición (esto ya lo dijo alguien).

Mi madre lo acompañó en la ambulancia. Yo salí del trabajo sin decir nada. En casa me duché me cambié y me tomé el 59. No sé por qué hice eso pero necesitaba hacer una escala, demorar la llegada. Había cosas que no quería ver.

Llegué a las 6 y en el ascensor subí tres pisos con el Cuqui Silvani, la promesa de River que no cumplió. Siempre me identifiqué con el juego de Walter Gustavo que vivía de a rachas. Una temporada la clavaba de cualquier lado y a la siguiente la ponía siempre afuera: novia – cabaret- novia – cabaret.

Muy cerca encontré a un chico que da clases de guitarra por un volante pegado a un poste enfrente del Coto. Así que antes de ir a verlo trato de meter una clase, al menos dos veces por semana. Son formas de encontrar algo útil dentro de lo inútil, algo satisfactorio o progresivo en la regesión e instaisfacción. A mi papá lo entretiene cuando le muestro lo que aprendo: mueve las manos al ritmo. Me propuse aprenderme a tocar Sultans of swing en un año, praticando lentamente durante todo un año. Y no sé como pero va, lentamente va saliendo, el rasgueo, el swing, the rythm y los solos. a veces me propongo cosas poco factibles, me entretiene más no poder. El tiempo te amiga con la frustración un poco.

Frente a la Clínica hay un bar que se llena de gente, de chicas hermosas que toman cerveza, Martinis, Camparis y Fernés. Como generalmente a mí me toca el turno noche cuando bajo a fumar o a buscarme otra cosa para comer veo de cerca ese espectáculo. Una que otra vez entré y tomé dos cervezas. 

Van quince días de vida de hotel. Mi papá está mejor. Estable. Aunque ya no sabemos bien el significado, su significado de estar mejor o peor.Por momentos, cuando nos hacemos el relevo de cuidarlo, llegamos a extrañar la clínica, nuestro hotel, donde todos viene servido, las enfermeras son muy atentas y amables, hay servicio de catering las 24 hrs, un televisor gigante hermoso que distrae y la distracción ayuda y distrae, una confitería en el piso 8 con una vista única. Me impresiona que tan cerca pasan los aviones por esa porción de universo. La vida nos cambió a todos. Alguien puede cambiarte la vida de un día a otro. Esa misma persona puede cambiarte la vida, en escalas, ese el transcurso de tu vida.

En la avenida siento pasar el viento como en ningún lado. En ningún de siento las correntadas de viento como en esta avenida cde Vte López casi llegando a puente Saavedra. Cada vez que bajo a fumar un cigarrillo o a despejarme.

Asimilo mi nueva geografía, las calles y los distintos rostros de mi nueva rutina. les doy la bienvenida , al kioskero, al mc donald´s, la heladería,los perros que pasean los ancianos, a los porteros.

Por las mañana sigo corriendo , haciendo guante bolsa para no perder forma y caer bajo el pulgar de la depresiva. Trabajo con piloto automático, llamo a mi mamá por novedades, casi siempre es lo mismo y después llego al hospital y me quedo toda la noche o por lo menos hasta las 12 o una de la mañana. En el sofá, con clonazepam que le robo a las enfermeras duermo de tirón.

Las noches antes a su internación yo lo visitaba en la habitación de su casa en Martinez. Me acostaba en la cama boca arriba y charlábamos. Estaba medio regresado como una criatura, un niño. Cantaba en loop Got a good reason making easy way out y You picked the right time to leave me Lucille, una especie de ensamblado de los Beatles y Kenny Rogers.

Cuando me iba me preguntaba adonde iba. Cuando le decía que a mi casa en La Lucila cerquita nomás me agradecía que estará tan cerca.

No siento dolor , solo siento el letargo, eso me dijo cuando le pregunté si le dolía algo. Cuando le daba sorbos a su whisky, giraba su cabeza y yo sentía como lo disfrtaba –ahhhgh-decía – ahora sí-.

Tenía permitido tomar un poquito, por los doctores. Yo o mi mamá le servíamos uno a las 8 y el otro a las 845. Una medida de whisky diluída en agua.

Estoy retirado, jubliado, tranquilo, me dice.

Se puede morir mañana o en meses o tal vez nos entierra a todos. Siempre tuvo paciencia y tiene paciencia hasta para morir.

Todas las muertes son distintas. Hoy no me sirve de nada Knausgård, Miller, ni Ford. Prefiero ver tele, hacer zapping, hablar de lo banal.

No le gusta que lo visiten, salvo nosotros, mi mamá claro , mi hermano y yo. Los amigos envían tarjetas, dos más osados enviaron botellas de whisky y en sus notas se referían al viejo Johnny. El chistecito con el alcohol , a mí ya me dejó de hacer gracias. Hasta Bukowski me parece un pelotudo.

La primera noche en el hospital cuando lo vinieron a buscar para hacerle una tomografía, levantó los brazos, temblaban, qué pasa pregunté- nada estoy temblando me dijo y le ví la lágrima en el ojo.

De lejos se escucha una bocina. Mi papá la imita –pip! Pip! Y se queda dormido.

Mi papá me dijo hace mucho que la muerte es algo privado / de intimidad, cerrar la puerta del baño, mear atrás de un árbol, sacarte los mocos en un ascensor en soledad.

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