–Él llegó en patera, sí, en patera, de esos que llegan muertecitos, y tienes que verlo ahora.
–¿Y tu cómo te has enterado?
–Porque yo… Él está en Algeciras y dinerito ¿Eh?– Paca, la hermana del municipal hace gesto de dinero con la mano derecha.
–¿Y qué hace el negro?
–¡Por Dios, no le digas negro!
–¿Por qué?
–Porque… ¡Mira!– Una mujer de raza negra pasa justo por detrás.
–¡Hombre, pero si da igual! El negro cose y ahora está montado en el euro. En feria se forra porque tiene mucha mano para copiar trajes de volantes. Tú le llevas una Preisler o una Vicky Martín Berrocal y ya verás.
–¿Y cuánto te cuesta?
–Con tela incluida 300.
–¡Qué barbaridad! Está muy bien.
Cálmate un poco que te veo muy acelerado, le dice mi hermana a Paco y yo le digo que está mejor que nunca. Mi hermana ha llegado a casa con el pantalón lleno de mollete con tomate.. Mira Pepón, esto me lo ha escupido mientras que me hablaba, y yo le digo, bueno a mamá todo fantástico y maravilloso ¿vale? Subimos y le damos su café descafeinado de máquina para llevar.
Los desayunos siempre son en el Morilla. Los desayunos y ahora parece ser que también el 90 cumpleaños de mi abuela Elena.
–Hombre por favor abuela, ¿cómo va a celebrarse allí?
–Pues será que me estoy volviendo chalá perdía pero me han dicho que allí.
–Pero abuela, ¡si allí se sirven desayunos y cafés!
–Pues allí, Pepón.
El Morilla se sitúa geográficamente a las faldas de la iglesia de San Mateo, a un lado vamos y es desde su salón-escaparate desde donde se avista a todo/a individua/o que entre, salga, pase, fotografíe, se muera, pobrecito, o se case, pues mira no va malamente; pasee a su perro, ¡a que se caga! se bautice, desde luego que ya los bautizos son bodas, o se divorcie, en cosas de pareja nunca hay que meterse, dícele mi hermana a su madre que es la mía y ésta corrobora entre sorbo de café y bocado de su bollito con aceite.
–¡Luky! le digo yo, mamá está en un impasse, ¿notas cómo le está dando «la bajadita»? –¡Uh, si la bajadita!– Dice –¡Mamá, la bajadita de la dichosa pastilla!
Miro por el cristal-escaparate y veo a un enchaquetao en Tarifa… Sí, un enchaquetao.
–¡Mira como le da juego al cuerpo, mamá, mira como se bambolea!
En frente del Morilla está el piso de doña Carlota. Alta nobleza tarifeña –¿te has fijao que tiene a una negra que la cuida?
A doña Carlota, efectivamente no solamente una negra la saca a pasear, si no que la baña, la cuida, la suda (no sé cómo), y cuando va a acostarse estoy seguro que le pone una mascara de suministro de «aire colonial». Paco me lo cuenta y se le engrandece el gesto al pronunciar los apellidos de la nobleza tarifeña y a mi me encanta: los Nuñez, los Triviño, los Peralta… En el piso de doña Carlota vive junto a ella un perrito tipo Richi. El perro asoma medio cuerpo de perro de lanita blanquita por la reja de la ventana. Richi, pongámosle así, es muy bueno. Mira para la derecha y se queda mirando a los guiris y a veces los sigue con la cabeza. Yo, entre lo que se escucha en esa terraza, lo que veo pasar, lo que no veo (vacuidad, pienso… ¡qué complicao!) y lo que veo que el perro está viendo pasar, decido parar de escribir.
Ahora vivo en un palomar, un pequeño cuarto construido en la terraza. Es donde vivía el hermano de mi abuela durante miles de años. En este cuarto tengo despierta-pajaritos, escucho el viento, entra el sol y veo ropa blanca tendida al viento de poniente o de levante. Es lo mejor que ha podido pasar (creo). Abajo en las catacumbas Paco y Luky, envueltos en un velo de telaraña de subidón y bajón, tele-disputas varias, y rencores otros. Pero ya no podía ser. He cogido todas mis cosas, ropa, libros, etc. y ahora vivo en el palomar, más precisamente en el cuarto de Tito.
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