Los Ramírez

  De apellido Ramírez, mi abuelo,  salió de su pueblo  y viajo a Argentina a comienzos del siglo veinte. Dejó atrás muchas cosas, algunas buenas, y otras no tan buenas.  La buena un amor  intenso por una joven rubia de larga melena, amor prohibido por tantas razones como él encontraba para  amarla. Entre las cosas malas estaba  una razón, que más se enfrentaba a  este amor, una pobreza de solemnidad.

Viajo, como los emigrantes pobres, de polizón y llegado a buenos Aires tras miles de peripecias busco a paisanos que le precedieron para que le ayudaran a asentarse

Llamó a la puerta de la dirección que llevaba escrita en pedazo de papel y la abrió la joven rubia de sus sueños.

Casi cayó al suelo desmayado y tras beber un vaso -quien sabe si de agua o de vino porque todos eran riojanos- ella, mi abuela, le relató cómo, en su desesperación por seguir a su amor,  se vino con los vecinos del pueblo que ya habían prosperado en la emigración  argentina

Visitaron la feria agrícola y ganadera  y allí encontraron una oferta de tierras, para trabajarlas como colonos,  y se dirigieron a ellas con la ilusión y la fuerza de la juventud y del amor

Viajaron a San José de la Esquina y allí se dedicaron a criar ganado y sembrar maíz, en La Bajada,  así se llamaba el rancho. 

Enseguida  escribieron a España a pedir a sus hermanos que fueran y un hermano de mi abuela y dos de mi abuelo se embarcaron en la aventura.

La vida, a pesar de las ilusiones, no fue fácil. Comenzaron a nacer los hijos en unas condiciones de vida en el campo, alejados de médicos y comadronas. Uno de ellos murió en el parto y mi abuela rodeada de hombres  estuvo a punto de morir primero por su parto y sus dificultades y después de tristeza.

La mujer de la familia  Bossio, una italiana gigante la sacó de sus tristezas y la acompañó a pasear al sol y a sentarse bajo la sombra del árbol del paraíso. El  rancho se convertía  en un paraíso,  y   las vacas y los terneros, iban dándoles buen rendimiento.  Aquel lugar con su extensión de tierra fértil y pastos y con el rio, al lado, les permitía cultivar  verduras como en su tierra y, en la gran finca de labranza sembraban  el maíz que crecía y daba unas mazorcas hermosas, de color oro, como un tesoro que cada vez les alejaba más de la pobreza.

Los tres niños ya comenzaban a trabajar y a correr con los caballos por el rancho e iban a  Casilda,  al ferrocarril,  a enviar el maíz a la capital. Así mi abuelo pensó en un nuevo negocio  y montó una flota de  carros   que le permitieron dedicarse al transporte del maíz de y los animales de los vecinos. Se convirtió en un pequeño transportista.

Y compró galeras para el transporte y como vio que eso iba bien compro unos “tiburis”, coches pequeños para viajeros y se convirtió en un taxi a caballo por los pueblos cercanos  y a su rancho de la Bajada.

San Ricardo, San José de la esquina, Casilda,…y   hasta Rosario, ciudad cercana.

Los hijos crecían y entre ellos había una niña que se criaba como uno más de ellos y que se dedicaba  a todas las tareas de la finca y los animales…y….la nostalgia comenzó a pegar fuerte

Mi abuelo soñó con volver y comprar unas tierras como las que tenía en el rancho pero en su pueblo.   

Mi abuela y él se sentaban bajo sus árboles del paraíso y veían lo que habían conseguido allí, la pequeña chacra, el rancho en el que vivían, y ya pensaban en una casa así en su pueblo. Aquellos arboles que les daban sombra, que ellos habían plantado y que les costó más de veinte años crecer. Otros veinte años para volver a tener sombra!!! Sus molinos de viento sacando agua del pozo, sus carretas, sus caballos, aquellas vacas lustrosas…

El corazón se encogía pensando en su tierra pero los recuerdos de la pobreza y  la persecución a su amor estaban dentro de sus entrañas y les producía un miedo atroz. La vuelta era a un tiempo una promesa y un desafío.

Los hijos no conocían otra vida, eran de allí, corrían con sus caballos y movían el ganado, recolectaban el maíz e iban al baile a Casilda. No pensaban en ese otro mundo, del que les hablaban sus padres, porque no era nada para ellos. Vivian con los argentinos del lugar y con las familias de emigrantes que les rodeaban. Tenían allí amigos, historias amorosas, pasión con sus caballos, vamos, una vida.

Eso acabo por decidir a mis abuelos, se dijeron, cuanto antes. Alguno se enamorará de veras y no seremos capaces de arrancarlo de aquí.

Una mañana mi abuelo se fue a la ciudad de Rosario, tal vez aprovecho un viaje de pasajeros. Una vez allí compró los pasajes de barco para todos, sus hijos, su esposa y sus dos hermanos que decidieron volver también.  El hermano de mi abuela decidió quedarse en la Argentina, para siempre, porque se había enamorado de una emigrante italiana.

Con los pasajes volvió, mi abuelo,  a la bajada y en la noche se los enseñó a todos   e hicieron planes de cómo cerrarlo todo para volver a España. Volvían con dinero, no eran ricos pero si tendrían lo suficiente para comprar una casa, tierras para todos y tal vez para ese pequeño negocio de transportes que, tan bien,  les había resultado.

Con la maleta de saciña, y algunos baúles, prepararon el equipaje y cerraron su etapa de emigrantes. No hay fotos de su vida allí, si de testimonios que yo recogí cuando visité el rancho cerrando el siglo veinte, como cerrando un circulo. Y sí hay una foto, de Rosario, el día de su embarque a España. Están mis abuelos y sus hijos. Uno de ellos es mi padre, claro.

Mara+Chuchi

 

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