La mujer estaba distraída. Miraba a través de la ventana, miraba sin ver. Le guastaba viajar en tren. Siempre le había fascinado el tránsito de los pasajeros yendo y viniendo por la estación. Le gustaba imaginar vidas ajenas. Imaginaba una historia de amor cuando veía una pareja besándose en una eterna despedida. Cuando una señora abrazaba efusivamente a un joven ya los había unido, para ella eran madre e hijo. Pero aquella tarde su mente estaba lejos de la vida de los demás. Su realidad la tenía acaparada.

En el momento de sonar el último silbato un chico ayudaba a subir a una señora mayor, más que ayudarla, la empujaba para que de un salto alcanzara el segundo peldaño que la aseguraba ya dentro del convoy. Los miró si ganas de imaginar.

Con el primer movimiento del tren la mujer dejó de mirar por la ventana, intentaba relajarse, quería dejar atrás aquella mañana nefasta. En su cabeza aún resonaba el diagnóstico que le había anunciado el doctor Grimaldos del Hospital de la Valle de Hebrón sobre la salud de su esposo Manuel.  Dejó reposar su cabeza en el respaldo del asiento.  Cerró los ojos para no pensar en nada, ni tan siquiera  en los casi cien kilómetros que le separaban de aquella estación hasta su casa. Logró coger el sueño.

La voz del hombre que estaba sentado a su lado la despertó: «Señora, ¿Quiere que le explique mi vida?». La mujer abrió los ojos, miró su reloj. Pensó que estaba a punto de llegar al destino y antes de contestar al señor, miró de nuevo por la ventana. Los árboles vestidos de color de otoño, entre un anaranjado pálido y un amarillo subido,  pasaban a toda velocidad  por su retina.  Continuaba un tanto  ausente. Parecía que la pregunta no le había incomodado pero  tampoco parecía entusiasmarle por lo que no contesto al momento.

El hombre no esperó respuesta y empezó a contar su historia. Relató que había sido un  operario muy apreciado en su empresa; la casa Fagor, situada en Perpiñá. Prosiguió narrando su vida. Contaba que era muy joven cuando entró en la empresa a trabajar, le faltaba dos años para acabar sus estudios de electrónica, un tipo de Formación Profesional en aquel tiempo.

«Me tuvieron en consideración porque  fui yo quien diseñó la puerta de seguridad en el modelo del frigorífico Convi 399 y  gracias  a eso fueron el número uno en ventas durante muchos años».  Emitía su vida con una voz entusiasta.

La mujer lo escuchaba sin ninguna convención. Le sonrió al mismo tiempo que le dijo que lo encontraba muy interesante. En aquel instante el tren paraba en su destinación. «Vamos cariño, es nuestra parada». Le dijo al hombre que estaba sentado a su lado, «Cuando lleguemos a casa me acabas de explicar tu vida». Manuel, dejó de hablar, le devolvió la sonrisa pero se le apagó la expresión de júbilo.

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