Ellos se conocieron en una feria que había bajo un puente. Fue un momento mágico. María e Ignacio se miraron fijamente y supieron que eran el uno para el otro. Bajo el cielo de una noche estrellada se prometieron amor eterno.

Por supuesto sus familias se opusieron. Los padres de María tenían en mente otro tipo de hombre para su hija pequeña y para la madre de Ignacio no había mujer lo suficientemente buena en el mundo para su pequeño. Pero aquella adversidad no les importaba, ellos sabían lo que había que hacer para conseguirlo.

La época y el lugar que les había tocado vivir no les pertenecía, una sociedad desordenada donde un movimiento de esperanza quería salir a la luz, pero que vería sus días contados aunque ellos todavía no lo sabían. Vivían su presente pensando que sus problemas familiares era lo más difícil a lo que les tocaría enfrentarse.

Las familias tuvieron que aceptar el compromiso y accedieron a la boda, pese a toda su oposición. Los argumentos de María e Ignacio habían sido muy convincentes, aunque decepcionantes al mismo tiempo. No era el primer caso dentro de la familia y esto estaba minando sus estados de ánimos, pero el amor incondicional por sus hijos era infinito.

Los siguientes meses pasaron a una velocidad vertiginosa. María e Ignacio eran notables profesores y felices padres de una niña sana e inteligente. Nada podía haber empañado su felicidad pero su futuro perdió el rumbo que pensaban que se había marcado, el destino lo estaba escribiendo por un dictador que llego al poder para derramar la sangre más joven de un país agitado, tomando las ciudades por la fuera. Las desapariciones de familiares y amigos desato el caos en la población.

María estaba en peligro. Ella sabía que la iban a detener mientras caminaba lentamente hacia un puesto de control. Solo podía escuchar los latidos de su corazón. Respiro profundamente mientras levantaba la cabeza intentando aparentar normalidad, pero su rostro solo reflejo la sorpresa que le dio ver a su querido primo extendiendo la mano para coger los documentos de su inerte mano. No mediaron palabra alguna, la decepción brillaba en los ojos del militar con el que creció y jugó durante toda su infancia. Los papeles se cuñaron y las palabras “Esta será la última vez que hablemos” quebraron en el alma de María.

Ignacio estaba retenido en un aula junto con otros profesores en el colegio donde impartía clases. El sonido de un disparo hizo que se le paralizara el corazón. La puerta del aula se abrió en el mismo instante en el que trasladaban sin ningún pudor el cuerpo inerte de su amigo y director. Parte de su alma murió en ese momento. Se requirió su presencia en el despacho del director. El olor a muerte impregnaba la estancia donde un militar de alto rango le indicaba sus nuevas funciones como director del centro educativo. Ese hombre movía la boca, pero nada inteligible salía de ella. Ignacio respiro hondamente y un “No en estas circunstancias”. E militar volvió a explicar las funciones a desempeñar por Ignacio a modo de segunda oportunidad, pero Ignacio no pudo aceptar y esto lo sentenció, su vida paso delante de sus ojos.  Lo metieron en un furgón junto con otros compañeros y lo llevaron a un calabozo. No había manera de saber que iba a pasar.

María estaba desesperada tras la llamada que recibió por parte de uno de los compañeros de Ignacio. Llamo a su padre para pedirle ayuda, no sabía que más hacer. Manuel le pidió que se tranquilizara y le pidió a su hija que recogiera todo lo que pudiese y que se reuniese con el en su casa. Manuel llamo a su hermana, jueza del tribunal supremo. Fresia trabajaba para el estado y ella sabría lo que hacer. Eran días difíciles para todos.

Fresia  llamo a una de las intendencias para averiguar el paradero de Ignacio. No tardaron en llevarlo a los juzgados. Ella nunca había sido partidaria de la unión de María e Ignacio, pero la debilidad por su sobrina hizo que intercediera de la manera más elegante que se le había ocurrido.

Diego estaba confuso delante de la tía de María. Al parecer este no iba a ser su fin. Desde la celda donde había estado confinado, pudo escuchar los gritos agónicos de centenares de personas torturadas,  gritos vejatorios y disparos. Al sacarlo de la celda pensó su suerte estaba echada, que moriría ese día, pero ahí estaba, con un indulto de 24 horas que le permitía salir del país. Lo escoltaron hasta la salida y un coche le esperaba en la puerta. Al montarse pidió que lo llevaran a la estación de tren, pero el conductor le dijo que tenía que llevarlo a otra dirección. Ignacio prefirió no discutir y dejo que el conductor lo llevara a aquel destino.

Cuando el coche giro por en el centro, Ignacio divisó a María. Estaba de pie con su formidable sonrisa y su pequeña en brazos. Al salir del coche, la abrazó con todas sus fuerzas y empezaron a llorar. La calle estaba desierta y de inmediato subieron a la casa de los padres de María. Había mucha gente. Todos estaban reunidos riendo y dando gracias que casi todos estaban a salvo. María le explico a Ignacio que era lo que pasaría de ahora en adelante. Enrique había encontrado un vuelo a España, a las Islas afortunadas. Cuando todo se hubiese calmado, volvería para emprender de nuevo la vida que llevaban. Ignacio la miro sabiendo que eso no iba a suceder.

María estaba en el aeropuerto con su familia esperando a embarcar. Había pasado un año desde que Ignacio se fue y se iban a rencontrar al fin en España. Enrique no estaba desacuerdo, pero al parecer Ignacio estaba bien y quería que María se reuniese con él. Enrique miraba a su hija sabiendo que sería difícil que volviesen a estar todos juntos, pero animándola a que lo creyera.

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