Mi familia y otros sueños

Mi familia y otros sueños

 Yo tenía cuatro hermanos. Mi prima era más afortunada, tenía diez. Ëramos tres niños y dos niñas. Entonces era muy importante la diferencia entre niño y niña, porque los reyes magos que todo lo sabían, nos traían cochecitos para los niños y muñequitas para las niñas. Aunque luego le podías hacer la pelota  a alguno de tus hermanos y te prestaban el cochecito, la bicicleta o el trompo. Siempre tenía alguien con quien jugar, discutir, pelear… La hora de la comida era una verdadera batalla, nos metíamos unos con otros y nos tirábamos pan, o lo que tuviéramos a mano mientras mi madre iba a la cocina a servir la comida y mi padre todavía no se había sentado a la mesa. Vivíamos  en una ciudad en la que el frío estaba mojado. De las paredes rezumaba agua. En las noches de invierno, cuando me quejaba, mi padre me ponía encima de todas las mantas y cobertores de la cama, su pelliza y ésta desprendía tanto cariño que rápidamente me dormía. Lo que más me gustaba, cuando era pequeña, era la Nochebuena, que la celebrábamos en casa de mis tíos con mis once primos y mi abuelo.

Unas semanas antes, mís tíos compraban un pavo. Lo ponían en la azotea de su casa y allí íbamos jugando con él todos los primos. Le llegábamos a poner nombre, recuerdo uno en especial al que le pusimos Ruperto. En la cena del veinticuatro de diciempre tomábamos de plato principal pavo. Los niños con cara triste preguntábamos por el que había sido nuestro compañero de juegos durante un tiempo, pero nuestras madres siempre nos contaban que se había ido a celebrar las fiestas con su familia y así conseguían que comiéramos. Después, cuando el nivel de alcohol iba subiendo en los cuerpos de los mayores, empezábamos a cantar «Los peces en el río», «Campana sobre campana», hasta que llegaba el momento en que le pedíamos a mi padre que cantara «su canción»: «La bota». Ësta narraba la historia de unos ciegos que iban hacia Belén y llevaban una bota de vino, pero se les cayó en un cenaguero y ya no pudieron beber y lo lamentaban muchísimo. Lo más divertido era lo desafinado que cantaba mi padre. Después nos íbamos al «Tele», que era el bar de debajo de casa de mis tíos y allí formábamos una rueda muy grande, todos cogidos de las manos y seguíamos cantando y bailando hasta que nos vencía el cansancio…Aunque parezca mentira, ¡todas las huérfanas siempre teníamos el mismo sueño!

                                         FIN

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