Te escapas de casa. Estás tan apacible en el jardín, en tu espacio de libertad, y buscas nuevos horizontes. No entiendes que, cuando te echen de menos los que te estiman, recorrerán toda la urbanización buscándote. Tampoco comprendes el sufrimiento que eso comporta si no te encuentran. Eso sin mencionar que el tiempo es oro y se lo vas a sustraer durante toda la jornada. ¿Eres consciente del paso que estás dando al alejarte de los tuyos? Está claro que lo eres porque te alejas de tu hogar sin girar la mirada.

Debes subir a la acera y caminar con mesura. No te das cuenta que al aligerar los pasos tienes que observar lo que hay abajo. ¿Ves esos charcos?, pues es probable que haya obstáculos sumergidos y tropieces. Si caes, te lastimas y se acaba la fuga. Si quieres llevar a buen puerto tu empresa, debes ser prudente y no dejar de caminar. Sorteas las alineadas calles y alcanzas la avenida principal. Avanzas excitado e inseguro. Aligeras el paso y buscas con la mirada no se sabe qué.

Has llegado al principio de la urbanización y te has detenido, ¿qué sucede? ¡Ah!, ya entiendo, te has topado con la caseta del guarda y la puerta metálica. Pretendes salir del recinto y algo te lo impide. ¿Y ahora que vas hacer? Vaya… Das media vuelta y te alejas. Ahora giras por la calle de la izquierda y buscas un hueco entre los setos. Parece difícil, esta zona está demasiado poblada y no descubres ningún resquicio. Más arriba has divisado unos cipreses y te acercas buscando una salida. La encuentras. Por fin has conseguido salir de la urbanización. Estás nervioso y jadeante mientras oteas, desde la colina, el bosque y a los lejos el río que desemboca en el embalse. ¡Qué inmenso!, pareces exclamar.

Observas dos caminos: uno asfaltado que conduce hasta la ciudad y otro, una pista de tierra que se inclina y serpentea hacia el frondoso bosque. Eliges el segundo sin titubear. Ten cuidado que el desnivel es muy pronunciado y el firme está cubierto de gravilla. Una grava que acaba hasta donde comienzan los árboles. Eres listo y bajas con precaución. La verdad es que no entiendo por qué buscas el bosque, podías seguir la carretera que es más segura. De todas formas tú sabrás el motivo de esta aventura.

Por fin has alcanzado los primeros árboles que señalan la espesura. De repente oyes el eco de las voces que pronuncian tu nombre. Te están buscando, pero tú haces caso omiso a las llamadas. Ahora corres como alma que lleva el diablo, ¿por qué lo haces? No entiendo nada en absoluto. Sorteas los pinos y las carrascas con habilidad. ¿Qué buscas con tanto ahínco? Te detienes. Miras con curiosidad detrás de unos arbustos. De repente una ardilla da un salto y escala el tronco de una impresionante sabina que domina un claro. La sigues con la mirada y luego vuelves acelerar el paso hasta que cruzas el bosque. Alcanzas el camino de tierra que conduce al río y lo sigues hasta un rodal poblado de chopos. A lo lejos observas un vehículo aparcado. Ahora corres más que nunca y te detienes delante de él. Es un todoterreno negro. Estás excitado y das vueltas a su alrededor. ¿Qué sucede? ¿Por qué ese desasosiego? Algo debe estar ocurriendo porque no es normal tu nerviosismo. Miras por las ventanillas y compruebas que no hay nadie en su interior.

Ahora corres más que nunca y jadeas al límite de la extenuación. Buscas el final del camino que muere en el río. ¡Alto! Te detienes porque has encontrado un barranco y en su lecho el agua parece remansada. Algo que has observado, junto a unas rocas, fija tu atención. Parece un cuerpo que yace tendido. Buscas, con desespero, un camino que te conduzca al río y encuentras una estrecha senda. La bajas sin precaución y resbalas, de tal forma que tu ligero cuerpo rueda hasta los cañaverales. Tienes mucha suerte, gracias a las cañas, has salido indemne de la caída y no te has precipitado al río. Te incorporas con rapidez y te acercas hasta donde está el cuerpo. ¡Es tu amo! Le lames el rostro y, en ese preciso instante, el hombre recobra la consciencia. Comienzas a ladrar. ¡Milagro! Después de tantos años has vuelto a recobrar los ladridos y hasta tú mismo te asustas. Tu amo balbucea y te indica que no puede andar. Entonces tú, bebes agua en el río, y regresas por donde has venido. Eso sí, ladrando sin parar hasta que encuentras ayuda.

Fin.

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