Ahora si

Ahora si

Bruno

06/07/2023

Mi frágil mano blanca resalta el negro del revólver. Es pesado y frío. Siento el brillo penetrándome los ojos como dos puñales blancos.

Me viene a la mente (siempre me viene a la mente) la imagen de un muerto.

Recuerdo la potencia del culatazo, el estruendo del disparo abriéndose paso como una ola seca entre paredes blancas, la sangre roja punzante brotando de la sien del parroquiano perdido en mi memoria.

Es hora.

Debe ser un ademán certero y preciso, para que no se me caiga como siempre.

Ahora sí.

Siento el frío redondo del Colt en la base de mi garganta.

Me falta el aire. Respiro de a bocanadas bruscas. Transpiro y me tiembla todo el cuerpo ¿Qué pensaría Beatriz si me viera? ¿Estará allá?

Será mejor cerrar los ojos para no mancharme de sangre.

Siento la tensión del gatillo como un llamado en la punta de mi dedo. Tengo que jalar con determinación de una puta vez. Voy.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

Otra vez la explosión brutal que me aturde.

                                                                                                                                                                                                  

Escucho la bala rebotarme en las concavidades del cráneo. Siento el metal puntiagudo trazándome surcos permanentes en los sesos. El olor a carne quemada inunda la habitación de paredes blancas.

Comienzo a tener frío. Todo está lleno de silencio.

Ahora si. Definitivamente estoy muriendo.

Las ideas se me van desfigurando y mezclando como en el alba de los sueños. Nada tiene mucho sentido.

Me pregunto si Beatriz me estará mirando.

Caí de costado y puedo ver la sangre bordó avanzando como una lava lenta sobre la alfombra blanca. Un mar de muerte abriéndose paso entre las cerdas limpias. 

De pronto me atraviesa una revelación. El parroquiano de mis recuerdos… soy yo mismo.

Me paro bruscamente. Tengo que calmarme. Me miro las manos. Hay dos garras negras. Los dedos están podridos y se mueven aleatoriamente sin que yo los controle.

Me toco el rostro. La piel está intacta, no tengo ni una gota de sangre. Busco el agujero del tiro. No lo encuentro. Nuevamente pienso en Beatriz para calmarme.

Una suave brisa mueve la cortina.

¿Un caída? Claro! Una explosión de sangre, carne y huesos en los adoquines de la calle Suipacha será suficiente. 

Me asomo al balcón y salto sin pensar. Al principio acelero, luego ya no. Nuevamente una revelación me inquieta. 

Estoy cayendo hacia arriba, hacia un infinito colchón de nubes grises. La calle se aleja a mis espaldas. La posibilidad de una caída eterna como en la biblioteca del ciego me aterra. 

De pronto la voz a mis espaldas. Como todas las tardes. La mujer de ojos celestes viene de visita. Tiene las pastillas.

Pero claro, si seré estúpido. Sócrates, Claudio, Borgia, Ivan. ¿Cómo no lo pensé antes? 

Hundo las piedras en el fondo de mi lengua y trago.

Ahora si… Ahora si.

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