El edificio de enfrente

El edificio de enfrente

Julian Ferreira

04/07/2023

 De madrugada, desde la ventana del hotel, se ven los edificios de la ciudad todavía en penumbras y las luces del cielo que oscilan en un claro oscuro rojizo. Es un espectáculo digno de ver. Me siento en el sillón con un vaso de whisky y un paquete de cigarrillos. A veces escribo, pero no es necesario; con observar alcanza. Piazzola inunda todo el espacio, toda la ciudad, la pinta en colores ocres, la transforma en algo maravilloso y triste, en otra cosa. No podría explicarlo con palabras, porque las palabras no alcanzan, nunca alcanzan. La ciudad está viva, lo puedo ver en las madrugadas, es un Leviatán, un monstruo que se va muriendo y regenerando y devorando todo.

El cuarto es chico. Mi cama, el sillón frente a la ventana, el escritorio y el frigo bar. Llegué aproximadamente hace un mes, cuando me fui de casa. Siempre quise vivir en Congreso. Aunque la verdad salgo poco, la mayor parte del día estoy acá. Me gusta el ambiente. Necesito este caos, un mundo ruidoso y desordenado en línea con mis ideas. Necesito el cenicero repleto de colillas, los libros apilados junto a mis papeles, leer poesía al azar, pasar horas observando las cúpulas, la calle, la gente, el edificio de enfrente. Tengo la ilusión de que en algún momento voy a dedicar mi vida a pintarlo. Cada detalles: las grietas en su fachada, los cuartos iluminados, las personas que salen a los balcones a fumar. Me voy a sentar en las noches con un atril frente a la ventana, de madrugada y voy a dedicarme a retratarlo. Piazzola me va a hacer compañía y Bukowski también. Sólo ellos me entienden: el edificio está triste, se está derrumbando.

Lo sé, lo puedo escuchar, el edificio me habla. Puedo ver sus marcas, sus grietas que avanzan, la pintura que va desmoronándose al vacío. La gente sigue su rutina como si nada, a las 8 de la mañana empiezan a encender las luces de sus habitaciones, de sus baños, de sus cocinas. Toman café parados en la sala, levantan a sus hijos, corretean por los pasillos perdiendo los restos de sueños que todavía los habitan. Se besan fugazmente en los labios, en las cabezas, se desean suerte, escapan.

Yo los observo. Tomo, fumo, dejo que el tiempo pase. Veo al edificio sufriendo todos los días. Al atardecer, cuando los maridos y las mujeres vuelven de sus trabajos, agotados, apagan las luces y no hablan. El edificio se sume en la penumbra citadina. Llora. Pasa toda la noche llorando en silencio, escondido en las sombras. Con las primeras luces del día puedo ver nuevas grietas, pedazos de material que se desprenden de las esquinas laterales, plantas abandonadas que se secan, raíces que buscan caminos entre los poros de las paredes.

El edificio de enfrente se está derrumbando, y sus habitantes lo ignoran. Vuelven a sus rutinas, sufren; no pueden ayudar a nadie más, no pueden ayudarse a ellos mismos. Yo los miro salir a la calle, sufro con ellos. Por todos ellos. Pienso que debo pintarlos, lo necesito. Una pintura que marque ese derrumbe, que muestre ese deterioro lento. La ciudad en escombros, las madrugadas de fuego, con su color rojizo y los pájaros volando entre los restos. Necesito pintarlo, mientras escucho la melodía del otoño porteño. 

A veces intento escribir, pero es imposible, porque las palabras no pueden atrapar la realidad. Ya se dijo hasta el cansancio, y nada detiene el deterioro, y nadie presta atención a su derrumbe; y a mí me pone triste y me parece bellísimo, y siento que estoy encerrado, condenado a este cuarto de hotel, a esta ventana y que no puedo hacer nada más que observar el inexorable momento final.

Astor Piazzola – Otoño porteño- Les 4 Saisons de Buenos Aires

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