Delirio

Duermo la mayor parte del tiempo. La silla sigue vacía. El techo blanco muy blanco sobre mí. Un lápiz para escribir en esa página, solo sueños tengo para escribir. ¿Pero cómo? Apenas si puedo levantar los brazos. Descubro a mi derecha una ventana. Cerrada. ¿Dónde está el reloj? No veo ninguno. ¿Amanece? Los días parecen ser iguales a las noches. ¿Cómo es afuera? Los rayos del sol acarician mis brazos desnudos, llevo puesta la blusa naranja de flores, me encanta, tan alegre, y mis jeans pitillo, camino contoneándome, corrijo el borde del maquillaje en mis labios con disimulo. Percibo las miradas furtivas que recorren mi cuerpo. 

Alguien entró, es una enfermera. Dibujo la palabra agua con mis labios, me mira por un segundo, dice que le preguntará al doctor. Observa las mangueras y cables, toma apuntes y se marcha. Mi boca amarga, me sabe a jugo de mandarina, mis labios son un papel arrugado. No sé cuánto tiempo transcurre, sigo viendo el techo, cierro los ojos. De nuevo se abre la puerta, el doctor saluda, musito la palabra agua, asiente con la cabeza. Toca mi estómago, es tan grande, parece gelatina, un día soy un esqueleto y al siguiente un globo, solo sonríe y se marcha. Estoy en uno de mis paseos, ese donde fuimos a un río, posé bajo la cascada para las fotos que me tomaba Carlos, eran muchas, en todas las posiciones y formas. Siento el agua que cae sobre mis hombros y espalda, él se acerca, hicimos muchas selfies. Intento voltearme, ¡puedo hacerlo, puedo hacerlo! Por momentos dejo de sentir dolor, si me quedo muy quieta, así debe ser la muerte, supongo, estáticos, dejamos de sentir, suena relajante, sin embargo, la idea me aterra, tengo fe, el dolor cesará, me atienden bien. Debo salvarme otra vez. Cuando nací, el médico le dijo a mamá, “con buenos cuidados, hasta se cría la niña”. ¿Cómo era entonces, cómo un renacuajo? Ahora soy un monstruo. Estoy cubierta por una bata desechable, casi transparente, tendida en una cama de hielo, narcotizada, viva, muerta. Ya no sé. Mi cuerpo, un saco de huesos que se prolonga como un pulpo, sus tentáculos son un sinfín de mangueras transportando químicos. Agujereado, incluso en los muslos, tras agotarse los espacios disponibles en mis brazos y glúteos. Imagino que al abrir los ojos estaré en mi cama, abrazada al cobertor rojo, con el televisor enfrente viendo mi programa favorito.

Y ese aparato pitando todo el tiempo, ¿Por qué no lo apagan? Si el ruido se detiene indicará que he muerto. ¿No es así? Podrían cambiarlo por una melodía más agradable. “Sonando el tambor”, algo así, entraría bailando al cielo. O a donde fuere. Bailando. Sí. Bailando.

Abro los ojos. Oh, mi corazón revive, lágrimas en las mejillas, mi madre ha llegado, se sienta a mi lado. Trae una botella de agua, inclina mi cabeza y me da a beber un poco. Peina mi cabello, el poco que me queda. Revisa mi espalda. ¡Mi Dios ¡Qué manos, no quiero que deje de tocarme, es el único contacto que resisto, lo demás duele! Sus ojos se cristalizan, se esfuerza para no llorar. Quiero decirle gracias. Pero las palabras no me salen, musito algún sonido, ella entiende.

Apenas la cubre un chal. ¿Cuántas noches a mi lado? Lee su librito azul de oraciones, las oraciones milagrosas. Se aferra a él porque no hay nada más a su alrededor a qué aferrarse. Estamos solas, cierra los ojos, repite, repite una serie de palabras que flotan, que se van desvaneciendo en el aire helado del lugar, la unidad de cuidados intensivos.

#bocadillo

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS