—… y le aseguro que tenía todo listo para hacerlo: las pastillas sobre la mesa, la botella de Vodka… pero no pude… no me animé. —Decía cabizbajo.
—Tal vez decidiste darte otra oportunidad; ¿quién sabe querido amigo? Estos son tiempos Apocalípticos; de Revelación. ─Decía el doctor Stílson, afamado psiquiatra, —únicos en la historia de la Humanidad. Es como si hubiésemos vivido un invierno eterno; y así como la Tierra, en esa estación, trabaja en su interior para manifestarse en primavera; nosotros también lo hicimos y ahora estamos manifestando lo que forjamos: sentimientos, pensamientos y acciones. Son tiempos de cosechar lo que sembramos.
Miguel Ángel, famoso escritor, (que como seudónimo invirtió el nombre para asemejarse al Arcángel Miguel), entendía muy bien lo que decía; y sentía que toda su existencia había sido una farsa.
Desde que se dejó convencer por su editor y accedió a escribir esa novela, en contra de los principios arraigados en el arte de escribir, su vida se transformó en un infierno.
El último libro que publicó, titulado “Viaje a la Mediocridad”, que llevara como subtítulo: “Todos tenemos un precio, ¿cuál es el tuyo?”, arrasó con todos los textos del mercado literario. Cinco ediciones consecutivas a nivel internacional llenaron su cuenta bancaria, pero vaciaron su corazón.
Al principio se sintió subyugado por el poder que otorgan la fama y el dinero; el ego, autoalimentado y avalado por sus fans se revistió de soberbia. La verdad, la justicia y la honestidad perdieron su valor, fueron reemplazadas por lo contrario, y toda esta falacia aceptada por las masas que: No comprenden, teniendo raciocinio. No ven teniendo ojos. Ni oyen, teniendo oídos. Cual rebaño, toman lo que “está de moda” como guía de conducción.
El alma de Miguel Ángel, asfixiada en lo superficial y banal lo condujo a relaciones sociales corrompidas por la avaricia; escritores de poca monta, ambiciosos, que siguiendo su ejemplo, comenzaron a escribir textos crueles y “novelas negras” malversando el Arte de Escribir, convirtiéndose en “miserables personas que escriben”. Miserables, sí, porque, inducidos y guiados por bajas pasiones, imprimen su propia miseria para desparramarla a los cuatro vientos, creando imágenes mentales de horror e injusticias en quién los lee; generando miedo y desazón en las mentes, anulando el libre pensamiento, para que sigan, como ellos, dependientes y esclavos.
Por supuesto, éstas “personas que escriben” no lo saben, no lo hacen adrede, porque no son Escritores, desconocen el verdadero Arte de Escribir, el Poder que otorga la Palabra Escrita, y son hábilmente manejados por los que “Sí saben pensar”.
Cuando se dio cuenta ya era tarde.
Su amada esposa, relegada y traicionada por los cambios estructurales en la personalidad de Miguel Ángel, agravó su diabetes y lamentablemente, falleció.
Sus hijos dejaron la facultad, tentados por esa nueva vida superficial y materialista, avalada por la fama de su padre, que les abrió camino para trabajar en cualquier institución social o cargos políticos en el partido gobernante.
Tres años, en sólo tres años su vida se derrumbó. Su sueño de ser escritor, Un escritor que parado sobre hombros de gigantes, aportara Luz a las mentes de la humanidad. Humanidad que subyugada por los cinco sentidos transita ciega a la Verdad que existe.
Traicionar a otra persona es grave, trae consecuencias. Pero traicionarse a uno mismo, a sus principios… No, no lo podía soportar.
Mientras cremaban el cuerpo de la que había sido su mujer, mirando el humo celeste, que con los rayos del sol del amanecer se matizaba con los colores del arco iris, se dio cuenta de su bajeza, de su falta de integridad y cómo había vivido engañado creyéndose bueno y generoso, cuando en realidad era vil y cruel; quedando atrapado en la armadura que ilusoriamente forjó.
Recordó un libro que había leído de niño: “El Caballero de la Armadura Oxidada” y se identificó con el personaje, pero a diferencia de éste, él había matado a su esposa; así lo sentía, y había perjudicado psíquicamente a sus hijos. No, no lo podía soportar.
De regreso a su casa, compró un frasco de pastillas para dormir y una botella de Vodka.
Las acomodó sobre la mesa de la biblioteca en tres filas: una por su esposa, y las otras por sus dos hijos. Tomó una pastilla, la puso en su boca y así no más, de la botella, bebió un buen trago de Vodka.
Era una decisión importante, tal vez la última que tomara en esta vida. Estaba relajado, ya el alcohol comenzaba a impregnar su cerebro; miraba con amor los libros, acomodados por orden alfabético en sus estantes. Recordó a Ernest Hemingway, que también había terminado así; y a su “El viejo y el mar”, donde el viejo luchaba con el pez como una metáfora de su propia lucha interna.
Tomó otra pastilla y la llevó a su boca, pero al agarrar la botella le comenzó a temblar la mano. Le parecía que todos los libros se movían ondulando y lo alentaban a seguir escribiendo, a no claudicar.
—No. No debo hacer esto. ─dijo, escupiendo la pastilla al suelo y colocando el Vodka sobre la mesa Empoderado de su Ser sentenció:
—Esta es mi porción de la Vida Una, no la voy a desaprovechar.
Sí, me equivoqué, cometí errores; perjudiqué a mis seres queridos y tal vez a muchas personas, pero eso fue ayer. Hoy haré mi presente con la experiencia y aprendizaje de lo vivido.
Volveré a escribir. Continuaré el libro que comencé hace tres años. Sí, eso haré; pero necesito ayuda; mañana mismo iré a ver al doctor Stílson.
Y se durmió plácidamente recordando el comienzo de su novela inconclusa:
Decisión Final
…El agua del mar, increíblemente azul, iba y venía sobre la arena mojándole los pies. Le parecía mentira disfrutar la maravillosa comunión entre esa fuente de vida y su amado cuerpo: esa materia densa; profanado y maltratado; inmerso en lo efímero y superficial, ignorando que es el instrumento de algo más profundo y poderoso; el carruaje, no el cochero….
OPINIONES Y COMENTARIOS