Andrómeda ostentaba por cabellera un enjambre de estrellas, por vivaces ojos dos astros de esmeraldas resplandecientes, la luna rosada era su boca, sus pestañas finísimas fibras de cometas fugaces, todo su formidable cuerpo forjado por los espléndidos dioses de las artes y los embelesos del amor.

Abrazaba las aguas de los ríos, los campos y sus árboles fértiles, las inesperadas brisas; descalza envuelta entre flores y suaves ramas.

Una fragante mañana, se vio sorprendida por los ogros hombres de un pueblo montañés, y aquellos hombretones llenos de ardiente deseo la persiguieron por los campos floridos tratando de retenerla.

La beldad se confundió con los pájaros que trinaban previniendo la persecución que duró algunos instantes. Se convirtió en lluvia pasajera, y así escapó de sus persecutores.

Nunca nos abandonó, protegía nuestras cosechas, ayudaba en los dolorosos partos de las mujeres. Llegaba cálida y bella, envuelta en su aura de lluvia, sonriendo.

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