El paquete de tickets los tenía en mano, un poco húmedos, por la sudoración nerviosa previa a lo que me iba a enfrentar. El controlador extendió la mano de manera autoritaria y, como cansado de la rutina…, al mismo tiempo que nos señaló los puestos del trencito que nos debería corresponder, me imagino que para balancear las cargas…
– Un adulto con cada niño – ordenó sin chance a preguntar nada…
Mi esposa se ubicó en un vagón con mis dos pequeños y yo hice lo mismo con mi hija, en el vagón precedente… La cara de los niños era relajadamente feliz, a diferencia de la de mi esposa y la mía que, parecida a la del resto de los adultos, desencajaba la posible incertidumbre de lo que iba a venir…
El tren comenzó a moverse con precisión de equipo nuevo y la historia no se hizo esperar. El ascenso comenzó acompañado de chirridos de rieles con ruedas metálicas, definitivamente haladas por una cadena de buen desempeño…y así llegó la cuesta, la cima del mundo, lo más alto.., y definitivamente los niños y los adultos fuimos tribus enemigas: los felices y los “¡¡qué carajo hacemos aquí!! ¿?”, o sea nosotros: los grandes.
Nunca me había percatado tan dramáticamente del concepto de velocidad cero…, ahí le recordé la madre desde Newton hasta Hawking, pasando por Einstein, a todos los físicos, que de alguna manera me hicieron saber que la cantidad de movimiento generada de este estado de reposo iba a ser asombrosamente irresponsable… La atracción de la tierra comenzó a hacer su trabajo y mi estomago, el suyo…; el trencito cayó a la velocidad de la luz y al mismo tiempo que los gritos, unos con manos alzadas y otros, teníamos las manos soldadas a cualquier parte posible, y para redondear la tiranía infantil, adivinen de ¿quiénes eran las manos alzadas?…
En tan descomunal caída libre pude sentir vibrar mi “Smartphone”, en mi bolsillo, la vibración se puso de acuerdo con la descompensación de la caída y recordé que era la llamada que había estado esperando desde todo ese día verificando una información de la línea aérea…, pero no podía hacer nada, mis dos manos sujetaban mi vida al vagón del trencito como sujetando el trencito a los rieles y los rieles a la montaña rusa, así que, de manera asociativa mis manos sujetaban todo el parque de diversiones para que no se descarrilara…
El camino metálico subía y bajaba con destreza, la masa física de los ocupantes tensaban los cinturones de seguridad al límite, pero solo la de los adultos… Los niños y sus asientos eran uno solo, una simbiosis risueña y con gritos de bonita burla hacia los adultos del entorno… Se desquitaban..
En una recta básica del recorrido, decidí con valentía soltar una mano de una de las barras del asiento, me costó que obedeciera de su casi rigor mortis, y pudiese tomar el telefonito inteligente de mi bolsillo para ver en pantalla su remitente, pero el famoso “loop” de las postales del parque se acercaba, el tren debía ascender y descender por el lado opuesto, y todos nosotros pasar por todas las posiciones espaciales que cuerpo humano normal no lo hacía desde el vientre de sus orígenes… quizás los niños podían tener esa sensación mas reciente y disfrutar la inversión… y ahí la explicación de las macabras sonrisas …
El “loop” llegó, mas nada que hacer. Cerré los ojos y como toda masa se transforma en fuerza física estimulada por el movimiento y así mis órganos, pies, cabeza, comenzaron a realizar actuaciones incontroladas y ni hablar de mi desayuno… Y así el teléfono no escapó del comportamiento, pero si de mis manos y fue a viajar justo al centro del circulo trazado por el tren, y cualquiera podía pensar que volvería a atraparlo, al pasar por el punto bajo del recorrido, pero eso era fantasía la verdad es que el aparatico pasó a alguna dimensión no resuelta.
El tren, ya calmado de los trescientos sesenta, pudo aterrizar en la calma de un recorrido culminado y feliz para los grandes y con el pedido triste de “otra vez” de los niños… Y aunque la tecnología funcionó en su amplia acepción, pero no en el momento apropiado, la llamada ocurrió… Y con seguridad era la información que esperábamos pero no se sabrá… a menos que nuestros amigos físicos algún día nos indiquen como tomar el tren al revés, de espalda, en reverso, y tornar alegres a los adultos e incómodos a los niños, en un ensayo de viaje al pasado, para conseguir mi buen teléfono inteligente…
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