María salió de trabajar a las 18:30 en punto, y 5 minutos después ya estaba en la parada de autobuses. La segunda torre de cristal de la Housepet Positronics Seguros resplandecía ya de vivos colores rojos dando un espectáculo que sólo un hermoso atardecer sabe regalar. Pero nadie pudo hacerle caso. Cada uno de los mil y doscientos empleados que salían del edificio estaba ocupado en pensar en sus tareas cotidianas por hacer que sólo le preocupaba volver pronto a casa. Aquél había sido un día muy largo e intenso de trabajo. Muchas llamadas, muchos correos, muchas hojas de cálculo. María se veía pasar por encima los números, y los nombres de los clientes, y las cifras de los seguros. Por suerte su Smartphone la ayudaba mucho en desconectar de vez en cuando. De esta forma podía mandar Whatsapp a su compañera de trabajo de la mesa de enfrente y afortunadamente actualizar con cierta constancia su estado en el Facebook.

La UrbanBus App le decía que en 2 minutos llegaría el número 19 con 3 plazas libres, pero ella ya había reservado la suya con el móvil y no le preocupaba. Lo único eran los 4 minutos de espera que habrían tenido que hacer a la altura de calle de la Constitución con paseo de Steve Jobs a causa de unas obras en la línea óptica pública. Así que se vio obligada a reservar la plaza del autobús siguiente por el trasborde de plaza de la Electrónica. ¡Vaya! Está vez habría llegado a casa 9 minutos más tarde. Era la primera vez en 7 años de trabajo que le pasaba algo parecido. Por un momento se sintió perdida y buscó inmediatamente otras posibilidades, pero la aplicación le daba sólo aquella como la más rápida para llegar a casa. Pues no había otra cosa que hacer. Se resignó y actualizó su estado de Facebook reponiendo luego el móvil en el bolso.

¡Cómo deseaba volver a casa! Después de un día entero pasado frente de una pantalla no quería nada más que descansar un poco los ojos. Sacó el móvil y controló si alguien le había escrito. El autobús estaba muy lleno y bastante rumoroso aquel día. Una pareja estaba hablando. Decidió ponerse los auriculares para evitar aquella molestia. Enchufó el móvil en el cargador de su asiento y cargó la lista de música que estaba escuchando también Marta, su compañera de trabajo, desde el autobús 24. Era bonito hacer cosas juntos con otras personas pensó. Le escribió un par de Wathsapp y se bajó un video tonto que le había enviado hace poco su hermano.

El rastreador de grupo le señalizó que había uno en el autobús que chateaba justo sobre las obras de la nueva línea óptica. Entró para enterarse de lo que pasaba y sobre todo para saber si el día siguiente acabarían de una vez. Se suponía que dos chicos del grupo bajarían justo en la parada Constitución para trabajar allí. Levantó la mirada individuando inmediatamente los dos obreros y les deseó de acabar pronto el turno de noche con un mensaje. Cuando llegó a la Altura de paseo de Steve Jobs, como siempre no pudo hacer a menos que echar una mirada fuera, hacia la plaza donde en el centro, encima de un monolito a forma de paralelepípedo de color negro lúcido, resplandecía iluminada como un sol la enorme cara pacata y profunda de Steve Jobs, y aquellas letras vibrantes que citaban: “Tenga un criterio de calidad”.

¡Cuánta verdad en aquellas palabras! Le sacó una foto. María no se cansaba nunca de leerlas y de admirar aquél lugar cargado de magia potente y rico de inspiración. Inspirada por tanta magia subió la foto con la frase en su muro de Facebook, y añadió “Si tú también tienes criterio de calidad comparte en tu muro”. Luego volvió a las noticias de la tarde y twitteó una que hablaba sobre los derechos de los animales para un medio ambiente incontaminado.

Pensó inmediatamente en Popy que la esperaba en casa. ¡Qué gana que tenía de abrazarle y mimarle un poco acariciando su pelo tan suave como sólo lo de un cachorro puede ser! Había quedado con sus amigas en el bar de siempre debajo de casa. Miró la hora pero vio que le era imposible. Esta complicación de los transporte le estaba estropeando la tarde. Según el recorrido en el mapa instantáneo de la pantalla del bus, conectado con el sistema Galileo, vio que faltaban dos paradas.

¡Uhi! Casi olvidaba la compra. Entró rápidamente en la Everydayshop App y compró las cuatros cosas que le hacía falta para la cena y el desayuno de la mañana. Sólo tenía que programar Popy porque se la recogiera en el portal cuando se la entregarían.

Acabó justo cuando el autobús paró frente de su casa. Cuando bajó vio en fondo de la calle sus amigas sentadas en la mesa del bar que la esperaban. Laura chateaba con su novio, Virginia con su amigo americano y seguramente, como nunca podía resistirse, Francesca estaba leyendo el capítulo diario del Best Seller del mes, que como siempre estrenaba a esta hora.  

Antes de entrar en el edificio llamó el ascensor con el móvil. Pasó su código en el Smartphone delante del lector de entrada y la puerta se abrió. Una señora un poco rara estaba parada frente de la entrada del ascensor. Llevaba dos bolsas blancas en las manos.

«¿Qué hace no sube?» le preguntó desde dentro.

María se paró como petrificada, un poco por el gesto inusual pero sin duda por la molestia y la desconfianza que le provocaba.

Quería decirle que hubiera esperado el siguiente turno pero había perdido ya demasiados minutos. Atenta a no enseñar ninguna de sus emociones entró en el ascensor y sacó el móvil. Tenía que mostrar indiferencia para no entrar en conversación. Pues abrió unos de sus muchos juegos online para pasar el tiempo. Recorrer 86 plantas habría tardado un par de minutos.  

«¿Ha sido un buen día hoy, no?» preguntó la tía.

María levantó rápidamente los ojos y contestó con una rápida mueca.

“Dios míos, ya estamos” pensó y se dio prisa en actualizar el Facebook con lo que le estaba pasando.

«Hace mucho que no veía un atardecer como este. Tan rojo e intenso. Me he ido un rato al Parque de las Flores porque desde allí se puede apreciar muy bien el ocaso del sol. Un momento bien gastado se necesita de vez en cuando».

María se encontraba en una situación embarazosa. Le llegó justo entonces la notifica de un mensaje.

¡Bien!

Eran sus amigas que le decían que tenían que marcharse para ir a la tienda de Fundas y Accesorios antes de que cerrara. Tenían que reservar un par de ellas para el nuevo modelo que saldría la próxima semana.

¡Mal!

Se había olvidado completamente de la Smartfiesta para la salida del modelo 60.2. La próxima semana tenía que cambiar de móvil ella también, ya llevaba con éste cinco meses. Pues nada, entonces se quedaría en casa con Popy esperando la compra.

«¿Qué tal su día?» Preguntó la señora.

María hizo que no había escuchado.

«La veo un poco estresada hoy. He leído en un libro que para el estrés no hay nada mejor que cogerse unos días al aire libre dejando en casa agendas y horarios. Dar paseos y leer un poco».

Faltaban unas 20 plantas. María sentía que el tiempo se hacía eterno. Logró un nuevo nivel con el Farmer.

«Si quieres le puedo aconsejar un par de sitios que visité con mi marido y le puedo prestar unos libros que me gustaron mucho. Mi hija ha reservado un par de días la semana que viene para el puente de la Smartfiesta. Todas las tiendas abiertas desde la 5 de la mañana y la gente que llena las calles para comprar, ella no lo aguanta nunca y siempre quiere escaparse para descansar».

¡Dlin!

El ascensor se paró, las puertas se abrieron y María se precipitó fuera. Armó el código de su casa en la pantalla del móvil, lo pasó delante del escáner de su entrada y la puerta se abrió por su alivio.

«Bueno señorita María, si necesita algo sabe dónde encontrarme. Que tenga una buenas noches». María cerró la puerta a su espalda más molesta que nunca. Después de haber saludado Popy encendió el ordenador. Tenía una historia muy buena para contar en su blog.

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