Estaba la tarde preciosa, las hojas rojas del arce cubrían todo el jardín, ni siquiera el camino hasta la casa quedaba a la vista. Francisco lo recorrió con la mirada y se detuvo a contemplar la gran puerta de roble con la mirilla desde donde sabía le observaban discretamente los vecinos. La cortadora de césped deambulaba siguiendo un camino secreto, sin saber qué hacer con las hojas. Avanzó mientras observaba los enanos del jardín maltrechos por el paso del tiempo, con aspecto divertido y a la vez mugriento debido al clima frío y húmedo donde se encontraba la casa. 

Había venido por fin, echando valor al final, para hablar con el vecino del arce y lo que había crecido, cómo hacía sombra sobre su propio patio y no dejaba ver las estrellas por la noche. El arce era inmenso, mucho más grande que los silvestres y alcanzaba una cota que podía hacer peligrar incluso el techo de la casa de Francisco. Y sin embargo sus dueños nunca lo habían podado, ni arreglado y crecía sin control amenazando su casa. 

Su timidez le había impedido protestar con anterioridad, y también su miedo a enfrentarse a su vecino, al que no conocía y no sabía cómo se comportaría ante la petición tan cruel que le pensaba hacer. 

Al fin y al cabo tener un árbol es un lujo, algo lejos del alcance de un ciudadano medio, pero ni Francisco ni su vecino eran ciudadanos medios, eran unos privilegiados con grandes casas a las afueras de la ciudad. El árbol era un símbolo de poder y quería pedirle que lo cortara. 

No le había quedado más remedio, la casa la había comprado para ver las estrellas y el telescopio que utilizaba estaba en el desván y ahora sólo podía ver con él el movimiento de las hojas rojas del arce, y los nervios de la hoja hasta llegar a un nivel de detalle doloroso que le recordaba las lejanas estrellas, ahora más lejanas e inciertas.

Antes de que llegase a la puerta su vecino ya había salido, se había colocado en la puerta con los brazos cruzados, con una sonrisa en los labios, y saludando a Francisco con la cabeza. Era un personaje musculoso, depilado y sin cejas, alguien salido de un cuento nórdico en el que el cabello pelirrojo sólo ocultaba el mentón. 

– Buenas tardes – Dijo

– Buenas tardes – Repitió Francisco

– Me alegra su visita, hace tiempo que…

Y la batería del móvil se agotó, impidiendo seguir simulando la conversación entre los dos, Francisco había simulado la conversación tantas veces con su móvil y cargando tantos detalles del maravilloso árbol, del jardín y de la casa que su equipo fue incapaz de continuar, tendría que esperar a la recarga para terminar la conversación. Y aún así no sabía si esta vez conseguiría decir algo más que Buenos días. Se desesperó, sabía que sería incapaz de hablar con su vecino en persona, a pesar de todas las simulaciones que hiciera con su móvil.

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