A Marshall McLuhan le hubiese encantado poder viajar en metro actualmente. Escuchar en un avión aquello de «por favor, apaguen los dispositivos electrónicos durante el despegue y el aterrizaje», y posteriormente contemplar como son encendidos todos y cada uno de ellos. En el aire. Navegando.

A Marshall McLuhan le hubiese encantado saber que fue un erudito. Un vidente. Algo parecido a George Orwell con sus novelas. Esas que escribía en papel y que antes de él lo habían hecho otros. Clásicos de 500 páginas en un pendrive. 

Pasar hoja sin tener que humedecer el dedo, acercar a ti las letras pequeñas con el zoom, tener el texto y el diccionario para los términos desconocidos en la misma mano y a tan solo dos click de distancia. Oportunidades y ventajas. Nuevas oportunidades y nuevas ventajas.

Nadie se libra de ser usuario. ¡Qué palabra! El uso de la tecnología nos aumenta las capacidades de aprendizaje. Ese mismo uso nos destruye las capacidades sociales. Lejos quedan los correos postales. Los lápices y demás herramientas de escritura clásica se han visto conquistados y apartados. 

Nosotros y vosotros hemos provocado esta nueva etapa en la que la desinformación significa desinterés. En la que escritores o periodistas se han convertido en fuentes de inspiración para llenar webs, blogs y otros espacios personales de sucesos. De hechos. De futuros hechos y de conspiraciones. De resúmenes. De críticas. Todos ellos a un click en el mismo dispositivo en el que puedes aumentar tu cultura, educación y aprendizaje con un libro, y, además, buscar las palabras que sean desconocidas.

Un click. ¡Qué palabra! Tocar con una flecha o un dibujo digital de una mano aquello que nos proporcione la información necesaria y elimine el desinterés.

Nosotros, incluyendo a vosotros, y por tanto, haciendo la Aldea Global un hecho real, somos esclavos. Esclavos de unas teclas que nos permiten soñar. Esclavos por decisión propia. Esclavos que hemos aprendido a contradecirnos. Ahora pertenecemos a una clase que no tiene rival. Ahora ponemos la tilde antes que la vocal y no la inversa como tantas otras veces habíamos hecho con anterioridad en un papel. Aunque en ocasiones sigamos expresando en nuestro interior las normas de acentuación que tantas y tantas veces hemos repetido a lo largo de nuestra etapa escolar.

Ya no quedan marcas de grafito. Escribir encima de algo borrado no hará al lector pensar en un posible equívoco del escritor. Ni éste se acordará de su error. Cada uno tendrá su estilo, y los demás lo conocerán como tal. La Aldea Global.

Es posible que a Marshall McLuhan no le hiciese falta vivir los avances que han cambiado el mundo. También es posible que nosotros, incluyendo a vosotros, pudiéramos, aunque sea, malvivir en los lejanos tiempos en que un blog no era más que un conjunto de letras, bien o mal expresadas, escritas con tinta y sin subrayados en rojo que marcasen las faltas. 

Pongamos colores, subrayemos, tachemos, coloquemos en negrita lo importante y en cursiva lo relevante. Hagamos esquemas de manera sencilla:

  1. Claros y concisos
  2. Directos.
  3. Breves.

Coloquemos imágenes que faciliten la lectura, e incluso vídeos que la expliquen. Adornemos el significado proponiendo experiencias a los lectores. Tengamos feedback directo. Comuniquemos nuestro mensaje al mundo. Hablemos con personas que se encuentran a miles de kilómetros y sintámoslos muy cerca. Hagamos poesía con versos en rima consonante y centremos el texto. Enlacemos lo que comentamos y hagamos a medida el tamaño de la letra que estemos utilizando. 
Y, al fin, cuando todo eso esté y forme parte de nosotros, y por consiguiente, de vosotros, digámoslo en voz alta: Bienvenidos a la Aldea Global, de donde nadie nunca podrá escapar.

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