Eran las 5 de la tarde, Ana María estaba exhausta después de un día laboral agotador, su encanecido y brabucón jefe le había gritado ya demasiado por ese día. Bajó los 24 pisos del edificio y salió a la calle con prisa aún cuando sabía que ahí la esperaba el mismo río de personas que día a día  chocaban hombro con hombro sin siquiera voltear la mirada.

Las cientos de personas que caminaban en sentidos contrarios se concentraban en mirar sus móviles para mandar un texto  a otra persona igualmente desconectada del contacto humano, hablar por el altavoz, o simplemente cambiar su estado por : “Se siente abrumado” ó quizá un “Se siente Feliz” pero sin sonreír.

Ella empezó a caminar y conectó sus audífonos para ignorar al mundo que también la ignoraba, empezó a aligerar el paso casi bailando al ritmo de ese muchacho que había sido descubierto recientemente por la internet, un chico joven que según su propia historia había sido víctima de bullying por sus aborrecibles compañeros de secundaria y que ahora  era lo “suficientemente honorable” para pertenecer a su clan.

Ella se identificaba con esa historia, toda su adolescencia había sido una chica tímida, no hablaba con nadie, se escondía  en las historias que contaban los libros de la vieja biblioteca de su escuela e  imaginaba cómo sería si por una vez pudiera sentarse a desayunar frente a Tiffany´s & Co., con un humeante latte y luciendo tan espectacular como Holly, y reía sola pensando en cómo sería si uno de esos valientes se atrevieran a escalar por su ventana a media noche, a pesar de la amargura de su padre.

Dejó los frenillos, el pelo alborotado, el acné y la timidez y se convirtió en una exitosa editora dentro de una de las mejores casas editoriales, pero el único  “Romeo”  que conocía era ese mismo con el que hacía 20 años había tenido tan cerca de su pupitre  y al que nunca le había hablado de su amor; seguía  pensando en  el  – “Que habrá sido de su vida”-…..

Llegó a su casa, ya más relajada, se sirvió una copa de vino, se sentó en el sofá y revisó en automático su muro; donde  leyó: Ramiro Fernández le envió solicitud de amistad, Ana María dio un salto, no lo podía creer, se tiró el vino encima, le pisó la cola a “macho” su felino compañero, le temblaban las piernas, todo parecía tan extraño, tan ilógico.

Se le vinieron un montón de sentimientos, ¿Cómo era posible reencontrarse con aquel hombre que hacía tantos años no oía ni su nombre? ¿Cómo seguir enamorada a pesar de la distancia de tiempo y espacio? El corazón se le salía del pecho.

¿¡Otra vez soñando Ana María!?

Aceptó la solicitud de amistad, y por su puesto se puso a hurgar entre las fotos, emocionada, casi sudando, y se percató de que SU Ramiro era  ya más maduro, con una frente amplísima por la pérdida de cabellera, y varios kilos de más. “El muy canalla” abrazado por otra mujer, una muy sonriente,  y  en otras tantas rodeado de personas completamente desconocidas para ella.

El corazón empezó a bajar su ritmo y a aceptar su realidad, era sólo una solicitud de amistad, no una proposición de amor eterno. El facebook le mostraba a través de las fotografías una historia que jamás podrá contar la realidad y mucho menos le harían sentir el beso con el que soñó  por tantos años.

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