La tenía puesto como salva pantallas, era una carita de sonrisa amarilla que hacia un guiño cada quince segundos. Y que se retiraba calladamente cuando movía el ratón.

Dieciséis horas diarias conectada esperando correos y comunicaciones. Sola. Muy sola. 

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Me apunté, sólo tenía que rellenar un formulario y mandar una foto. ¡Cómo no! Mandé una de hace diez años, retocada, me había quedado estupenda, sin papada y sin ojeras. La llamaba la foto de «fondo de armario» , la usaba para todo.

Cuando iba a contar mis aficiones llamaron a la puerta, era la pizza, bueno el repartidor, cada día el mismo y ni nos mirábamos. A él no me importaba si yo llevaba o no sujetador y a mi no me interesaba nada de él.

Hoy había decidido fijarme en su cara, en su altura, en algo, pero estaba con el formulario de la agencia de citas abierto y se me olvidó.

Bueno, otro día será.

Acabe de dar datos semifalsos y plise la tecla enviar.

Devoré la pizza y cuando volví a mirar mi iba ralla apareció la primera comunicación directa en la pantalla:» hola soy tu cita,¿estas conectada?

Y me entró el pánico. Justo cuando empezaba a cerrar la pantalla apareció mi sonrisa amarilla y gritó: ¡¡¡¡No me apagues!!!!!

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