Intentamos salir de la mediocridad más absoluta, mantener nuestras ambiciones al pie del cañón, no traspasar las fronteras impuestas sino dibujar y alejar continuamente nuestro límite, el horizonte de expectativas de lo irrealizable. Sin embargo los domingos amanecen secas las lombrices, marginadas por la pala metálica buscan la tierra húmeda de la que han sido despojadas. Mientras los pájaros colonos imponen sus leyes a los árboles, las especies marsupiales esquivan sus picotazos tras los arbustos.

¿Cuántos nombres hacen falta para decir siempre lo mismo? ¿Es una boca necesaria para fijar una idea o la corrupción es inherente a la predicación? Mecanismo de entrada-salida de la ambigüedad: el ser humano. Diseñar complejos códigos para ser descodificados. Sofisticar el lenguaje para ser simplificado. Este eterno proceso colectivo de análisis y de síntesis, mediado por el lenguaje-humano y su humana lengua, aparece en cada imaginario simple como una novedosa posibilidad de verdades reveladas. ¿Quién ha dicho lo que es uno y lo que es múltiple? ¿En qué momento nos separamos e identificamos con todo lo que puede ser considerado otro? «A este charco lo llamaré pacífico» – dijo el Yo, tan propio invasor del espacio ajeno – Hablar con la extraña sensación de considerar que para poder dejar de ser hay que haber sido primero; permitir a las raíces crecer durante un tiempo. Después, sin preguntar, las condiciones adversas se encargarán de invertir el proceso.

Ahora intenté fijar un método, pero las influencias de lo fútil y la impertinencia del olvido, amigo de la contingencia de las unidades de medida, hacen que toda empresa se vuelva ridícula. ¿Dónde acabaremos, pregunté, si es contradicción toda afirmación? Si el viento arrasa con lo humano porque el humano se encarga de dirigir la dirección del viento… Realmente no quisiera causar estragos en aquello que amo sin escrúpulos. De acuerdo, hagamos una pequeña prueba. El deber actual consiste en escribir una reflexión sobre el valor literario. El poder es ilimitado aunque en este instante encuentra sus límites en la capacidad expresiva, creativa, el vocabulario disponible y el número mil. El deseo inmediato es reducido y se debate entre la infinitud y la nada: sus nombres lo realizan. La realidad es, a grandes rasgos, una predominancia de la pereza, una tendencia grave hacia la economía también llamada entropía. El impulso vital aparece sin prisa y sin nombre para configurar sus formas, condenado a muerte que inventó las estaciones para florecer sin descanso y en la noche, quizá, moverse a un ritmo distinto.

En esta circunstancia nuestro teatro cotidiano se expande de forma lógica bajo la luz del sol. El azar, sellado en la vigilia como libre, siente en cambio la cara oculta de la luna.

Un relato:

Una vida esperaba sentada, comprobando incesantemente el reloj dentro de la pantalla de su aparato, también llamada interfaz. Cada vez que desviaba la mirada olvidaba la hora. ¿Le interesaba saber unidad temporal inapresable? Miraba el móvil; lo miraba por no mirar el horizonte, para creer en la espontaneidad, experimentar sin prejuicio el acontecer inesperado del otro. Miraba por no mirarle. Se movió ligeramente porque la postura que había adoptado no era apropiada, no expresaba calma, no parecía alegre y desinteresada. Sentía su cuerpo rígido, adelantaba el rubor y la vergüenza antes de saber qué tipo de emoción iba a sentir, creía saber bien lo que iba a transmitir: lo creaba. Si hubieran pasado delante de ella dos personas sosteniendo un espejo, si un vehículo hubiera atravesado el parque con unos enormes retrovisores, si hubiera llovido aquella mañana y pudiera reflejarse en el agua. Pero no, miraba el teléfono como si constituyera un elemento translúcido por el que asomarse. Quería encontrar el yo y empezó a mirar para adentro. Empezó a voltearse para tener una visión panorámica de todos los caminos por los que pudiera llegar y sintió su cuello engancharse. No podía ser verdad: eternamente mirando hacia otro lado. ¿Cómo haría ahora para saber qué camino tomaría lo esperado? Se levantó con los pies adormecidos. Quiso abarcarlo todo a pesar del cuello engatillado y empezó a girar sin flexión sobre su cuerpo, sirviéndose como eje y como foco.

Sintió una mano cálida en su hombro. “Maldición”. Quiso volverse, apresarlo con los ojos para entender cuál era el sentimiento primero, pero aquella mano había decidido posarse sobre el lado inmovilizado. Siguió girando sobre sí misma, pero aquella visita tenía por manía sincronizarse, dejarse llevar atraída por el movimiento centrífugo. Rotaron durante horas, ella preocupada por captar el significado de sus emociones originales y él sumergido en la gravedad de su órbita. La pregunta decía cómo se vería, qué pensaría, si no estaría cansado de dar vueltas sin llegar a ninguna parte, porque a alguna parte habría que llegar, si no estaría girando por inercia, si estaba acompañado por algún oscuro interés, si aquella no era la persona soñada que hubiera confundido su escena al no saberse segura de su postura inicial, si era una alucinación, un desvarío, una ficción, un genio maligno a veces llamado dios, un trazo, dos…

A la mañana siguiente no bajaron los pájaros de sus nidos. No hubo ruido de farolas apagándose y los coches no salieron de sus dormitorios. A la mañana siguiente los bichos bola todos se desenredaron, era el día del ciempiés. Observó los suyos. Estaban tan llenos de barro que no distinguía la altura de las rodillas; ¿cuán hondo había llegado? ¿por qué nadie le había avisado? Aquella mañana se despertó con los ojos cerrados. Percibió su emoción primera, era innombrable. Al abrir los ojos desapareció su cuello y su girar con ella. Decidió derretirse, fundirse con el barro y fluir hasta el punto limpio más cercano para fingir ser un desecho no orgánico. Era todo carne y la carne no tiene tiempo. Unas mangas de camisa se desprendieron de su brazo; las mazorcas que la contenían fueron el festín de los gusanos. Aquella mañana tampoco había aviones ni aeroplanos en los cielos despejados. Aunque ella quisiera nubarrones, aquella mañana también pusieron los tejados.

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