Fue en los 80 cuando tuve la oportunidad de encontrarme por primera vez con Alfonso en The happening, un bar de jazz situado no muy lejos de donde nacen las tormentas. Siempre había pensado que sólo era un bar de fracasados y vidas rebeldes que ahogaban sus penas en el vaso y el cigarrillo a ritmo de batukada. Gente que, después supe, había tenido una vida de perros pero cuyos ojos desprendían la esencia de la franqueza. El primero de ellos Al, una persona con un futuro prometedor que se vio avocado al fracaso más crepuscular.

Un escarceo de juventud con hijo de por medio truncó sus aspiraciones de convertirse en un filósofo de sistema. Años más tarde se reinventó para ejercer como camarero por cuenta propia. Entonces, rondaba la jubilación y se consideraba a sí mismo eterno aprendiz de sabio. Aficionado a las películas de Woody Allen y a las novelas de Paul Auster, se engañaba a sí mismo, jugando a pensar que su lugar de residencia era Nueva York, contando anécdotas de filósofos y escritores malditos entre clásicos de los 40 y los 50.

Solía decir que era un errante con vocación de forjador de sueños y protagonista forzado de una huida permanente hacia el lugar donde duermen las ilusiones. Sin embargo nos cambió nuestra visión de la vida con su alegato filosófico de aquella tarde. Sincerándose por lo bajo, entre el penúltimo gin-tonic y una calada profunda a su enésimo lucky, contó que tenía el presentimiento de que moriría como Sócrates, por la filosofía.

Le pregunté entonces para qué servía la filosofía, a lo que reaccionó de oficio, como si dispusiera de un muelle reflejo en su hemisferio derecho.

– Muchacho -me dijo-, la filosofía otorga dignidad a los hombres; No te hará ganar dinero pero puede salvarte la vida. Lo sabrás cuando conozcas la fragilidad y el significado de lo efímero.

Emborrachado de ginebra y nostalgia, prosiguió relatándome algunas peripecias mientras servía carajillos y cafés de retrete.

Amigo -continuó-, Trataré de explicártelo. Subió una ceja y espetó:

La vida es como una rosa de los vientos, con 32 rumbos, donde azar, determinismo, libertad y necesidad intervienen, dificultando encontrar su sentido. Desconoces tu destino y te haces preguntas que no tienen respuesta. El pasado no existe y el futuro está por venir. Por eso, vive el presente, disfruta con la nostalgia si eso es lo que te hace feliz y no te provoca efectos secundarios. Y no caigas en dogmas impuestos ni doctrinas manipuladas por la mano del hombre.

Hazlo así, porque vivir no es lo que piensas cuando eres tan sólo un niño. Vivir, a veces, es luchar por que tu mente no sea la letrina de una sociedad de masas o el residuo de una tradición que aunque te condiciona no debería definir por sí misma ningún destino. Vivir significa que debes ser consciente de que tu alma tampoco es el recipiente donde guardar las cenizas de un cadáver viviente en forma de recuerdo.

Vivir es también aprender que el deber es lo que te acompaña cuando el sentido de la responsabilidad se impone al simple deseo, y que a veces la amistad son dos almas transitando el mismo camino paralelamente pero sin percatarse. Vivir es que alguien te enseñe que un simple momento de comprensión puede ser más cálido que un verano maquillado de carmín. Porque a veces no vale tanto la biografía de un hombre como la plenitud del instante de un niño.

Recuerda que una conversación no es solo el quirófano para diseccionar la realidad que no te pertenece. Vive siempre con la filosofía presente, para no acabar haciéndote alérgico a un amanecer y para no permitir que el éxito te nuble los verdaderos sentidos para percibir el mundo, pues ¿Quién no cambiaría la gloria por la serenidad?

Desearlo todo es sólo propio de ilusos confundidos por la prisa sin freno del capitalismo. Lo más difícil es aprovechar el tiempo, aunque nunca debes olvidar que ejercer dignamente como ser humano no tiene fecha de caducidad.

No te dejes engañar por el confuso mensaje de los medios de comunicación y las maledicencias venenosas que ignoran su legado; y recuerda que el peor mal es aquel que te sorprende disfrazado de bien. En esta sociedad todos te van a contar que tienen la receta de la felicidad, pero nadie sabe ponerla en un plato y comérsela. Recuerda que la ignorancia es un arma de destrucción masiva, y que lo que puedes saber es menos importante que lo que debes hacer. Sólo así encontrarás el sentido de la vida.

En mi infancia era feliz porque inconscientemente ya conocía todas estas verdades antes de haber vivido, pero el tiempo y la prisa las fueron borrando. Ahora espero que sólo sean el recuerdo olvidado de una vida imposible. Sin embargo, debes aprovechar el momento, porque entre el abismo y la felicidad sólo hay un instante, porque, aunque no lo parezca, la vida siempre está comenzando.

Meses más tarde, Al tropezó con un volumen de El Ocaso de los Ídolos que calzaba un botellero, dándose un golpe en la cabeza que lo dejó inmovilizado en el hospital a dos manzanas del bar. Pero dos manzanas en Nueva York, fueron 30 años de olvido en la superficie del firmamento. Todas las semanas, sus clientes habituales le visitábamos hasta el día en que falleció.

Esta tarde entre música de Frank Sinatra, volví a recordar la última imagen de Al en su lecho de muerte. Su última voluntad fue que le acercasen un folio y un lápiz de carboncillo. Minutos más tarde, Al se quedó mudo de repente. Dejó el dibujo entre las sábanas y murió. En ese momento su alma abandonó su cuerpo, justo cuando cayó al suelo el dibujo de una rosa de treintaidós pétalos que inundó de lágrimas su habitación.

Desde entonces, los aprendices de sabio no han vuelto a The happening.

Los héroes tampoco lo hicieron.

Para aquellos cuya vida debería conocerse universalmente

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS