– ¡Vamos! ¡A por él!
– ¡ALTO!
– ¡No os mováis! Como bien sabéis todos… – pasó su mirada sin ojos por todos los presentes como el foco del patio de una prisión – …hay que esperar.
Oh, no… ¡No otra vez!
– ¿Otra vez con qué?
Vamos, de verdad… ¿Hace falta que lo explique? Está ahí, en frente. No hay nada que nos pueda detener, y además tenemos hambre…
– ¿Seguro? ¿No hay nada que nos pueda detener, dices?
El Antiguo, él era el más viejo de todos. Cómo había llegado a ese estatus, o su edad exacta, eran cosas que nadie sabía o recordaba. Todos confiaban en su palabra y reverenciaban su sabiduría. O bueno, casi todos.
– Pero es que absurdo…
– TÚ… Tú… Tú eres muy joven para saberlo- interrumpió el Antiguo inflexible – Esto ha sido así siempre. Es la Regla. Es la guía que desde siempre hemos contemplado. Cuando llegué yo, la Regla ya estaba ahí. Es la luz que ilumina nuestros actos y nos diferencia de la mera suciedad que nos rodea. Porque estamos muy por encima de ella. Sin ella, ¿qué nos diferenciaría de los bárbaros? No seríamos diferentes a los restos inertes de comida. Seríamos igual que el
El Antiguo pronunció esa última palabra con un afilado desprecio, que hizo que todos se retorcieran en una mueca de profundo asco. Se imaginaron las montañas de polvo que habían visto en los territorios de más allá de La Baldosa, infestadas de ácaros. Aquellos seres eran estúpidas criaturas, meras bestias sujetas a su instinto ciego de devorar caspa y pieles muertas. Aunque alguno, en sus más íntimos recovecos, podría haber admitido que le habría gustado probarlo, e incluso que lo había hecho, había algo profundamente obsceno en todo aquello.
– Pero no lo entiendo…– el joven se mostró inmune a las palabras de El Antiguo – Todos sabéis que da igual lo que esperemos. ¿Qué más da 3, 5 segundos? Lo que tenga que pasar pasará, eso no puede importarnos. Pero si actuamos ya habrá una gran diferencia, y es que durante esos 3 segundos nos habremos alimentado. ¡Son 3 segundos! Nos daría tiempo a instalarnos, y en el peor de los casos, igual tenemos suerte y podemos acabar en…
– ¡SACRILEGIO!
Bramó El Antiguo lleno de horror y repugnancia. De repente parecía más grande y amenazador, y su mirada sin ojos parecía haber perdido la cordura.
– Pff… ahora con eso…
– Sacrílego bastardo… eso que insinúas es innombrable en esta tierra, ¡y te arriesgas al castigo último!
– Claro, claro… es t e r r i b l e, pero en el fondo todos sabemos que no es algo horrible. Charly mismo estuvo allí.
– La Regla estipula que nunca hablamos del pasado…
El Antiguo pareció abatido durante un instante. Charly era un buen muchacho, lo único era que había tomado malas decisiones. Había venido de fuera y le había costado hacerse a las costumbres, a La Regla.
– Charly, díselo a los demás. No hay nada raro ni malo en acabar dentro de un ser vivo.
– Charly, no contestes. Recuerda que está prohibido hablar del pasado. Vivimos en el presente para forjar el futuro, el pasado no se puede cambiar.
– yo era joven… no sabía…
Todos miraban expectantes a Charly, que temblaba e intentaba esconderse de todas las miradas debajo de sí mismo, como si fuese a colapsarse como una estrella en un agujero negro. La verdad es que todos recordaban el día que había llegado Charly, pero nunca lo comentaban, porque estaba prohibido. No podían rememorar entre ellos las fantásticas historias que contó a su llegada, aunque se estremecían al recordar el castigo que El Antiguo le propinó.
– Si vivimos en el presente, ¿por qué tenemos que respetar una regla hecha en el pasado? Si no podemos hablar del pasado, ¿por qué nos remites siempre a una regla cuya validez se basa exclusivamente en eso, en proceder del pasado?
– No lo entiendes. La Regla ha sido lo que ha hecho que estemos aquí. La tradición nos repite cada día quiénes somos. Intentar cambiar eso es hacernos cambiar a nosotros, perder nuestra esencia. ¿Qué quieres ser? Somos microbios, partículas insignificantes dentro del gran esquema del mundo. Poblamos esta baldosa desde que somos capaces de recordar. Y sufrimos, sí, y no es fácil sobrevivir a la lejía, a las escobas y las fregonas. A ese dichoso perro…
Charly se estremeció, provocando una oleada de ternura por parte de las demás bacterias y demás microorganismos.
– Lo único que tenemos, lo único que sabemos, es que hemos observado La Regla desde siempre y seguimos aquí. Nos ha dado un propósito y un sentido a nuestras existencias. ¿Por qué insistes en cuestionarla?
El Antiguo se acercó a Charly, que sollozaba en silencio. Su masa informe semejaba un padre que cuidaba de todos. Era verdad que los fundamentos de La Regla eran cuestionables, pero era cierto que funcionaba. Cada día el cumplimento de la tradición les hacía sentir partícipes de algo más grande que ellos mismos. Aunque bien pensado, casi cualquier cosa era más grande que ellos.
En ese instante un cometa empezó a surcar el cielo mientras una sombra gigante se proyectaba sobre ellos. El microbio joven supo entonces, mientras todos se apartaban torpemente del trozo de comida y se aproximaban a Charly y a El Antiguo, que había perdido. La Civilización se había impuesto.
En una escala muy diferente una joven de 27 años recogió una patata del suelo de su cocina.
– ¿Te la vas a comer? Rufo ha andado por ahí y esta mañana no he limpiado el suelo…
– Va, tranqui, ya sabes el dicho, ¡han sido menos de 5 segundos!
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